Lo que el mundo le debe a España

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Todos vosotros conocéis lo que le dijo el Papa emérito Benedicto XI al ex ministro de interior Don Jorge, en la presentación del libro de  Alberto Bárcena  “La pérdida de España”.

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Esto me llevó a buscar en mi biblioteca un libro titulado “Lo que el mundo le debe a España”, cuyo autor es Luis Suárez, académico de la Historia de Madrid, …, y que en Ariel ha publicado, entre otros títulos, Fernando el CatólicoIsabel I, Los judíosFranco y Don Juan.

En este ensayo, Luis Suárez destaca, una a una y en conjunto, las aportaciones hispanas, desde los inicios mismos del cristianismo y nos ofrece la grandeza de España, situándola en el lugar que le corresponde: el de portadora de unos valores profundos y un quehacer único que contribuyen, a su vez, a la grandeza de Europa y del mundo occidental.

Tras su lectura, descubriremos la importancia de estudiar y transmitir los valores que han propagado cada una de las naciones europeas a la construcción de su cultura. Pero en este breve ensayo, fruto de los logros obtenidos por la copiosa bibliografía que incorpora, se intenta destacar las que, en su día, fueron riqueza de los españoles.

Europa debe a España la Reconquista, que no es únicamente una defensa militar contra el islam, sino el recobro de esa forma de cultura. El arzobispo de Toledo, venido de Francia, creó un equipo de traductores y rescató la ciencia helenística a través del árabe y con la ayuda de los judíos. Así pudo Europa recobrar a Aristóteles y a través de él también la herencia de un saber que, por la vía de San Isidoro habría de dar vida a las universidades.

Probablemente la aportación más decisiva en estos siglos medievales fue la creación de esa forma de estado que llamamos Monarquía. Luis Suárez explica importantes hechos a Europa, citando lo que fue la que llamamos “reforma católica española”, adelantándose a la de Lutero. Pues se defendía desde España que el ser humano no es simple individuo de una especie, sino persona en quien concurren especialmente dos dimensiones: el libre arbitrio, que es lo que convierte la libertad en responsabilidad y no en simple independencia, y la capacidad racional que alcanza incluso al conocimiento especulativo. Europa aprendió de este modo que no es sólo la “ciencia moderna” la que debe preocuparnos. El ser humano es capaz también de descubrir qué es lo bueno, lo bello y lo justo. Sin lo cual, indudablemente, el conocimiento se convierte en algo limitado.

Un aplauso sonoro a Luis Suárez por el trabajo realizado, y publicación de este libro, otro aplauso para D. Benedicto XI que demuestra conocer la Historia de España, quizá ha leído este libro, y otro a Don Jorge, por haberlo contado con la intención de darnos a conocer el mensaje de esperanza del Papa, cuando aconseja a D. Jorge la lectura del evangelio según san Mateo (8, 23-27)

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo: «¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados: «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!»

La barca iba a la deriva, el viento arreciaba, el miedo de los discípulos iba en aumento. En el mar de la vida nunca estamos a salvo. Por muchas previsiones y seguridades, por muchos avances tecnológicos, estamos rodeados de fragilidad. Vivimos convencidos de que nunca estamos del todo en nuestra casa en este mundo que creemos haber dominado. Por muy escondido que esté el miedo debajo de la línea de flotación, ¡la tempestad es la compañía obligada de la travesía humana! Problemas y dificultades tendremos siempre. El mal acecha constantemente nuestra vida. Lo estamos viviendo ahora con el tremendo y mortal coronavirus.

«Jesús increpó vivamente a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma». La presencia en nuestra vida de Jesús y su Evangelio nunca cultivará nuestro miedo. Aunque Jesús no haya eliminado el misterio del mundo, ni haya dado soluciones concretas a las dificultades de nuestra existencia, sí ha levantado los ojos al cielo con una dulce seguridad y ha murmurado el nombre del Padre. No nos ha invitado a dirigirnos a tierra firme, sino a proseguir en la aventura de la fe.
Aquí reside nuestra seguridad y calma: Saber que en nuestro barco va un pasajero a bordo. ¡Un polizón que ha cogido el timón de nuestras vidas y nos llevará a buen puerto!