La cacerolada independentista

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Echo mucho de menos a los partidos políticos constitucionalistas, en la defensa de nuestra imagen internacional, ante los continuos ataques que a la imagen de España realizan en el exterior los grupos independentistas catalanes, que no se ponen de acuerdo entre ellos con su popurrí de siglas en permanente cambio, pero sí a la hora de realizar campañas millonarias de propaganda en el extranjero, para ponernos a parir, al amparo de un dinero del que desconozco su procedencia pero que lleva el perfume del erario público.

Ante esa unidad de acción de quien decide situarse al margen de la legalidad y fuera del marco de la Constitución Española, no veo la reacción necesaria por parte de aquellos partidos que defienden la unidad nacional. No la veo, al menos en el extranjero ante las campañas de difamación que se hacen sobre la realidad de nuestro país.

Estoy muy cansado de las visitas fantasma de los independentistas a estados en los que sólo se pretende hacer ruido y en los que, dicho sea de paso, los gobernantes de turno, afortunadamente, ni se dignan a recibir a las desautorizadas “autoridades” catalanas. Pero ahí siguen, de cacerolada internacional, mientras nadie mueve un dedo, ni por evitar que nos llenen de mierda al resto de ciudadanos españoles, ni para parar que sigan ensuciando la imagen de nuestro país ante el concierto internacional.

Ahí es donde echo de menos la unidad de acción de quienes se llenan la boca, y los mítines, con la defensa de los símbolos patrios y de la unidad de la nación. Me produce un sarpullido intenso ver como no son capaces de actuar de forma conjunta ni en eso. Una pena, porque hay intereses de país que están muy por encima de los intereses de partido. Claro, que se me olvidaba decir que se acercan elecciones y más vale vender la imagen del enfrentamiento entre ellos, no vaya a ser que se deslice algún voto en el sentido equivocado. En fin…

Además, ya no es sólo una cuestión estética, de imagen. No. Es una cuestión de dignidad. No es verdad las mentiras que sueltan en sus campañas internacionales. En España, ni hay pueblos oprimidos, ni hay minorías políticas perseguidas. Nadie, desde que tenemos la Constitución en vigor, ve conculcados sus derechos humanos. Todos, desde Cáceres a Barcelona, pasando por Valencia, somos ciudadanos libres e iguales, a Dios gracias. Claro, este argumento no es válido desde sus posturas supremacistas que les hacen creerse superiores a los demás. Su reclamación del pretendido derecho a la independencia parte del postulado reaccionario de su superioridad al resto de sus conciudadanos. Y mienten al venderse como un pueblo oprimido mientras llaman fascistas a muchos de los que lucharon por la libertad contra una dictadura.

El derecho que reclaman para ellos a decidir es el mismo que nos niegan a los demás que, a sus ojos, “somos como de segunda fila, bajitos, morenos, feúchos y, de paso, bestias pardas defectuosas y sin mucha capacidad para pensar”. En fin, puro fascismo de la más rancia y vieja estofa reaccionaria y absolutista.

Afortunadamente para todos, incluso para ellos, por mucha pancarta que exhiban en inglés o en arameo, solo les hace caso la ultraderecha flamenca. Curioso cóctel que nos lleva desde un extremo a otro pasando por el histriónico autoexilio de un fugado de la justicia. Claro, así refuerzan su propia imagen en el interior ante los ciudadanos catalanes que, dicho sea de paso, se desilusionan ya ante una autoproclamada república que cada vez más se parece a la Península Barataria de Sancho Panza que a la ensoñación onírica de Alicia en el país de las maravillas.

Cuando nos insultan, nos difaman, nos vejan, mienten sobre la realidad española, arrastran nuestros símbolos y cuestionan nuestra inteligencia, aunque nadie los escuche ahí fuera a tenor de lo que leo en la prensa internacional, sólo pido unidad de acción, por una sola y puñetera vez, a los partidos políticos mayoritarios. Den por nosotros la cara en Europa como una sola voz en defensa de la imagen de España como Estado de Derecho.

Paren de una vez, con todos los medios de nuestra democracia, el ruido de esa cacerolada.