Tiempo de café

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Estamos en noviembre y eso, forzosamente, tiene que notarse. Los trenes de borrascas que antes iniciaban el proceso en octubre ahora parecen reservarse, pero acaban por llegar, y estos días nos enfrentamos con la primera de auténtica componente norte, lo que implica una notable bajada de temperaturas y los primeros puertos cerrados o con cadenas en la cordillera, y los Picos de Europa con su vestidura de gala.

Armado de valor, entre chubasco y claro, me aventuro hacia el Muro de San Lorenzo, donde me encuentro un paseo abandonado a su suerte, barrido de tanto en tanto por súbitas rociadas de agua que ponen en serio peligro la integridad de mi paraguas. Dos chicas corredoras parecen querer reivindicar el estatus igualitario de estos tiempos, que en su caso no es igual sino superior pues son los únicos valientes en este momento desapacible.

Abajo, en el arenal, un solitario surfista atraviesa la amplia y dorada franja a buen trote, como huyendo de las olas que allá  al fondo algunos camaradas siguen disfrutando. Detrás de él rompen las olas y el Cantábrico se ofrece sombrío, entre verdoso y gris oscuro, coronado por unas nubes cargadas de agua y aún más amenazantes que el propio mar. Todo parece invitarme a tomar una decisión, y sólo hay una posible.

De siempre, o cabría decir desde joven, en los tiempos en que aún imperaba el Oriental a la entrada de la calle Corrida, he sido amante de los cafés. He peregrinado a Venezia para conocer el caffé Florián, el Pedrocchi de Padova, o el Torino de Turín, con su cuidada decoración art decó. En un viaje de trabajo a Budapest pude escaparme a conocer el famosísimo New York Café, espectacular pero convertido en una atracción turística. Y siempre que viajo busco los cafés, como el mediático Hafa de Tánger o el menos conocido Baba en la Medina; pero siempre, en las comparaciones, acaba ganando el Dindurra, alma perenne de Gijón.

Nacido como ambigú del teatro Dindurra, hoy Jovellanos, en sus más de cien años fue la reconstrucción llevada a cabo por el gran Manuel del Busto, creador de la Torre blanca de Oviedo, el Centro asturiano de la Habana, o el edificio del banco de Gijón, por citar algunos, la que le imprimió el carácter art decó que aún hoy, tras la última remodelación, mantiene.

La amenaza de cierre, hace pocos años, generó un movimiento popular que “obligó” al consistorio a declararlo bien cultural, constriñendo así a la propiedad a mantener el uso para el que nació. Y ahí sigue estando, con sus cafés, o sus vermús, siempre como refugio ante las embestidas del mal tiempo, o sin necesidad de coartada. El Dindurra.

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