El trampantojo es una técnica pictórica que viene de muy antiguo, tiempos griegos y también romanos, pero que recuperaron los franceses en siglos recientes y le dieron nombre. Nosotros lo españolizamos para “trampear al ojo”. Se trata, en definitiva, de una ilusión óptica que nos oculta la realidad, casi siempre para mejorarla, y así podemos hacer de una humilde pared un maravilloso paisaje marítimo o de montaña. Se trata de eso, de distraer la atención del observador, de hacerle ver una realidad que no existe.
Estos días asistimos en España a algo similar. Los miembros del gobierno sociocomunista que dirige la nación no quieren que veamos la situación real que padecemos, ni las responsabilidades que a ellos les competen. El último golpe, olvidándonos momentáneamente del Covid, lo da el presidente del Consejo Europeo que propone nuevas condiciones para acceder a los 750 mil millones de euros de la Unión Europea y que supondrán, si así se aprueban, unas condiciones que tirarán por tierra los planes de este gobierno, pues afectan al sistema de pensiones, la reforma laboral y el rigor presupuestario.
Ayer la vicepresidenta Solbiñó sufrió en sus carnes y prestigio las consecuencias de los desmanes económicos llevados a cabo y anunciados por su jefe de filas, y así, en el último momento se quedó sin la piel del oso del Eurogrupo que su presidente ya había vendido. Estamos ante un continuum de planteamientos y decisiones que atacan los principios de la ortodoxia económica, referentes para muchos de nuestros socios, especialmente en el norte de Europa, donde toman nota.
En el plano más chabacano, al que parece estar abonado nuestro vicepresidente y principal artista del trampantojo monárquico, asistimos a la estrepitosa caída de un partido político, Podemos, que fue pasmo del mundo occidental en cuanto a la rapidez de su ascenso. El “hombre” vuelve, una y otra vez, a caer en los mismos errores a los que le conduce una arrogancia sin respaldo en los hechos, y nos bombardea con una sucesión de purgas de discrepantes, Errejón, Bescansa, Espinar y un largo etcétera. Sigue con la descomposición de sus agrupaciones ante el diktat de la dirección y subsiguiente caída electoral en las distintas regiones autonómicas. Todo ello aderezado con sus enredos amoroso/políticos, en los que sus parejas suben y bajan en el escalafón del partido en función de la relación con el líder, y el remate de un casoplón digno de un hijo de gran capitalista. Una imagen políticamente desastrosa que necesita ser desenfocada con otra más fuerte, y ahí tenemos a la Corona.
Al jefe del gobierno tampoco es que las cosas le vayan mucho mejor. Su acceso al poder llegó como resultado de un pacto bizantino contranatural con el único objeto de desalojar al inquilino de Moncloa. Después, unas elecciones convocadas desde el poder sólo le dieron una victoria pírrica que será puesta aún más en evidencia con los pobres resultados que se esperan en Galicia y el País Vasco. El doctor Sánchez también necesita que se hable de otra cosa, necesita un alivio, al coste que sea.
La Constitución Española es de las llamadas “fuertes”, es decir, necesita de mayorías muy cualificadas para iniciar siquiera su modificación; seguidas de disolución de Cortes, referéndum y nuevas elecciones. Un camino lo suficientemente largo para que un gobierno tan débil e inestable como el nuestro sólo se pueda plantear su cambio desde la asunción de que se trata de un trampantojo que distraiga a la opinión pública durante estos calurosos meses del verano. Si la Corona se desgasta por el camino ¿A quién le importa?
Para otoño lidiaremos con la verdadera crisis, la económica, la recaída del virus y, quizás, la disolución de las Cortes, y entonces no habrá trampantojo que valga.