miércoles, abril 24, 2024

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Un día de feria. La siesta

Este día siento el calor de Jumilla como menudos puntitos colándose por las ventanas, ventanillas y rendijas. Esta calina aquí tiene unas connotaciones propias; es envolvente, te aprisiona en todas direcciones como minúsculas flechas que inciden en tu ser. Y conforme avanza el día, este se sucede con variados matices; así, al acabar de comer, al inicio de la digestión, ésta se alía con el ambiente que la sequedad ha impregnado en los aposentos y se palpan unas horas de silencio, roto por el rugir de algún motor o el canto ronco de un gallo cerca en un vecino corral.

Las pisadas de los pocos transeúntes que deambulan poseen tintes propios y retumban en toda la habitación como pidiendo un poco de fresca brisa del ventilador que trabaja sin descanso en la mesita. El tiempo que siente envidia del dormitar y quietud de Jumilla decide descansar y es cuando nuestro pueblo adquiere un no sé qué fantasmal en el ambiente que invita a soñar. A duermevela, los ruidos que percibimos los atenuamos e impresionan nuestros tímpanos ya filtrados por el cedazo del ambiente soleado y los amoldamos a las necesidades de nuestra imaginación.

Así se suceden con lentitud y cadencia carros en romería hacia Santa Ana. El gorjeo de los pájaros alejándose del Padre Hibernón, el monótono pisar de las uvas, el runruneante ruido circular de la piedra molturando la aceituna o el tintineo del almirez blanqueando el azúcar.

El tiempo no puede descansar más y decide seguir su marcha; es el momento en que Jumilla se dispone a despertar. En mi sosegada siesta, oigo el toque familiar de las campanas y junto con otros tantos paisanos que dormitan en sus antiguas o modernas casas, nos despiertan de la modorra llegando su eco hasta mí, opaco, lejano y atenuado, debido al abrazo que la lluvia de calor da a las ondas sonoras en su viaje.

Característico de silencio que todo lo impregna es el zunzuneo de algún moscardón mezclado con la abrasadora chicharra. Ellos te incitan a levantarte y observar con estupor cómo las hormigas se mueven con más rapidez. Con una languidez propia de la triste princesa de Rubén Darío, tienes que volverte a descansar rodeada de abanicos y algún refresco. Por fin, el manto de intenso calor va disipándose y aparece un imperceptible airecillo de olores a monte que agradecemos cual nuevo maná.

Ya en el merecido asueto con nuestros amigos en jardines, bares, etc., cada uno cuenta la experiencia vivida de las altas y secas temperaturas y el calor vuelve a tornarse protagonista, esta vez disfrazado de anécdota.

NOTA

El Padre Hibernón, fue amigo de San Pascual y los dos estuvieron en el convento de Santa Ana del Monte de Jumilla.

Cuentan los frailes, que un día muy temprano, el Padre Hibernón estaba orando y los gorriones estorbaban su rezo y les dijo: 

¡No me molestéis, que estoy en oración, y no volváis hasta que yo os lo diga!

Se ve que se olvidó, pues hubo muchísimo tiempo que alrededor del convento no se vió ninguno y volvieron el siglo pasado, de ello fuimos testigo muchos jumillanos.

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