viernes, abril 19, 2024

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Visión después de la batalla

En junio de 1859 tuvo lugar la batalla de Solferino, de un lado el Imperio francés y adláteres y del otro el Imperio austríaco y los suyos. Hubiese sido una sangrienta batalla más de las de aquella época pero, para la suerte de los soldados de entonces y los que después vinieron, allí estaba Henry Dunant, un comerciante suizo al que las hostilidades pillaron en medio, algo así como si los CDR,s te atrapan subiendo hacia la Junquera en uno de estos días.

Dunant se implicó en la contienda ayudando a monjas y civiles tratando de dar un poco de alivio a los heridos de uno y otro bando. Fue testigo de las atrocidades que aún en aquella época se cometían sobre el caído, sus largas y terribles agonías sin alivio medicinal ni de ningún calor humano cercano. De aquella experiencia saldría “Recuerdo de Solferino”, un relato en primera persona de aquella hecatombe que sería la base para la posterior creación de lo que hoy conocemos como el Comité Internacional de la Cruz Roja.

Antes de Solferino eran los cuervos y buitres los primeros que llegaban al campo, después los chacales y zorros, a estos les seguían los carroñeros de dos patas, y todo sucedía mientras se podían oír los lamentos de los moribundos, abandonados a su suerte. En épocas más antiguas la caridad consistía en rematar a los heridos allí mismo.

Hoy en España, tras la batalla electoral estamos en la fase de los carroñeros. En los medios de comunicación se dejan oír, sobre todo, aquellos que hacen leña del árbol caído. Poco análisis en profundidad cuando se da la voz a aquellos que hablan de parte y aún menos alcance si se habla de los dos grandes campeones; los de siempre, los que nos han llevado a este callejón sin salida aparente.

Como un observador de artillería, desde la distancia, percibo algunas cosas. En Cataluña el cáncer no remite y solo imagino dos tratamientos, una cirugía profunda a cargo de un cirujano de hierro -llamémosla 155- del que no veo existencia en plantilla; o un tratamiento largo a base de quimio y radio -alta inspección y judicialización mediante- para lo que haría falta una dirección de ideas claras y decididas en el hospital ¿gobierno de gran coalición?

Soy pesimista y no veo a ninguno de los anteriores posibles protagonistas de modo que, me temo, el cáncer seguirá estando ahí, desgastando las fuerzas de la nación, y no sería de descartar una metástasis, en otras partes, o un acceso violento en forma de grupúsculos terroristas, para los que esta vez creo que estamos más preparados.

En las Provincias vascas el apoyo socialista al PNV no parece pagarle pues desciende levemente en las tres, al igual que Podemos. Son los sabinistas y Bildu quienes crecen preocupantemente, al menos para quienes pensamos en clave nacional, y lo mismo sucede en Navarra en relación con unos y otros; a Chivite no parece rentarle su cambio de chaqueta posicional y también pierde porcentaje y votos.

Podría deducirse de lo anterior que el independentismo, más o menos radical, ahí sigue y no retrocede. No lo hará mientras no se cambie la situación actual en relación con la formación de las nuevas generaciones, esto es, la escuela. Es ahí, en la escuela, donde se ha estado jugando todo desde hace cuarenta años, mientras los gobiernos de Madrid miraban para otro lado y al ciudadano se le contaba películas. Solo cabe una política para contrarrestar la situación, recuperación de competencias o aplicación dura de la alta inspección; y esto durante años.

En Teruel han aprendido del señor Revilla, ese antiguo falangista tan simpático él que ha logrado para Cantabria maravillas con un puñado de votos. La Agrupación turolense ha logrado un diputado, creo que también un senador, y está dispuesta a cobrar su apoyo, a quien sea. Es una nueva forma de hacer política de la que no se puede culpar a sus seguidores; son los dos grandes partidos, que durante años los han abandonado, los verdaderos responsables de esta situación que da un Congreso con 16 partidos. La Italia de sus mejores tiempos ¡qué barbaridad!

En la parte gruesa todos parece haber ganado, excepto Ciudadanos, con una debacle épica, y todos parecen negarse a la evidencia de que el sentido común disminuye, puesto que el centrismo, más o menos de derecha, antes de izquierda, se bate en retirada, lo cual no me parece que sea una buena noticia; fundamentalmente porque las tensiones que ahora van a recibir los dos grandes vienen de sus extremos, nacionalismo de derecha y populismo de izquierda, presagiando nada bueno para el país.

El doctor Sánchez, oyéndole anoche, parece no darse por enterado. Su posición se ha debilitado y la de Iglesias, perdiendo votos, se ha reforzado. Por ese lado, el de un posible gobierno, que él llama progresista, las cosas se ponen dificilísimas, los independentistas, además de Podemos, lo cobrarán muy caro y para aprobar los presupuestos querrán cobrar de nuevo. Parece cosa de brujos más que de políticos. Veremos.

La otra opción es la del gobierno de gran coalición. PP y PSOE suman más de 200 escaños, lo que les daría margen sobrado para llevar a cabo políticas para enfrentar la legislatura con solvencia y, sobre
todo, para intentar encauzar el futuro en relación con los actuales movimientos centrífugos, que son más que los de País Vasco y Cataluña, y la situación de las pensiones y el necesario pacto para un cambio de paradigma económico sin el cual este país es dudoso que logre mantener el paso de la vertiginosa evolución por la que pasa el mundo actual.

¿Cómo se puede alcanzar un pacto de este tipo? No con dos tipos como los que dirigen los dos grandes partidos, productos arquetípicos salidos de las juventudes de sus organizaciones. Ambos están cortados por el mismo patrón, su sillón es suyo y de nadie más, no es cosa de compartir ni de ceder, y lo defenderán a costa de lo que sea. La posibilidad de ese paso exige que uno de ellos de un paso atrás y eso no lo verán ustedes. ¿Cabría otra solución? Yo creo que sí, pero también es muy difícil.

Para empezar, la ley 50/97, que define la formación del gobierno, en su artículo 11 pauta las condiciones del presidente, y entre ellas no consta la de ser diputado, es decir, que para presidir el gobierno nos sirve una figura ajena al congreso e incluso a los partidos que lo sustentan. En Italia nos han dado múltiples ejemplos de esta solución con más que buenos resultados.

Sin embargo, la evolución de los partidos en España ha ido hacia el reforzamiento casi dictatorial de los secretarios generales o presidentes lo que nos lleva de nuevo a la personalidad de los líderes actuales, que a mí me parece de una escualidez moral más que aparente. El doctorado de uno y la licenciatura del otro no son la mejor presentación. De modo que estamos de nuevo en el punto de salida, o mejor, en el campo después de la batalla, con los dos bandos camino de sus cuarteles, banderas al viento y proclamando su victoria. No parecen haberse enterado de nada y el ciudadano normal, en su casa, se encoje como si viese aproximarse a los jinetes del apocalipsis.

Cuando llego a este punto salta la noticia de la dimisión de Albert Ribera, el más decente de esta generación de líderes, llegado a la política casi por casualidad y ante la dejación de responsabilidad
de los grandes partidos en Cataluña, con sus estudios de abogado impolutos y trabajo de tal en su Barcelona natal. Hizo muy buen trabajo mientras se mantuvo fiel al ADN de su partido, el centro, el trabajo de bisagra, pero empezó a perder el norte cuando cambió socialdemocracia por liberalismo y después un segundo golpe de timón lo llevó a luchar por la derecha tradicional del PP sin que la mayoría de sus votantes lo entendiese, cosa que le comunicaron anoche en forma de huida masiva. Su dimisión le pone en valor en medio de los campeones del onanismo político que representan Sánchez y Casado y espero que solo dimita del cargo y no de la política puesto que su edad y experiencia aún son muy aprovechables para el país.

Por cierto, hoy vuelan SSMM a Cuba, enviados por un gobierno en funciones que acaba de perder unas elecciones convocadas por él mismo. ¿O las ha ganado? En fin, para qué más.

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