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“El espíritu de la revolución sigue presente en la cuna de la Primavera Árabe” (II)

La etapa por la que transita la República Tunecina, es confusa, y en cierta manera forma parte de un desconcierto que lleva aparejada la impronta de nuevas estructuras, instituciones y modos de convivencia que, posiblemente, nos sorprendan, incluyendo a los políticos, que creen hallarse en la certeza de controlarlo todo y encaminar el proceso actual. 

Ojalá, que este contexto que emerge sea más sólido, justo y eficiente. 

Pero, para desentrañar en su justa medida la singularidad de la experiencia acumulada y el peso que ocupa en el elenco de revoluciones árabes y estilos autoritarios concatenados en el Sur del Mediterráneo, es preciso subrayar que en los tiempos que corren, la democracia es una urgencia ética. 

Sin lugar a dudas, la mutación de Túnez de autocracia rígida a democracia defectuosa, continúa escondiendo efectos demoledores bastante destacados. 

Con lo cual, cuando una sociedad se torna más compleja, su panorámica educativa se engrandece y las tomas de decisión han de descentralizarse para ganar positivismo, y como tales, los valores democráticos se transforman en una necesidad de obligado cumplimiento. 

Por lo tanto, no se pueden administrar sociedades enrevesadas con un despotismo adquirido de comunidades simples y agrarias. Lo incongruente es que la premura no parecía rezar con el universo árabe. En otras palabras: estas agrupaciones eran problemáticas y estaban subyugadas a los tentáculos dictatoriales. 

Y es que, en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, los árabes convivían con las clases medias cada vez más afianzadas; además, disponían de un grado de formación más dominante que se ramificó con el hambre de la libertad y la sed por alcanzar a Occidente y Asia. Si bien, cuando el petróleo se convirtió en el motor conductor de la ‘Segunda Revolución Industrial’ (1850-1914), los árabes estaban bajo el paraguas de los regímenes totalitarios.

Posteriormente, en la década de los ochenta, Túnez, estaba dispuesta a acoger los bríos frescos de la democracia. Tanto el empeño tolerante, como las combinaciones cardinales estaban presentes. De hecho, concurrían partidos políticos, sindicatos y hasta una Liga de Derechos Humanos, en adelante, DH.

Esta sociedad se había ganado a pulso una autonomía frente a la nación: naturaleza primordial para acomodar los cimientos de un Estado democrático de derechos que son inalienables. Era incuestionable que los vaivenes sociales estaban al orden del día: en los años cincuenta millones de niños marcharon al colegio; en los sesenta, ya eran adolescentes y estudiantes y en los setenta alcanzaban la adultez. Evidentemente, a duras penas se gobierna un pueblo de incultos, cómo se haría con un pueblo al que se le dota de la debida enseñanza.

He aquí la paradoja del talante autoritario establecido por Habib Burguiba (1903-2000), precursor del Túnez moderno, sacando a miles de niños del oscurantismo y cuando llegó el momento culminante, estaban preparados para asumir todo tipo de responsabilidades. Amén, que las circunstancias prescritas estaban dadas para que en Túnez se instituyera un Estado Democrático moderno, pero la onda democrática que arrolló otras represiones inhumanas y anacrónicas, llámense las producidas en América Latina y Europa del Este, eran incompetentes para administrar sociedades complejas, y en 1982, Túnez quedó inhabilitada de ese derecho, al adulterarse las ‘Primeras Elecciones Libres’. 

Meramente, tanto los suspicaces como los segregacionistas, han tratado de fundamentarlo como un rasgo cultural árabe, o una supuesta predisposición al sometimiento, cuando es bien conocido que los seres humanos están constituidos de la misma madera y sus necesidades son similares. 

Es a partir del año 2010, cuando las rebeliones árabes han negado esta tesis culturalista. Realmente, la prolongación inconcebible de los abusos y opresiones obedecía a dos componentes externos. 

Primero, el protagonismo del Estado de Israel, favoreció la persistencia de regímenes nacionalistas que maniobraron ingeniosamente los antagonismos y la obstinación de la política del país, con un entramado constante de guerra o falsa conflagración, al objeto de asegurarse el poder. El arrebato del nacionalismo siempre ha resultado rentable para adormecer los obstáculos internos, y como tales, los regímenes zarandeando este hilo tan sensible, se salieron con sus maquinaciones durante décadas.

El otro origen del inmovilismo subyace en el soporte occidental, porque con excesiva asiduidad se omite que, si las dictaduras se mantuvieron candentes, corrió a cargo de otras democracias como la de España, Italia o Estados Unidos. Sus dirigentes, directa e indirectamente, ampararon y atendieron dichos regímenes. E incluso, existieron elementos exteriores que, a más no poder, cercaron el avance interior hacia un régimen democrático.

Y segundo, no ha de desdeñarse el ímpetu de las dictaduras y su ingenio para mutilar cualquier anticipación, pero no está de más recordar, valga la redundancia, que la defensa de democracias degeneradas, frustró el pronunciamiento de democracias impolutas en el escenario árabe. Simultáneamente, era palpable el miedo al Islam político. Ya, en los inicios del siglo XXI, Muamar el Gadafi (1942-2011) y Zine El Abidine Ben Ali (1936-2019) se emplearon a fondo en la palestra, combatiendo contra el terrorismo islámico, y a la postre, por el control de los flujos migratorios.

Desde entonces, numerosos gobiernos han proseguido amparando esta falsa apariencia, a cambio de los servicios proporcionados en esos territorios. Conviene matizar el favor de las democracias occidentales a las dictaduras, que no respondió exclusivamente a la adopción de sus intereses reales o imaginarios, sino a un racismo más o menos, consecuente, que culpabilizaba a las sociedades árabes de una exaltación a las inclinaciones democráticas.

Visto desde esta perspectiva, una variación en el tablero geopolítico y geoestratégico sólo podría confluir en dictaduras islamistas, digeridas por políticos europeos a las dictaduras comunistas que acababan de descomponerse. 

Por fortuna, con la efervescencia de la ‘Primavera Árabe’, la legitimidad que el mundo árabe aglutina sociedades complejas que anhelan la libertad y la justicia, se ha impuesto en los trechos imperantes y en el proceder de los mandatarios occidentales. Toda vez, que el modelo tunecino fue algo así como una detonación en cadena, tras un período inextinguible de sopor, donde la presión en la cámara magmática se agigantaba sigilosa e inapelablemente. 

Más tarde, se originó la deflagración que desenmascaró, lo que algunos expertos perspicaces vislumbraron en la parsimonia ficticia. Luego, entre las revueltas y conjuras consumadas, la tunecina, a pesar de la censura y del estado de excepción que padeció, logró no enmudecer y amordazar las seguidillas de comunicados y convocatorias para rebelarse en común, distinguiéndose no ya sólo por su autoridad sobresaliente, sino porque ha sido y es un referente autónomo y pacífico. 

Para un mejor enfoque de lo fundamentado en esta disertación, por falta de espacio en su ilustración, véanse sucintamente el resto de los ruedos revolucionarios. Comenzando por el Estado de Libia, requirió de apoyo militar exterior; indistintamente resultaría con la República Árabe de Egipto, al convertirse en independiente, pero para ello, hubo de pagar un alto precio en víctimas.

Subsiguientemente, en la República de Yemen la sublevación truncó la vida de cuantiosos rebeldes y, a día de hoy, se mantiene activa; y en la República Árabe Siria, las pruebas de descontento se han erigido en una guerra civil crónica.

Allí, donde los tiranos contrarrestan toda alternativa, el montante en lamentos y sangre derramada es cada jornada más elevada. Sean los procedimientos o el coste que han de tributarse, la amplia mayoría de sociedades árabes han acometido el mismo itinerario. El antiguo sistema político ha de ser derribado y, por doquier, con sus fortalezas y debilidades se obrará en un intervalo extenso. Quizás, dentro de diez o veinte años, algunos de estos regímenes habrán claudicado a su índole inicua. 

En este sentido, el conocimiento tunecino heredado es llamativo por dos razones. Primero, porque la Revolución hay que considerarla como una contracción relativamente resuelta, poco encarnizada y sin interposición de otros actores; y segundo, la causa de democratización no ha resuelto edificar una democracia contraponiendo fuerzas políticas inconciliables, aunque sea por el sendero electoral, sino con un esfuerzo compartido por lograr el entendimiento entre los dos grandes mecanismos de su sociedad: el modernismo y el tradicionalista.

Años después del declive de Ben Ali, Túnez, está sumida en una espiral todavía tumultuosa en demasiados aspectos, pero, tal vez, el mañana será un paradigma para otros países de su entorno. Si consigue nutrir apropiadamente este consenso e impulsar su armazón económico, se convertirá en un patrón a imitar. 

No olvidemos, que en la base de las demandas confluía el desenlace de las dictaduras y otras administraciones intransigentes, corruptas y vacías de toda legalidad democrática. Entre sus desasosiegos y zozobras, la concurrencia de una alta tasa de población en paro, principalmente inquietante entre el percentil de los más jóvenes, incapaces de obtener un medio de vida, o como emigrantes en un Primer Mundo incomunicado herméticamente. 

Sin soslayar, que Oriente Medio experimentó un encarecimiento de los precios en los productos básicos, fusionado al impacto de la crisis de 2008, haciendo del sostenimiento la única fórmula para sobrevivir con sus frágiles economías al borde del colapso.

En paralelo a lo planteado, la insignificante e incapaz tolerancia al pluralismo político y la libertad de prensa, habían acotado cualquier resquicio de manifestación de cara al resentimiento colectivo, no ya sólo por ser apabullados sin reparo, sino porque el acaparamiento de la esfera política coartaba la existencia de cualquier oposición.

Pero, la ‘Primavera Árabe’ no estuvo generada meramente por factores endógenos, sino también, por impulsos exógenos que demandaban el punto y final de la arbitrariedad occidental, aún vigente desde el reparto del Imperio Otomano en la invasión de Afganistán, Irak o la ocupación de los territorios palestinos por Israel. 

De estos comienzos emanaban otros como la sujeción económica y financiera fomentada con los estados en función de su grado de desarrollo y crecimiento económico, al mismo tiempo, de la geopolítica de los hidrocarburos y la política unilateralista e imperialista, que imponía su voluntad e intereses a contrapelo de otros, subestimando, ignorando y violando las reglas o normas jurídicas implantadas. 

Túnez, tenía unos cuantos faros encendidos para que se diera la consecución del movimiento democratizador: una sociedad avanzada con una clase media instruida y respetuosa, y la circulación de escuelas de opinión laica dispuestas a comprometerse con una agenda islámica, como aspiración definitiva de la Revolución. 

Cada una de las piezas anteriores yuxtapuestas al apoyo occidental mediante el encaje de varias fundaciones políticas y de cooperación económica, en el presente se han armonizado para mantener a raya a los aparatos más extremistas y violentos del ‘Partido Ennahda’, que conserva innegables vínculos con los ‘Hermanos Musulmanes’ de Egipto.

Hoy por hoy, Túnez, enfrenta los amagos repelentes del terrorismo yihadista para el que la ‘Guerra de Siria’ es un refugio y el caldo de cultivo multiplicador. Un inconveniente acentuado por el enclave geomorfológico y la accesibilidad de las fronteras con la República Argelina Democrática y Popular y Libia.

En este momento, el país magrebí está fuertemente supeditado al comercio con la Unión Europea, abreviado, UE: aproximadamente, el 80% de sus exportaciones se envían a las demarcaciones del Viejo Continente. Análogamente, en el plano local es un actor imprescindible para la comercialización, interviniendo en el levantamiento de los muros comerciales con Argelia, el Reino de Marruecos, Libia, Egipto y la República de Turquía. Asimismo, es cofundador de dos foros regionales de señalada relevancia para la expansión de un mercado único como ‘COMESA’ y ‘ECOWAS’.

Teniendo en cuenta que el paisaje al que me refiero muestra una rigidez interna preocupante, ningún partido presente en el sistema, depara instintos anti sistémicos, denotándose una efectiva aportación al diálogo político de la sociedad civil y de los sindicatos. Por otro lado, las Fuerzas Armadas cuidan de su acostumbrado rol apolítico y obedecen a las autoridades designadas.

No obstante, a la hora de la verdad, Kaïs Said (1958-63 años) ha concentrado los poderes, limitando el marco de acción del Parlamento, al verse obstruido en sus actividades legislativas y de control. Concretamente, el ingrediente más peliagudo es el vacío de una Corte Constitucional, la única habilitada para facilitar el carácter provisorio o concluyente en el desempeño del máximo mandatario.

Es por ello, por lo que se entreve el peligro que acontezca una cesión de poderes en ausencia de un Órgano de Control Superior, evidenciando una decadencia de la capacidad de Túnez en esta dimensión. Probablemente, al conllevar una retracción autoritaria, el ejercicio en la separación de poderes, es lo que más impacienta a los Observadores Internacionales. 

Si bien, la disposición de organismos técnicos de rango constitucional, permiten la intervención sobre las autoridades escogidas, en tanto compensan la concentración desproporcionada de poderes. 

Finalmente, Túnez, como otras tantas naciones de su alrededor, desafía una profunda recesión global fruto de la pandemia del COVID-19. Los estudios de crecimiento están a la baja, con todo un montante de cuestiones que literalmente se detienen, lo que induce a un desnivel traumático de ingresos que, igualmente, converge a enormes aprietos para sobrellevar los gastos de funcionamiento en las empresas.

Consecuentemente, en Túnez, deshecha la barrera de la intimidación y el temor, es complicado que el germen de la libertad se eclipse. Más aún, cuando ha sido testigo directo de sucesos terroristas y crímenes de opositores; pero, del mismo modo, del acogimiento de una nueva Carta Magna y la celebración de dos ‘Elecciones Presidenciales Libres’.

Es sabido, que su permanencia yace en pilares inconsistentes y que asiduamente se quebrantan los DH; habiendo invertido el estatus quo territorial hasta poner fin al molde totalitario y dar paso a otras posibilidades geopolíticas, en las que influyen más los ejecutantes locales y regionales, y menos los occidentales. 

Gracias al beneplácito de islamistas y laicos en la cuna que vio nacer los primeros atisbos de la ‘Primavera Árabe’, la transición democrática ya es una realidad. 

Sobraría afirmar en esta narración, que la mejor dirección de desenvolvimiento es la conjunción de una serie de libertades políticas, económicas, religiosas y culturales, con una abundante matriz de iniciativas de asistencia e interlocución interregional. La emisión de entusiasmos e ideales que, por vez primera, se profirieran en Túnez, no dejan de balancearse en un país que es la llave para la paz y la seguridad internacionales, generando desazón y escepticismo ante una praxis que no siempre ha seguido las sendas deseadas por Occidente. 

Y es que, con un rumbo multidisciplinar para la paz y la seguridad internacional, el afianzamiento permisible de un nacionalismo árabe asentado en el Islam político como instrumento aglutinador, frente a una aldea integral y capitalista representada por los Estados Unidos, son incógnitas difíciles de objetar.

El destronamiento de los dictadores por el apremio ciudadano ha oscilado de tal manera, que no sería admisible improvisar la resignación tajante a un orden trajeado con las indumentarias de la religión. El avispero integrista perdura en dimensiones que Occidente parece minimizar o no querer advertir, en cuanto a su umbral y contingente político. 

Los automatismos culturales prosperaron a una sociedad secular o experimental, que se agrupó en sí misma y careció de creencias, pero en donde la superstición permitió sustituir la religiosidad por un único ídolo, lo social, sin que propiamente incidiera el cristianismo político. 

En contraste con el mundo árabe, milita un Islam político que paradójicamente se ha reforzado con los acontecimientos de 2010-2012: aún es un secreto a voces, si este estará en condiciones de desplegarse hacia atajos democráticos y en el acatamiento de los DH. Lo específico es que las fuerzas concéntricas en juego hallen una metodología de convivencia y ecuanimidad diferente a las que resaltaron en las últimas décadas.

Al cierre de estas líneas, Túnez, registra una tendencia resbaladiza para que emerja un ordenamiento estable y la parte religiosa se intrinque considerablemente. 

Si ‘jazmín’ abraza en su raíz la significación de ‘abatimiento’, el despertar al que dio lugar la emanación de su sobrenombre, preserva iluminado el anhelo y la convicción de un conflicto intergeneracional que, a la par, ha de añadírsele el intrageneracional, retando a mujeres y varones, sin dejar al margen otras variables socioeconómicas que desmiembran la configuración de ambas disyuntivas. 

La evolución de las relaciones entre los sexos depara importantes cuotas de resistencia, en lo que atañe a la embocadura de la igualdad; al igual que proliferan fórmulas individuales y colectivas para ensamblar la tradición religiosa, modernidad occidental y las oleadas del ocio, el consumo y los medios de comunicación.

Examinar el trazado implícito de quienes están contenidamente agraviados, resentidos y decepcionados prestos para la movilización, no equivale a implantar una conexión mecánica de causa-efecto entre la inercia y los fracasos cosechados con el detonante de una Revolución.

Esta es la situación fluctuante de la República Tunecina.

Publicado en el Diario de Información Autonómica el Faro de Ceuta y el Faro de Melilla el día 21/VIII/2021. 

Las fotografías han sido extraídas de National Geographic de fecha 18/VIII/2021.

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