John Milton fue un tipo importante para la ciencia política, vivió en los convulsos tiempos de la Inglaterra de Oliver Cromwell, de quien fue ministro, aunque para la historia en general dejó sobre todo una gran obra poética. En la creación de los Estados Unidos sus trabajos fueron muy estudiados pero, sobre todo, fue su obra areopagitica la que sentó los principios de uno de los pilares de la democracia representativa, la libertad de prensa.
La prensa entonces, mitad del S. XVII, se entendía como la publicación de libros y panfletos y requería de autorización previa regia, algo que Milton dejó de lado, obviamente. El entendía como fundamental la capacidad de los ciudadanos para criticar a los poderosos y el contrastar las diferentes ideas; sin esa libertad no podía darse el progreso de la sociedad humana. Aunque todo tiene un pero, y en su mente, la de un hombre perteneciente a la intransigente, radical y puritana Albión, no cabía lugar para los papistas, católicos a los que había que llevar a la hoguera, junto con sus publicaciones. Quedémonos sin embargo con el concepto de la libertad de prensa, lo importante ahora.
En nuestra España actual la intolerancia puede alcanzar cotas semejantes a la de aquellos presbiterianos, calvinistas o luteranos, aunque la ciudadanía, como la de entonces, no llega a percatarse de las implicaciones que lleva el recorte, más o menos evidente, de la libertad de prensa. Nuestro gobierno, con la excusa del estado de alarma ante la pandemia, pone en marcha un sistema de control de noticias falsas que conlleva peligrosas connotaciones, pero que podría entrar, aunque lo dudo, en sus atribuciones gubernamentales. Existen, además, otros medios menos evidentes pero que pueden resultar más contundentes a la larga, y más efectivos para los fines interventores de los poderosos, del gobierno.
En estos tiempos azarosos asistimos a un general aplanamiento de las posiciones de la prensa generalista, que falta de capital y acosada por las nuevas formas de comunicación tiene que capear el temporal como puede y, no cabe duda, la relación con el gobierno es, en esta batalla por la supervivencia, un elemento de primordial importancia.
Entre los comunicadores actuales destaca uno que, por su independencia y espíritu crítico, parece concitar el rechazo y la aversión del señor presidente que, emulado por el resto de miembros del gobierno, parece no encontrarlo digno de sus entrevistas o quizás teme que éstas no sean lo suficientemente amables para su personaje.
Es una situación indigna que no se compadece con lo que una sociedad con un sistema de gobierno representativo se merece, no al menos que, en el fondo, seamos tan intransigentes e intolerantes con las opiniones contrarias como las que Milton describía en su areopagitica, en cuyo caso tendríamos que concluir que nos merecemos lo que tenemos.
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