El 10 de septiembre de 1898 la vida de Isabel de Austria-Hungría llegaba a su fin de una manera rápida e indolora tras ser apuñalada por el anarquista italiano Luigi Lucheni, el cual se ahorcó en su celda en 1910, sin mostrar jamás arrepentimiento alguno por su crimen. Cuando se supo la noticia en Viena Francisco José, que siempre hizo gala de una fortaleza hermética, casi fría podemos decir a la hora de mostrar sus sentimientos, se derrumbó. Esa fue la primera vez que muchos vieron llorar al emperador, quien solo pudo decir:
-En mi imperio la tragedia nunca conoce el ocaso. Nadie sabrá lo mucho que yo quise a mi esposa.
Y era cierto, para Sissi ser emperatriz fue una tragedia, pues nunca quiso serlo, por eso quizás sobresalió por encima de las que le precedieron. Sissi amaba la naturaleza y ser libre, pocos sabrán que fue la primera mujer que mandó instalar un gimnasio en sus habitaciones del palacio y que hizo ejercicio hasta la extenuación, pero eso solo era una parte. Sissi se levantaba a las cinco de la mañana en invierno y a las seis en verano, tomaba un baño frío, se hacía dar un masaje y se ponía a estudiar húngaro y griego y a leer a sus autores favoritos en su idioma original mientras le peinaban su larga melena que le llegaba hasta los tobillos, la cual tardaban 3 horas en arreglar y peinar.
Montaba a caballo como una auténtica amazona, hacía pesas, nadaba, corría y practicaba el senderismo y hasta llegó a montar en bicicleta y practicar esgrima. Sissi además fumaba, llevaba pantalones y bebía cerveza, bebida que le recordaba a su estancia en Baviera y en su Possenhofen natal.
Amaba las obras de Shakespeare y Heine y hasta escribió poesía, que era un bálsamo para ella en la asfixiante corte imperial de Viena. En cambio, cuando estaba en Hungría se sentía como en casa, lo mismo que en Baviera, pues sobre todo, y tras el suicidio de su hijo Rodolfo, se ganó el apodo de la emperatriz errante, yendo de un lugar a otro para hacer más llevadero el dolor que ya nunca la abandonó. Mismamente amó los animales, llegando a tener papagayos, monos y varios caballos.
Incluso llegó a tener su propia pista circense en los jardines de Corfú.
Los viajes fueron para Sissi un soplo de aire fresco. Después de Hungría la isla de Corfú fue su refugio favorito y su palacio el Achilleion, en honor a su héroe favorito Aquiles, muestra su amor por la antigua Grecia, de hecho en su testamento pidió ser enterrada en Corfú, mirando al mar, lo cual no se cumplió.
Así pues, en estos 125 años de su muerte ignoro si los gobiernos de Austria y Hungría, ahora repúblicas, gobierno que ella admiraba, le habrán rendido algún homenaje. De no hacerlo me parecería inaceptable, pues esta gran mujer, adelantada a su tiempo, se pareció más a la gente del pueblo, donde siempre le gustó estar que a los políticos tanto de antaño como los de ahora en sus salones dorados. En recuerdo a la memoria de Sissi y de mis antepasados que vivieron en el Imperio Austro-Húngaro digo:
¡Que viva la Emperatriz del pueblo!