viernes, abril 19, 2024

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Miedo me produce cuando…

La LOMLOE será la octava ley educativa de la democracia, sucesora de LGE, Loece, LODE, Logse, Lopeg, LOCE, LOE y Lomce, vigente desde 2013 y que será derogada por la nueva propuesta.

Textualmente, las siglas significan Ley Orgánica para la reforma de la Ley Orgánica de Educación, y su formación ha dado pie a no pocas bromas y juegos de palabras entre la comunidad educativa. No solo por el enrevesado trabalenguas , sino también por lo que parece una enmienda lingüística a la Lomce. Al fin y al cabo, Lomloe es Lomce sustituyendo “calidad educativa” por “Loe”… la ley educativa del Gobierno Zapatero que fue enmendada por Wert. Muy lejos queda ya la Logse, la ley cuyo nombre nadie se atreve a pronunciar.

Para poder comprender muchas actitudes, declaraciones y decisiones de la izquierda en nuestro país  en sus leyes educativas, ayuda leer el manifiesto del PSOE, con motivo del XXVIII aniversario de la Constitución de 1978.

https://www.psoe.es/actualidad/noticias-actualidad/manifiesto-del-psoe-con-motivo-del-34-aniversario-de-la-constitucion-espanola–83081/


Cómo muy bien dirá D. Fernando Sebastián Aguilar: «Es bueno contar con textos como éste, en el que aparece manifiestamente el pensamiento de quienes han tenido y pueden tener especial responsabilidad en la vida pública. Esta es la forma de poner en claro las ideas de cada uno y facilitar un debate público, serio y objetivo.»

El manifiesto organiza su argumento en torno al concepto de laicidad, y llama la atención que a lo largo del texto no se encuentra ninguna definición de este. La lectura atenta del mismo deja la impresión de que se confunde laicidad con laicismo. Poco se puede avanzar en el diálogo si no nos ponemos de acuerdo en el significado de cada una de estas dos palabras.

Dirá D. Fernando Sebastián Aguilar: “Para resolver el problema que la pluralidad cultural de los ciudadanos puede suponer para la convivencia, algo que sin duda es un fin bueno e importante. Se da por supuesto que las religiones no pueden proporcionar un conjunto de convicciones morales comunes capaces de fundamentar la convivencia en la pluralidad, sino más bien fuente de intolerancia y de dificultades para la pacifica convivencia. Por lo cual, para evitar los conflictos previsibles, es preciso recluirlas a la vida privada y sustituirlas en el orden de lo social y de lo público por un conjunto de valores denominados señas de identidad del Estado Social y de Derecho Democrático, sin referencia religiosa alguna, impuestos desde el poder político, a los que se concede el valor de última referencia moral en la vida pública. En este contexto, descartadas las convicciones religiosas y morales de los ciudadanos como inspiradoras de la convivencia, corresponde al poder político configurar la nueva conciencia de los ciudadanos en sustitución de su conciencia religiosa y moral, por lo menos en lo concerniente a la vida social y política.”

En esta manera de razonar se oculta una visión empobrecida y desfigurada de la religión. Se da por supuesto que la conciencia moral fundada en la religión no es capaz de fomentar la convivencia en la pluralidad, por lo que la diferencia de religiones se ve como un peligro para la convivencia democrática.

El manifiesto dice: «los fundamentalismos monoteístas y religiosos siembran fronteras entre los ciudadanos”. Se quiere decir con ello que los monoteísmos y las religiones en general son siempre fundamentalistas. Pues, al menos en lo que se refiere a la religión cristiana y católica, esta manera de ver las cosas no responde a la realidad y resulta objetivamente ofensiva. El fundamentalismo implica intolerancia, se vista de monoteísmo o de laicismo. ¿Puede ser el laicismo fundamentalista?

No hay ninguna necesidad de que los poderes políticos impongan un código moral ideológico, ajeno a los ciudadanos, por lo menos a buena parte de ellos, en sustitución de sus convicciones religiosas y morales, puesto que son estas mismas convicciones las que respaldan y garantizan el sentido vinculante de las normas comunes de convivencia. Los cristianos no necesitamos prescindir de nuestra fe y nuestros criterios morales para tener un sentido tolerante democrático de la convivencia. La proyección del amor al prójimo, norma suprema de nuestra conducta moral, al campo de las realidades políticas, es base suficiente y firme para fundamentar las necesarias actitudes de justicia, tolerancia y solidaridad. La dimensión social y política de la fe y de la caridad es esencial para nosotros.

El texto entiende el concepto de laicidad como un verdadero laicismo, que no se conforma con la neutralidad religiosa del Estado, sino que lleva a desplazar las ideas religiosas y sustituirlas por otros valores sin referencia religiosa alguna. Estos valores, entendidos de manera absoluta, sin referencia a un orden moral objetivo, pueden ser interpretados como convenga en cada caso, hasta reconocer como verdaderos derechos algunas prácticas incompatibles con principios morales fundados en la recta razón y recogidos en la Constitución, tal es el caso, por ejemplo, de la legitimación del aborto, la producción y destrucción de embriones humanos con fines interesados, etc. Tales cosas no son fruto de la laicidad sino de la supresión de criterios verdaderamente morales en el ordenamiento de la vida pública y en el ejercicio de la autoridad.

El futuro no está en un laicismo obligatorio, sino en el diálogo honesto y sincero de las religiones entre sí y con los sectores laicos. Invita D. Fernando Sebastián Aguilar en un magnífico artículo a la lectura de la conferencia impartida por André Lacrampe titulada «La laicidad francesa y las religiones: un desafío” que impartió en la apertura de un curso sobre la «presencia de la Iglesia en una sociedad plural». Su objetivo era presentar un análisis actual de la laicidad francesa. En la conclusión de su ponencia expuso: «Pienso especialmente en dos responsabilidades inseparables…, en una sociedad plural, compuesta por ciudadanos cuyas culturas y convicciones son tan diversas, nos impone ser abiertos a las preguntas comunes que emanan de las finalidades de nuestra vida en común. ¿Qué queremos realmente para nuestra vida en común? ¿Por qué y cómo luchar en contra de todo lo que amenaza deshumanizarla? ¿En nombre de qué afirmar y defender la dignidad de todo ser humano?… En el mundo actual, mundializado y globalizado, se mezclan una secularización y una desregulación religiosa que nos obligan a desarrollar la creatividad. «La experiencia en Francia demuestra que, si hay que separar la Iglesia del Estado, jamás se podrá separar la Iglesia de la sociedad.

Varias expresiones del manifiesto hacen pensar que sus autores argumentan más desde la ideología laicista, previa al texto constitucional, que a partir del texto objetivo de la Constitución de 1978. Se pretende definir las relaciones de las instituciones políticas con las religiones y con la Iglesia Católica sin hacer referencia al art. 16 de nuestra Constitución vigente. Y se quiere también describir la naturaleza y la función social de la educación sin tener en cuenta ni aludir siquiera al art. 27 de nuestra Constitución.

Los principios democráticos de convivencia nacen de las convicciones morales de los ciudadanos que inspiraron el texto de la Constitución. En consecuencia, estos principios sobre los que se apoya la convivencia no pueden ser interpretados por el poder político desde otros principios añadidos y sobrepuestos al texto constitucional, sino que deben ser interpretados respetando las convicciones religiosas y morales de los ciudadanos y la consecuente y primaria responsabilidad educativa de los padres (artículos 16, 27, 2 y 6)

La Constitución de 1978 no tiene por qué ser interpretada desde la de 1931 (como hace el manifiesto). Esta sí es laica, y laicista. La actual no.

Miedo me produce cuando se negocian cambios en la Constitución.

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