Mañana se cumplirá un año del fallecimiento de S.M Isabel II quien marcó una II Edad Isabelina en a que la propia corona inglesa salió reforzada, adaptada a los tiempos actuales y la cual aún, según las últimas encuestas, goza de apoyo mayoritario entre la población inglesa. Sin duda Isabel II será recordada como una gran reina, madre y abuela de los ingleses. Y hoy, justo este 7 de septiembre pero de 1533, nacía en el palacio de Placentia Isabel Tudor, otra gran Isabel.
Hablar de Gloriana, Astrea o la Reina Virgen como fue conocida es hablar de un siglo y una Era, la Isabelina, pero quiero dejar a un lado los logros políticos de Isabel para hablar de la mujer que había tras la reina.
Isabel no fue esperada por nadie, todos creyeron que Ana Bolena daría a luz a un varón, pues tal era la obsesión de Enrique VIII, a pesar de que en Inglaterra no había impedimento alguno para que una mujer reinase. No obstante, el nacimiento de aquella niña pelirroja, herencia genética de los Tudor, y de tez nacarada fue celebrado por sus padres.
La suerte de Ana Bolena sin embargo no le sonrió de nuevo, sus dos últimos embarazos acabaron en abortos y en mayo de 1536 fue arrestada, encarcelada y ejecutada en la Torre de Londres, acusada de incesto, adulterio y brujería junto a su hermano y sus otros supuestos amantes. Enrique repudió a Isabel y esta fue mandada a la campiña a vivir con sus tíos maternos.
En esos años de exilio recibió la educación que haría de ella una de las mujeres más inteligentes de la historia. A los 6 años ya era capaz de leer y escribir en latín, y no solo en ese idioma, también en griego, francés, italiano y español, todos ellos y ya siendo reina, los hablaba con absoluta perfección. Leyó también a los autores clásicos y recibió instrucción en astronomía, matemáticas, danza, bordado, equitación y religión.
La suerte de Isabel mejoró en 1543 cuando Catalina Parr, última esposa de Enrique VIII, consiguió que este se reconciliase con su hija, al igual que con la mayor, María, fruto de su primer matrimonio. Ambas fueran readmitidas en la línea de sucesión. Isabel volvió a Londres y vivió con sus hermanos, María de 27 y Eduardo de 6 junto a su padre y madrastra en la corte.
Enrique VIII murió en 1547 y el reinado de Eduardo fue corto y turbulento (1547-1553) siendo además un niño enfermo estuvo siempre manipulado por los cancilleres y las grandes familias del país que solo anhelaban reinar tras el trono. Cuando Eduardo VI falleció nombró a su prima Jane Grey como reina, no iba a permitir que su hermanastra católica reinase, pero María reunió a un ejército y marchó sobre Londres derrocando a su prima y siendo coronada en Westminster, siendo acompañada por Isabel pese a ser ella protestante.
Isabel vivió entonces los años más peligrosos de su vida, aprendió a ser una buena actriz, porque ante todo deseaba vivir y para ello tenía que aparentar. El reinado de María I también fue corto y sanguinario además (1553-1558) debido a la intención de la reina de volver a la iglesia de Roma y de forjar una alianza con España mediante su matrimonio con Felipe II. En apenas 5 años de
reinado María Tudor mandó a quemar en la hoguera a más de 300 protestantes, ganándose el apodo del que tristemente aún goza hoy, Bloody Mary, María la Sanguinaria. Fue en ese tiempo cuando Isabel fue acusada de conspirar contra su hermana y estuvo encerrada en la Torre durante casi un año, pero fingiendo convertirse a la fe católica y prometiendo mantenerse leal a María e instalándose lejos de Londres consiguió que la liberase al final.
Solo tras la muerte de María en noviembre de 1558 Isabel pudo quitarse la máscara de actriz y respirar tranquila. Ahora era la única Tudor que quedaba viva y su momento había llegado.
Fueron 45 años de reinado con aciertos y errores, pero Inglaterra salió del oscurantismo para sumergirse en las luminosas aguas del Renacimiento y su arte, del teatro de Shakespeare, Marlowe y Ben Jhonson y del auge del comercio inglés que vivió su época de oro gracias a la lana de oveja, la cual era el producto de lujo en los Países Bajos para confeccionar artículos muy codiciados.
En lo personal Isabel nunca se casó y en su discurso al Parlamento dijo:
Es con Inglaterra con quien me desposo mis Lores. Todos ustedes son mis hijos, al igual que mis súbditos, mi pueblo. Por eso pido que cuando llegue mi hora que en mi lápida rece que aquí yace Isabel, una virgen pura hasta su muerte.
Fue una jugada maestral, digna de una mujer en un mundo de hombres. Pero en lo privado Isabel tuvo un gran amor, Robert Dudley, Conde de Leicester, Robin para Isabel. Él fue el gran amor de su vida, pero muy por debajo de ella y además casado. Aún así entre ambos existió más que una amistad hasta la muerte del Conde en 1588, pues Isabel siempre tuvo su retrato guardado bajo un doble fondo en su joyero.
Como mujer Isabel también se enfrentó a momentos muy duros y difíciles. Casi muere en 1561 cuando enfermó de viruela, la cual le dejó el rostro marcado para siempre, por lo que usó siempre ese maquillaje blanco que le daba un aura divina, y durante casi 20 años un nombre le quitó el sueño, María Estuardo, su prima y Reina de Escocia y sucesora al trono si Isabel no tenía hijos. Nunca se vieron y sin embargo eran muy parecidas, pero María no supo reinar ni separar el deber del placer y ello le costó la corona y exiliarse a Inglaterra, desde donde conspiró para derrocar a Isabel, incluso planeó asesinarla. El resultado fue la cabeza de María separada por el verdugo, aún negándose Isabel durante 6 meses a firmar su sentencia. Odiaba el ser fría y calculadora y hasta cruel, pero Isabel ante todo era reina, antes que mujer.
España fue su otro gran problema junto con la Armada Invencible y su intento de invasión en 1588, fracasando esta última gracias más al clima que a las estrategias de Walter Raleigh y Francis Drake.
Isabel jugó y ganó en la mayoría de las veces y los últimos 15 años de su reinado fueron prósperos y tranquilos, pero también poco a poco fue quedándose sola muriendo sus amigos y colaboradores más fieles. Su último gesto antes de morir en 1603 fue colocar el anillo real sobre su pecho, pues amó más a Inglaterra que a su propia vida o a cualquier hombre.
Fue libre y reinó para forjar un imperio, pero el precio a pagar fue la soledad que la rodeó siempre. Pese a ello es una de las monarcas más grandes de la historia, siendo comparada a veces con Augusto el emperador.