La adolescencia es en todas las épocas un periodo complicado, en mi generación, y desde entonces ya ha llovido bastante, todo era un descubrimiento, puesto que la radiodifusión era prácticamente lo único que entraba en las casas. Las cosas que verdaderamente ocupaban el pensamiento de la mocedad solían aclararse vía algún compañero de correrías, algo más avezado. Por la parte oficial La vida sale al encuentro de Martín Vigil era la lectura recomendada y cuando alguno robaba a su hermano mayor el Lui, la revista francesa inspirada en el Play boy, aquello se convertía en una explosión de testosterona juvenil.
En el bachiller superior había que cultivarse para darse pisto delante de las chicas y el que más y el que menos se ponía a leer lo que se suponía que eran las lecturas de moda, hasta los de ciencias lo hacíamos. El lobo estepariodaba mucho prestigio y Suecia, infierno y paraíso del italiano Altavilla llegó a ser de lectura obligada.
Otro que pegó bastante y que a mí me impresionó enormemente fue El mundo felizde Aldous Huxley, en el que se describe una humanidad que se reproduce en laboratorio y ha cambiado el cubata por los sicotrópicos, y en el que sólo quedan algunas reservas de humanos primitivos, controlados y visitables por los urbanitas; era pura ciencia ficción, pero lo de la reproducción tecnológica me inquietaba de manera particular; íbamos a llegar tarde. La imagen era la de un mundo deshumanizado que a mí no me resultaba atractivo.
La oveja Dolly vino a confirmar que algo se iba moviendo en los alambiques de los modernos alquimistas, pero de Housley casi nadie se acordaba. Unos años después, casi por casualidad, pude ver Gattaca, para mí una película de culto que pasó casi desapercibida. En ella unos En ella, unos jóvenes Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law, dan vida a unos personajes futuristas, nacidos perfectos, fruto de una cuidadosa selección de óvulos y con unas capacidades físicas extraordinarias, salvo uno de ellos, concebido en la parte de atrás del coche paterno y salvado por la burla de la ley por parte de sus progenitores, que lucha por engañar al sistema sobre sus limitaciones, para así poder entrar en el programa de viajes espaciales.
Este pasado año, dicen los estudios del ramo, el artículo más buscado en internet ha sido un artilugio llamado satisfier, succionador de clítoris en español, que parece ser que es el juguete sexual femenino final, y que, por supuesto, no necesita de participación masculina. Y claro, uno, que por edad tiene tendencia al pesimismo, no puede por menos que pensar que el mundo es cada vez más femenino, sin necesidad de la denominada ideología de género. Las cosas son así, cada vez somos menos necesarios.
Políticos y sociólogos se centran y preocupan en la equiparación, el igualitarismo y ese tipo de cosas, pero, me temo, la evolución es más profunda e imparable.
Esther Vilar logró una gran notoriedad con una obra, el varón domado, que, allá por los inicios de los 70, conmovió profundamente a la sociedad española, a los varones, sobre todo, en la que planteaba que, por debajo del poder aparente masculino subyacía y era más potente el de las mujeres, que eran las que controlaban pues tenían al varón domado. Hoy sus tesis parecen enormemente naif, pero, más allá de esa supuesta lucha por el poder, hoy ya no ha lugar, el satisfier ha venido a acabar definitivamente con el macho clásico porque lo hace totalmente innecesario. Estamos jodidos.