Los problemas raciales arrecian vandanlizando monumentos ilustres (II)

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© Foto: National Geographic de fecha 15/VI/2020, la breve reseña insertada en la imagen iconográfica es obra del autor

Las tensiones sociales que serpentean a más no poder en los Estados Unidos tras el reciente asesinato de George Floyd, han suscitado un mar de acusaciones y un alud de furia generalizada en monumentos y estatuas que se han extendido como la pólvora hasta lugares distantes. Muchas de estas esculturas quedan a merced de la devastación, hasta el punto, de determinarse su retirada de las vías públicas.

Pongamos como ejemplo, los actos vandálicos en la figura de Cristóbal Colón o Cristoforo Colombo (1451-1506), que injustificadamente se han recrudecido formando parte de una manipulación histórica, al arremeter brutalmente contra la memoria del navegante bajo recriminaciones de genocida.

Al hilo de la estela del pasaje que antecede a este texto y que aborda el resurgimiento del racismo como anomalía social y política, incuestionablemente, en estos últimos días embadurnados de protestas raciales como forma de dominación en unas sociedades pluriétnicas y multiculturales, este fenómeno se hace más visible en el imaginario colectivo de los grupos sociales y étnicos; pero, con un silencio cómplice e invisibilidad teórica en ciertas referencias, se estigmatiza como un viejo problema que continúa enquistado.

Con lo cual, la regla de oro tan necesaria como imprescindible en los tiempos post-covid, me refiero a las normas de distanciamiento sociales al objeto de evitar los posibles contagios, se desarrolla con actitudes peligrosas de negación a la pandemia, sin percepción del riesgo y alentados con el resentimiento.  

A pesar del paisaje desolador que deja del SARS-CoV-2, no ha impedido que el movimiento contra el racismo sistémico y la violencia policial desencadenada, hayan abierto un nuevo frente: la memoria histórica de EEUU.

Sobraría decir, el aislamiento y reclusión de numerosas esculturas de los Estados Confederados, protagonistas en su día de la supremacía blanca y la esclavitud en la Guerra de Secesión (12-IV-1861/9-IV-1865). La indignación también se ha apoderado de los homenajes que durante siglos se han realizado a Cristóbal Colón, culpabilizándolo del abuso ejercido sobre los indígenas americanos.

Tras semanas desde que saltase la chispa en Minneapolis, las reprobaciones se han generalizado hasta hacerse global. Los saqueamientos e incidentes virulentos registrados en los primeros días, han ido simplificándose conforme se han precisado las reivindicaciones de los manifestantes.

Gobiernos locales y nacionales de varios estados han informado de reformas legislativas. En EEUU, el último ha sido el distrito de Columbia que abarca la capital del país, Washington, donde se han sancionado una serie de enmiendas entre las cuales, se excluye la posibilidad de contratar a agentes de la policía con dudosa fiabilidad, así como el deber de hacer transparente las señas de identidad de quienes hagan un uso desproporcionado de la fuerza.

En otras metrópolis como Los Ángeles y Nueva York, se ha decidido prescindir de la financiación de los cuerpos de policía y reservar dichos fondos a los servicios sociales. Mientras tanto, en el Congreso se debate un Proyecto de Ley, promovido por la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes, que propone la más ambiciosa intervención federal en la policía de la historia reciente. Pero, a nadie se le escapa de esta situación, que, a cinco meses de las Elecciones Presidenciales, el fallecimiento del afroamericano ha agitado la cronicidad de los excesos de la policía entre la población negra.

Luego, ¿por qué la voz popular se agarra en destruir parte del pasado? Si bien, se ha acrecentado la polémica que circula en torno a la gesta de Cristóbal Colón, que en Estados Unidos se relaciona más a su procedencia italiana, que con España al servicio de la Corona de Castilla.

Sin embargo, sus efigies erróneamente se vandalizan como un lastre del racismo, colonialismo y esclavismo.

De hecho, tal como he indicado en el anterior relato, un movimiento de revisionismo histórico refuta su mitificación como descubridor benefactor. Incomparablemente, ¡no soslayemos, que España ratificó diversas leyes para salvaguardar a las poblaciones de América!, en contraposición a otras naciones que colonizaron otras partes del mundo, con formas no demasiado apropiadas.

En esta coyuntura, la Monarquía Hispánica veló por los residentes de sus nuevas conquistas, desplegando toda una reglamentación avanzada que se refleja en certezas como la encarcelación, el retorno a España e incluso, la condena de personalidades del Imperio. Sin ir más lejos, Cristóbal Colón, mal administrador, pero, sobre todo, atroz y cruel tanto con las poblaciones autóctonas como con los europeos, sería llevado de regreso a la Península Ibérica e inmediatamente, encerrado por sus abusos.

En alusión a lo antes referido, me ceñiré a un artículo titulado “Cinco razones para reivindicar hoy a Cristóbal Colón”, firmado por ‘The Hispanic Council’, un Instituto de Investigación Independiente que fomenta los vínculos entre España y América y que divulga la herencia cultural Hispana.

Con motivo de estos actos vandálicos, este Instituto ha publicado el ‘Manual práctico para entender la figura de Cristóbal Colón’: ‘¿Columbus day? Sí, gracias’, perteneciente a doña María Saavedra Inaraja. La historiadora reconoce que “las estatuas levantadas a Cristóbal Colón en todo el mundo, especialmente en Italia, España, Iberoamérica y los Estados Unidos, tienen como finalidad ensalzar la aportación histórica del personaje”.

Del mismo modo, puntualiza, “que desde los Reyes Católicos, las leyes españolas consideraban a los habitantes nativos en igualdad de derechos y obligaciones, que a los habitantes de la España Peninsular”.

Literalmente, pone un claro ejemplo con el que se descartarían las suspicacias y recelos en la persona del descubridor: “La Reina Doña Isabel ordenó a su confesor, Francisco Jiménez de Cisneros, que organizase las cosas de manera que aquellos indígenas que fueran traídos por Colón como esclavos, fueran devueltos a su tierra. Viajaron así, en compañía de un grupo de franciscanos: 14 nativos americanos, once varones y tres mujeres”.

De lo que se desprende, que la disminución de la urbe nativa esencialmente se originó por la propagación de enfermedades infecciosas: “Es evidente que hubo episodios de violencia condenables y de hecho, fueron perseguidos y castigados por las leyes españolas, pero afirmar que la violencia fue el factor principal que mermó a la población local, es falso”.

Y no hablemos del mestizaje, que es la demostración irrefutable de las políticas de España en América. En comparación a otros actores, con métodos enmarcados en la matanza de los autóctonos del suelo invadido. Con sus luces y sombras, la combinación cultural de españoles y vernáculos, es una confirmación de cómo España afrontó su presencia en estas tierras.

No obstante, el legado del expedicionario por su empresa en la prolongación de la ‘Terra Incógnita’ y la recalada de los europeos al continente, es cuestionado en EEUU. Estado por el que jamás anduvo, pero cuya capital refrenda su nombre: Distrito de Columbia. El ‘Almirante de la Mar Océana’ que ostentó, título otorgado el 17 de abril de 1492 por los Reyes Católicos en las Capitulaciones de San Fe, forma parte de las figuras históricas que más dicotomía produce, porque injustamente se le culpabiliza del mayor genocidio de la Historia.  

Un genocidio, según refiere la Real Academia Española, RAE, “es el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”.  

Es indudable que el proceder de Cristóbal Colón en las Islas del Caribe, distaron mucho de haber quedado como un modelo de buen gobierno y moralidad; pero, enmarcarlo como el artífice y hacedor de esta operación inhumana, no es de recibo, porque no contribuyó como tal, en ningún genocidio.

El preámbulo de un Nuevo Mundo en los límites más ignotos de la Tierra, conjeturaría un cambio de paradigma que del cosmos asumía el hombre renacentista. Europa, halló el patrón para esparcir su control apuntalado en una superioridad tecnológica, que adquirió no muy buenas sensaciones para aquellos pobladores naturales.

Los años que acompañaron al advenimiento de Cristóbal Colón al Caribe, no pudieron ser otros que el de enfermedades euroasiáticas transmitidas vertiginosamente por el continente, ocasionando un exceso de mortalidad al igual, que el crecimiento de la comercialización con Asia a través de la ruta de la seda. Presumiendo la irrupción en el Viejo Continente de la peste negra, que un siglo y medio antes, había catapultado a más de una tercera parte del conjunto poblacional.

Ni Marco Polo y ni mucho menos, Cristóbal Colón, deben considerarse como genocidas. Y para más infamia, la destrucción se materializó en posesiones y dominios en los que la Corona Española no gozó de su soberanía. El propósito del ensanchamiento geográfico, se modulaba en la conversión de los patrios al cristianismo, pero no a sus crímenes. Allá donde España malograba su autoridad, penetraba apresuradamente la esclavitud. Asimismo, las colonias británicas de América del Norte implantaron una política de posesión territorial, en el mejor de los casos trasladando, pero en su amplia mayoría pasando a cuchillo a aquellas gentes, o enclaustrando a los que a duras penas lograban escapar del infierno más atroz.

Cabrían destacar algunos datos que refrendan lo planteado: el núcleo oriundo en Canadá alcanzo el 4,4%; en EEUU, escasamente llegó al 0,92%; toda vez, que en Perú, los nativos o mestizos abarcaron el 85%; por el 88% en Bolivia y el 90% en México.

Visto y no visto, el 12 de octubre encarna muchísimo más que la llegada de los españoles a América. Si acaso, se infundió el esparcimiento en la conceptualización de la igualdad. Dando pie a innumerables percepciones y doctrinas, que, a la postre, se tornarían en la razón de ser del Estado Liberal. No pudiéndose sentenciar los hechos del ayer tan remotos en el tiempo, con un prisma actual.

Si nos dejamos llevar por el engaño de ignorar las barbaridades consumadas en nombre del Imperio, las únicas leyes que se consignaron para el amparo de los autóctonos en América, recayeron del lado de España y cuando el Imperio se desmoronó, los indígenas quedaron desprovistos de esta protección.

Este acaecimiento que sellaría el devenir de los avances, ha de concebirse en clave a sus coordenadas y contexto. El patrimonio de Cristóbal Colón no es ni mucho menos sus actividades como gobernador, que como es sabido, quedaron reprobadas y censuradas. La fortuna de los españoles en América es la Hispanidad: la igualdad, simbolizada en los derechos del individuo por el mero hecho de existir y ser humano.

Quienes ambicionan eclipsar este reconocimiento en los espacios públicos o privados, impiden proyectar la integración del mundo en una narrativa Histórica Universal. Quizás, la turba que derriba monumentos y los pintarrajea, deba interpelarse acerca de un pretérito más cercano, o sobre las disposiciones que en nuestros días han de tomarse para preservar los derechos de los ciudadanos.

Si echamos abajo, como llanamente expresaríamos, los monolitos de Cristóbal Colón porque consintió la esclavitud, prácticamente, no quedaría en pie ninguna imagen, figura, talla, relieve o busto encumbrado a los hombres de la mar, o políticos y literatos, que apoyaron o impulsaron a sociedades con esclavos.

Si fuese así, podríamos comenzar derribando las efigies del emperador azteca, Cuauthémoc, conocido por los conquistadores como ‘Guatemuz’, el último tlatoani de México-Tenochtitlan; o los torsos de cualesquiera de los presidentes americanos anteriores a la Guerra Civil.

Actualmente, otros bajorrelieves como el vinculado a Juan de Oñate y Salazar (1550-1626), con viajes legendarios a las llanuras americanas y al Suroeste del país, han sufrido importantes desperfectos en su base derivados de la severidad de un pico.

Curiosamente, la ira que en estos días se infunde en otras esferas como Francia, conserva un paralelismo enrevesado y contradictorio con EEUU. Es incontrastable la concurrencia de semejanzas y comparaciones, porque ambas naciones se circunscriben en el presidencialismo: el ocupante del Elíseo, Enmanuel Jean-Michel Fréderic Macron (1977-42 años), posee más poderes constitucionales que el inquilino de la Casa Blanca, aprisionado por el Congreso.

En París, se desenmascaran avenidas y plazas con vestigios escultóricos y hasta en estaciones de metro se consagran a los líderes americanos. Aunque, existe una insinuación a contemplarse algunas esencias comunes al otro lado del Atlántico, por más que el Estado galo ayudara a la Independencia norteamericana con el general Marie-Joseph Paul Lafayette (1757-1834), considerado uno de los grandes héroes.

Hoy, ser inflexible con las políticas estadounidenses y su sistema socio-económico, parece que se encuentra en los genes de los franceses contemporáneos; pero, resultaría una ofensa comparativa si se admitiese, que Francia y EEUU tienen parecidos.

Adelantándome a lo que expondré en las conclusiones, en todo racismo se oculta un entorno asimétrico de hegemonía cultural, político y económico, en el que la Administración y sus aparatos ideológicos y restrictivos, despliegan una técnica de dominio.

Sin dilación, ¿qué otras figuras emblemáticas padecen el furor implacable de los manifestantes? Siendo realmente imposible recapitular a todas las que se levantan a lo largo y ancho de las sociedades cosmopolitas, entre ellas, podrían subrayarse:

Primero, la estatua del primer ministro británico Winston Leonard Spencer Churchill (1874-1965), vandalizada y teñida con grafitis con señas como la de “racista”. Igualmente, el Churchill de Praga, talla elevada en 1999 e inaugurada por Margaret Hilda Thatcher, ha terminado en idénticas condiciones. Con la sospecha que se destruyan las restantes por el movimiento ‘Black Lives Matter’, se ha optado por ser custodiadas y cubiertas con lonas.

Segundo, los esclavistas en Reino Unido siguen las pistas preliminares y están en el ojo del huracán, como le sucede al traficante de esclavos Edward Colston (1636-1721); o el empresario, colonizador y político imperialista Cecil John Rodhes (1853-1902), en Oxford. En Edimburgo, se reclama que se excluya del entorno urbanístico el torso de Henry Dundas (1742-1811), acusado por malversación de dinero público.

Tercero, en Bélgica los relieves e imágenes del rey Leopoldo II (1835-1909) que en la última etapa del siglo XIX perpetró una de las mayores matanzas en el Congo, están siendo objeto del arrebato del movimiento ‘Black Lives Matter’.

Cuarto, a pesar de ser el presidente estadounidense que libertó a los encadenados, las esculturas de Abraham Lincoln (1809-1865) están recibiendo idéntico tratamiento de devastación.

Y quinto, idénticamente acontece en Estados Unidos con los generales confederados, inicialmente comentado, que han sido motivo de cuestionamiento y revisionismo. No eran pocos los que amparaban la esclavitud; por lo que incomodan y exasperan y no se cierran las muchas heridas que permanecen abiertas. Vandalizándose los bustos como el de Williams Carter Wickham (1820-1888), en Richmond, Virginia.

Consecuentemente, el racismo no es un fenómeno de nueva data, sino que desde el siglo XIX, convive como una dosis de las tesis raciales y del supremacismo blanco y, en instantes de crisis sanitaria por el COVID-19, como de significativas dificultades económicas y vacío de poder, resurge y penetra con dureza, indagando un enemigo público contra el que arremeter las secuelas que funcionan de detonante: en esta ocasión, ha debido de ser el homicidio del afroamericano George Floyd.

El montaje del estereotipo de enemigo público está enlazado a la influencia de Occidente o de la población blanca como culta e ilustrada, en antítesis al impío, inculto o incivilizado. Un binomio, civilización/tosquedad, que se sostiene indemne en la pugna entre Oriente, Occidente y al otro lado del Atlántico.

Ahora, más que nunca, pero menos que mañana, debemos estar unidos para encarar los anacronismos del racismo y ser capaces de reconocer la pluralidad de las identificaciones de género, étnicas y etarias, como un aporte para las culturas; ponderando en la diversidad como un tesoro y no un estorbo. Desplegando lo mejor de sí con patrones de participación ciudadana, para fraguar ese intento de identidad compartida y acrisolarlo con dispositivos de convivencia y diálogo entre todos.

Los acometimientos y asaltos por denominarlo de alguna manera, contra los monumentos de Cristóbal Colón y otros, carecen de sentido común y rigor histórico, convirtiéndose en el chivo expiatorio para los que erradamente pretenden reescribir la semblanza de América y de los Estados Unidos, con atribuciones de sucesos que se desataron centurias después.

Indudablemente, el rico tributo correspondido por España a América, en general, y a los Estados Unidos, en particular, engloba mucho más que la instantánea de la conquista y merece la pena ser implorada para su conservación, por la transmisión cultural, social, lingüística, institucional, demográfica, etc.