“ La participación del Ejército en la Semana Santa, un patrimonio inmaterial que refrenda tradición, cultura e historia”

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Un año más, tras la primera luna llena que sigue al equinoccio de la primavera boreal, la fusión de las tradiciones castrenses junto a los actos religiosos que se incardinan en esta larga Historia, se hace más que ostensible en la Semana Santa o en la Semana Mayor católica.

Porque, es más que una certeza, que las Fuerzas Armadas de España, están representadas lustrosamente por las diversas unidades que la aglutinan y que conservan una especial vinculación con las diversas Cofradías y Hermandades que residen, en su venerable misión de acompañar a los pasos procesionales que, como una herencia enraizada, no se ha desvanecido en el tiempo.

Irremediablemente, ha quedado esa estela indeleble del afecto en quiénes han tenido la dicha de desfilar, refrendando una parte de esta memoria fuertemente vinculada que armoniza tradición, cultura e historia.

De manera, que los militares que voluntariamente desean participar procesionando, viven simultáneamente un sentimiento que renace, se alimenta y florece en esta piedad popular, constatándose una vez más, la plena integración y excelente sintonía que confluye entre el ejército y la sociedad española.

Haciendo mías las palabras del Papa emérito Benedicto XVI, en el discurso pronunciado a los Ordinarios Militares en Roma el 22/X/2011, S.S. decía literalmente: “La vida militar de un cristiano, debe ponerse en relación con el primero y más grande de los mandamientos, el del amor a Dios y el prójimo, porque el militar cristiano está llamado a realizar una síntesis mediante la cual sea posible ser también militar por amor, cumpliendo el ministerium pacis inter arma”.

Ellos y ellas, nuestros soldados, en medio de las inseguridades de las armas o en épocas de paz o de lucha, de algún modo, hacen suyas la máxima expresión del santo evangelio: “nadie tiene amor más grande, que el que da la vida por sus amigos”.

El militar de nuestro tiempo y de este contexto cultural, comprende que su profesión entraña, sobre todo, combate, pugna, peligro y determinación a la hora de ofrecerse por el bien de todos. Para ello, requiere de valores y virtudes que lo faculten para afianzar la seguridad de sus compatriotas mediante el desvelo y la sensatez, pero, alcanzado el instante que jamás hubiese querido, deberá librar la madre de las batallas para adueñarse de la paz y la libertad.

Ya, en el transcurrir de los siglos, han existido multitud de efemérides y aquellas otras, que aún permanecen calladas en el anonimato, hechos memorables que han permitido grandes y gloriosas hazañas.

Este parentesco fraternal es una cuestión intrínseca a la vocación militar, porque, es un signo en el vivir cotidiano de los activos de las Fuerzas Armadas.

Esta mano extendida de hombres y mujeres que nos conceden el amparo armado, siempre está dispuesta a ser el brazo derecho y apaciguar la profunda consternación de propios y ajenos en ese ejercicio sigiloso, al que se prestan a ser artífices de la paz entre las armas.

Pero, mismamente, envueltos en un mismo uniforme y una misma bandera, son consecuentes que, engalanados cadenciosamente con su porte al compás de sonidos provenientes de la sincronización de costaleros, varales o candelería, se hacen sentir más próximos ante el esfuerzo devoto de nazarenos y penitentes, que junto a las tallas, palios, bambalinas y mantos que se mecen bajo el aroma entremezclado de flores, cera e incienso, se prenden en una conjunción perfecta de emoción, aplausos y lágrimas.

Con estas premisas iniciales, un año más, los titulares de las distintas Cofradías y Hermandades de la geografía española, volverán a salir a las calles para realizar su Estación de Penitencia, como testimonio de la religiosidad cristiana que conduce la vida de una parte significativa de las personas.

Y lo hacen, sabedores que ahí estarán una vez más estos soldados siempre virtuosos y abnegados, escoltando solemnemente las diversas procesiones, empleando la cortesía militar por deferencia a la condición de un acto público, conforme lo dispone el Reglamento de Honores Militares, porque, ya no se concibe este ambiente cofrade sin la presencia indiscutible de los componentes de las Fuerzas Armadas.

Consiguientemente, ahí quedan algunas de las connotaciones principales, que seguidamente referiré entre las páginas ilustres de la Semana Santa de España, porque sería imposible nombrarlas en su conjunto, durante estos días intensos de pasión con el rastro distinguido del colectivo militar.

Entre ellas podrían destacarse el Santo Entierro de Zamora cuya talla pertenece al año 1593; Jesús del Gran Poder de Sevilla de 1620; la Quinta Angustia de Valladolid de 1625; la Esperanza Macarena de 1670; el Cristo de la Redención de Málaga de 1675 o las filigranas barrocas de la Semana Santa murciana pertenecientes al siglo XVIII, entre otras.

Por lo tanto, es más que evidente, la contribución sobresaliente de comisiones, escoltas, compañías o piquetes de honores en las Cofradías y Hermandades de España, que se combinan en esta degustación militar y religiosa plenamente compenetradas, otorgando el deleite al paladar, el encanto a los ojos, el primor al oído o la exquisitez al tacto, pero, sobre todo, la complacencia y felicidad de quiénes hacen resplandecer el exorno floral con bellos tonos de colores, para acuñar la idiosincrasia cofrade de los cortejos pasionarios que elegantemente discurren.

Devoción, peticiones y un amplio abanico de sentimientos reaparecerán en avenidas, calzadas, callejuelas, empedrados y adoquinados hasta tomar primorosamente la carrera oficial, entre los que brillarán por antonomasia, esos soldados que subliman la espiritualidad de servicio a la Patria fortaleciendo el alma, porque, sienten el deber apremiante de ser los constructores de la paz y el baluarte de la seguridad, por el bien de todos.

Luego, con la gracia de los claveles, orquídeas, jazmines, lirios o rosas, o quizás, de helechos o buganvillas, pero, sobre todo, de la flor de azahar, cuyo fruto es la naranja que inunda los árboles durante la época de primavera, así como sucesivamente comienzan a teñir las copas de puntos blancos, tan pronto como comienzan a abrirse, empiezan a desprender esa esencia que es la propia de esta atractiva y acogedora Nación.

Porque, España, en cada uno de sus lugares más insignificantes, se colma de este bálsamo aprisionado y como el olfato es el sentido que nos reporta a la memoria, irremisiblemente nos evoca a tiempos resplandecientes de lo que será el preámbulo de esta semana grande de pasión.

Y, es que, esta fragancia divina de olor a azahar, graciosamente se mezcla con el intenso aroma del incienso celestial.

Ya no queda pretexto para que podamos refundirnos ante este exquisito paisaje de ambiente cofrade y de túnicas y capirotes, porque es el turno de las galas florales que reúnen los soportes y las rejillas en los que meticulosamente se han puesto las flores recientemente cortadas y, donde, los pasos han quedado punto por punto adornados en el trono y en esa talla sagrada, que, entre aclamaciones y aplausos, segundos más tarde se elevará por encima del hombro, bajo el temple de aquellos benditos costaleros.

Ornatos florales que místicamente están trenzados con Nuestro Señor Jesucristo o Nuestra Señora la Virgen Santísima, reteniendo en nuestras pupilas la pureza o el sacrificio, o, a lo mejor, la última cena de Jesús o la llegada a Jerusalén entre las palmas.

De forma, que cada adorno floral encarnado durante esta semana, forma parte de los instantes recapitulados en las sagradas escrituras.

Ahí quedan en el recuerdo, el matiz rojo de los claveles, siempre más intenso al rememorar el sacrificio de las imágenes bíblicas, en tanto, que inmortaliza la efusión de sangre, donde un manto de cientos de flores tapiza el eterno recorrido de Cristo aprisionado y en penitencia.

Igualmente, ante nuestros ojos aparecerá ese tinte morado de los lirios, reflejo del sufrimiento padecido y que cubre el calvario como huella identificativa de la Pasión de Cristo. Pero, tampoco será menos, ese blanco de los claveles o rosas acrisolado con llantos, que engalanan la pureza de la Virgen, siempre serena con su mirada suplicante y lágrimas en su rostro de profundo dolor por el fallecimiento de su hijo.

Y, como no, en las estaciones de pasión, irrumpirá espontáneamente la lluvia incesante de pétalos de flores que inundan de fragantes notas la exaltación de la saeta, donde ahí estarán silenciosas esas mujeres vestidas de mantilla con negro riguroso y que se hace compatible con la elegancia más refinada.

Corresponde entonces considerar, que la Semana Santa de España, forma parte de la razón de ser de sus Ejércitos, porque, quienes desean concurrir con carácter personal y voluntario, saben de antemano, que serán testigos directos de excepción de una larga tradición popular que cuenta con décadas de historia, respondiendo al acervo cultural y a una de las costumbres más arraigadas.

Estos desfiles bíblico procesionales que despiertan múltiples elogios y ovaciones en cada cortejo con sus pasos específicos, hoy en día no se concebirían sin la presencia indiscutible de determinadas unidades del Ejército, que no dejan ni un solo instante de ser aclamadas y observadas con entusiasmo, acompañando y escoltando dignamente las imágenes religiosas. Una simbiosis única, que forma parte de un patrimonio inmaterial que, en ocasiones, no se valora en su justa medida.  

En España, la inclinación de rendir culto público procesionando esculturas de Nuestro Señor Jesucristo, Nuestra Madre la Virgen María o de los santos, se remonta a más de cinco siglos de antigüedad. Ya, en la Edad Media, surgirían las primeras muestras, teniendo su origen inicial en los gremios. El recogimiento medieval se constituyó en una fórmula de afirmación comunitaria, porque los cristianos de aquel momento vivían la fe como una práctica colectiva y, por consiguiente, obligatoriamente compartida.

Con los gremios, fueron surgiendo las primeras cofradías o hermandades de piadosos de una imagen concreta a la que estaban unidos, bien, por la profesión, estamento o zona de residencia. Aunque, actualmente pueda contemplarse como algo insólito, hasta no hace mucho tiempo, la religión prácticamente lo absorbía todo, hasta la parte más intrascendente del relato habitual de las personas.

Así, un ciudadano español de esta época podía estar sujeto a una imagen sagrada determinada. Tanto Cristo, como los santos y las distintas advocaciones marianas, concedían protección frente a los infortunios de la vida, que, por cierto, eran muchos.

Tal vez, el indicativo de una sequía o una enfermedad o, acaso, una guerra. Pero, ante tales adversidades, el culto a las imágenes originaba confianza, sosiego y ánimo en momentos difíciles de sobrellevar.

Sin embargo, las procesiones de Semana Santa no se oficiaron en la Edad Media o, al menos, no ha quedado justificado documentalmente. Las manifestaciones devotas y de la semana de pasión no comenzarían a mostrarse hasta mediados del siglo XIV, con la irrupción apesadumbrada de la epidemia de la peste negra.

Acontecimiento que arrasó a la urbe europea, donde regiones enteras quedaron despobladas y otras se arruinaron al perder entre el treinta y el cincuenta por ciento de los habitantes, en apenas pocos meses.

Tal fue la virulencia de la infección, que en algunos territorios de España perecieron dos de cada tres habitantes, que terminó padeciendo los efectos desencadenantes de esta pandemia y que como en otros tantos lugares, llevaría aparejadas secuelas políticas, económicas y religiosas.

Paulatinamente, hasta bien entrado el siglo XVI, no comenzaría a surgir el germen de la Semana Santa, cuando poco a poco fueron resultando las cofradías penitenciales y con ellas los desfiles de congregaciones de flagelantes, hasta originarse finalmente la inclusión de la imaginería en las procesiones.

Posteriormente, después de tantísimos siglos de camino, la penitencia pascual se ha incrustado en la praxis cultural del Pueblo de España, modelándose con ella la identidad común de los Ejércitos, hasta concederle al culto católico el carácter de Estado. Configurándose en una pieza clave de proximidad, identidad y confluencia en el sentimiento vivo de las Fuerzas Armadas.

Lo que, de principio, supondría una réplica inadecuada, para quienes rechazan esta contribución militar en los acompañamientos procesionales.

Un debate promovido al entrar en colisión con el principio de aconfesionalidad del Estado y, por ende, al descarte en actos religiosos de instituciones estatales como las Fuerzas Armadas.

Dando lugar a la confusión, como a un cierto grado de oscurantismo con respecto a la normativa en vigor, e incluso, teniéndose la valoración equívoca, que esta colaboración castrense vulnera lo explícito, cuando el artículo 16.3 de la Constitución Española lo determina de modo irrefutable: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.

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Es imprescindible esclarecer que la aconfesionalidad del Estado entraña neutralidad en lo religioso, pero no suprime las necesarias relaciones de cooperación, ya que dicha aconfesionalidad no conjetura la laicidad de otros estados de nuestro escenario. Es decir, el Estado no debería imposibilitar cualquier asistencia de organismos estatales en ceremonias religiosas.

Pero, para eludir las posibles tergiversaciones que pudiesen derivarse, pronto se dispuso de una norma que agrupara y codificara este derecho.

Con tal finalidad, se publicó el Real Decreto 684/2010, de 20 de mayo, (BOE. N.º 125 de 22/V/2010), por el que se aprueba el Reglamento de Honores Militares, que, en su Disposición Adicional cuarta punto 2, que hace referencia a la participación en actos religiosos, establece que: “Cuando se autoricen comisiones, escoltas o piquetes para asistir a celebraciones de carácter religioso con tradicional participación castrense, se respetará el ejercicio del derecho a la libertad religiosa y, en consecuencia, la asistencia y participación en los actos tendrá carácter voluntario”.

Efectivamente, nuestros soldados, partiendo de la decisión personal a la hora de participar en las procesiones, no entran en contradicción con los deberes de esta profesión de armas, sino, que, por el contrario, contribuyen a la unidad de vida y acción común, adoctrinándose en el crecimiento continuo de las virtudes espirituales, para dignificar el cumplimiento de los preceptos constitucionales en consonancia a la defensa, la libertad y la seguridad de España.

Esta fraternidad de fondo es algo intrínseco a la vocación militar, enarbolándose desde tiempos inmemoriales a los vínculos entre las Fuerzas Amadas y las corporaciones penitenciales de culto, siendo inmutable y recóndita en su contenido y sustentada en una recíproca colaboración.   

A tenor de lo declarado en estas líneas, es sencillo reflexionar el peso que contrae este nexo intachable, antiguo en la historia y contemplativo en los tiempos, que es retratado como una de las estéticas más familiares y predilectas de la Semana Santa española.

Por todo ello, que numerosas de las unidades de los Ejércitos de España acompañen a los Sagrados Titulares en su discurrir por las arterias de este País, a buen seguro que complementa todo el complejo mundo de realidades históricas, contenidos simbólicos, pálpitos personales y esos lazos de unión institucionales que se han ido entretejiendo y que, entre todos y todas, debemos salvaguardar.