viernes, abril 19, 2024

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Sensaciones

Cuando nos aislamos de todo ruido, cuando llegamos a escuchar casi el latir de nuestro corazón, la “tele” y móvil apagados, ya con la noche envolviéndonos, es el momento propicio para traducir el crepitar del fuego, el vaivén de las olas o ese vientecillo acariciante en suaves melodías, retazos de un libro o un pequeño flash de algún evento.

Es un momento idóneo para que entablen, nuestras dos tendencias, el yo que todo lo quiere hacer bien y el yo rebelde un diálogo y a ser posible ahondando todo o que podamos en el subconsciente.

No es echar fuera aquello que piensas, ¡no!, no es un monólogo, sino que hay que responderse uno mismo, con los dos “gallitos” que pelean en nuestro interior, así nos implicamos más.

Momento importante, así podemos apreciar, si todo aquello que pensamos y amamos, ha estado presente, en la jornada vivida.

La hora en que se encienden las estrellas y el sol poco a poco va alejando, ese es, el momento idóneo. Con ese diálogo tan “sui generis” no hay mentiras que valgan, pues nos conocemos y no podemos engañarnos, cuando un yo y otro se enfrentan.

Ese íntimo diálogo hasta lo podríamos convertir en entrevista, sabiendo que muchas acciones no las tenemos bajo control, pues al adentrarnos en nuestros bajos fondos, nos damos cuenta que en nuestro cerebro reposa algo reptilíneo, consecuencia de la evolución, y por tal motivo no tenemos el control de muchos actos, no obstante, no podemos “hacer la vista gorda”.

Caeríamos en una incongruencia, si así no lo hiciésemos, como el chiste que se me ha venido ahora a la cabeza.

-¿Qué haces?

-Pues mira estoy escribiéndome una carta.

-¿Y qué pones en ella?

-¡Pero cómo lo voy a saber, si aún no la he recibido!

Querer enmascarar los hechos y ocultarlos es entorpecer nuestro avance.

Hemos de disfrutar conociéndonos mejor luchando consigo mismo con el bien y el mal que subyace en nosotros una batalla limpia y sin marrullas como una partida de ajedrez jugada consigo mismo, como aquella, que vimos en una película, que sé que muchos de ustedes han visto, yo también, y no recuerdo el título ahora mismo, la mente en blanco nos hacen pasar ese mal rato, pero yo voy a seguir.

En este contraste de pareceres y entendimiento, ha de reinar la sinceridad e iremos sintiendo sensaciones entrelazadas opuestas, las cuales llegarán a un entendimiento, pues esa inquietud llega por fin a nuestro ánimo, con bandera blanca.

Y cuando el silencio se refugia en nosotros, aparece la soledad, que viene a nuestro lado y se instala muy a gusto, logrando hacer estallar en nuestro ser, esos instantes que disfrutamos con nuestros hijos, nietos y …

Nos regodeamos cuando dieron sus primeros pasos unos y otros, que abrían sus bracitos para guardar el equilibrio pidiendo ayuda.

-¡Ven, cariño, ven aquí!

-¡Ves cómo has podido? ¡Madre mía qué esponjosa se queda el alma ante esos inocentes y bellos recuerdos!

¡Y esto no es vivir en el pasado! esto es gozar aquellos momentos tan entrañables, en este presente…

No hace falta que la oscuridad nos envuelva, para evadirnos y contrarrestar los problemas que nos acucian.

Si alguna tarde, tras la sobremesa, nos quedamos solos, si somos capaces de apagar otra vez la “tele” y el móvil, entonces cerremos los ojos y sentiremos como una danza el bombeo de nuestro corazón…

Seguro que cada uno percibirá sus sensaciones, distintas, todas diferentes a las de otro ser, mas lo común es, que aflore una sonrisa en nuestros labios.

En esa hora bruja, como se tiene la mente relajada, se cambian espontáneamente las preferencias, a mí me ha pasado, entonces sin apenas advertirlo, mis ojos se entornaron y sentí las notas nítidas, de unas canciones que mi interior tarareaba “Estrella errante”.

“Mademoiselle de Paris”o “El tercer hombre”, que podrían haber sido otras, pero estas tres, son las que me hicieron volar al pasado, con fuertes sensaciones sobre el amor ante mí, sobre el qué, cómo y cuándo de aquel ayer.

Las escuché embelesada por las circunstancias que disfruté, y naturalmente obtuve mi premio, por apartar esa tarde todo obstáculo que me distrajese.

Con este articulo recuerdo a Valerio Lazarov con el movimiento que lograba en su zoom, igual me sucede a mí, mis ideas van y vienen de un modo tal vez desordenadas, pero así me parece que me expreso con más naturalidad.

Y claro, es que mis nietos salen a la palestra otra vez, quizá haya provocado, que los suyos también, los sientan cercanos.

Los dormía a “golpe” de cuentos y canciones y les alegré la vida, como ahora ellos me dicen.

Son momentos que nos regala el pasado, saboreando aquella inocencia ¿no?

Se pueden disfrutar otros momentos al acabar de leer un poema, una novela o un relato.

Deberíamos de ser agradecidos y dialogar “in mente” con el escritor.

Cuando leí “Las manos del jugador” de Stefan Zweig le dije: pero que bien has descrito cada jugada con la crispación de los dedos y los movimientos torpes de las …

Medité, en “La Piedad peligrosa” como se atrapa a una persona, en este caso al protagonista, que su idea era ayudar a una pobre inválida y lo que se le vino encima.

Entre otras muchas le diría:

Stefan me has ayudado, valga la redundancia, como ayudar a otros en casos similares.

Y no estamos locos, si al cerrar un libro tras leerlo, le damos las gracias por las agradables sensaciones que nos ha suscitado su lectura.

¡Si yo les dijera las preguntas que le hacía a Gustavo Adolfo Bécquer! cuando leía “Yo soy ardiente, yo soy morena”…

Y le pregunté que, por qué compuso el relato “Memorias de un pavo” interrogantes que sólo vislumbramos a través de sus obras, porque cada escritor con su impronta, queda en esas páginas y hemos de aprender a leer “entre líneas” su personalidad y por ende, que no dice ”bajo capa” ya sabemos, que siempre hay mensajes que el autor nos transmite sin palabras.

Cada uno en su profesión tiene sus sensaciones ante un reto, les relato unos, a mí me hacía feliz cuando veía en los ojos de mis alumnos, que me recordaban a Arquímedes ¡Eureka! eso leí yo en sus miradas un lejano día.

Me ocurrió en una clase de literatura, que la empecé diciéndoles que en el cuento que les iba a contar no aparecería para nada el tema.

Un silencio escéptico flotó en el aula.

-¡Pero eso es imposible!

Yo me había preparado la clase bajo los Comentarios de Textos de Lázaro Carreter.

Les narré “Caperucita Roja” de Perrault.

Cómo mejor supe empecé con las forma de enseñanza inductiva o socrática, hasta que comprendieron que el tema era que no había que fiarse de desconocidos, frase que en ningún momento se nombra en el cuento y comprendieron que el argumento es consecuencia del tema, sentí junto a ellos esas sensaciones, no sé cómo expresarlas disfrutado junto a ellas. Me alegraría que este artículo fuese interactivo, por mi parte lo es, pues en todo momento les he tenido presente ¿les habrá pasado a ellos algo igual? ¿estaré siendo pesada? ¡Dios quiera que les suscite por lo menos el recuerdo de alguna sensación!

Acabo con las sensaciones acústicas, la primera, discurrió en Florencia; estaba hospedada en “La Piazza del Duomo”, esa plaza sin las campanadas no hubiera sido lo mismo, y me complacía escucharlas desde fuera y dentro del hotel, era como el sello de identidad de que es la ciudad era cristiana, en mi pueblo, Jumilla, las sentía por partida doble, ya que vivía entre dos parroquias equidistantes y era una gozada diferenciar sus sonidos; en Petrer igual, me encantaba escuchar la salida del santo patrón de su ermita y otros días después su llegada, con ese repiqueteo que me sabia a gloria y aquí, en Alicante, cuando voy paseando, y escucho el tañido de cualquier campana me paro instantáneamente, al pie de esa iglesia y empapo mi alma de esa, casi oración.

Me ha parecido comunicarme con ustedes como si hubiese arrancado una hoja de mi diario, así creo he logrado cercanía.

Mi doble yo también lucha y brega en mí.

Hoy ha ganado en, que no se quede ese yo, comodón e inerte en mi misma, sino que salga fuera y goce de la hermosa sensación de la comunicación.

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