viernes, abril 19, 2024

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100 años sin Austria-Hungría, tierra de mi corazón

Debemos a la célebre y a la vez malograda Emperatriz Sissí que el Imperio de los Habsburgo se mantuviera durante 51 años más, porque pese a que Sissí odiaba las monarquías, y se declaró republicana, siempre mostró un amor incondicional por la tierra del Danubio. Aprendió su lengua y sus costumbres, y fue allí en Budapest, y no en Viena, donde se sintió libre.

Este 12 de noviembre hará ya 100 años que todo aquello terminó, para no volver, lamentablemente. Ese día hará 100 años que Carlos I/IV el último emperador, salió del Palacio Imperial de Hofburg y dijo: -Después de 700 años.

Setenta años antes su tío el emperador Francisco José dijo una frase bien distinta cuando tras las Revoluciones de 1848 fue coronado emperador: -Adiós a la libertad. Uno sin quererlo reinó, el otro no pudo continuar, aún queriendo seguir.

¿Pudo haberse salvado el Imperio si se hubieran adoptado medidas y reformas profundas? Muchas veces se barajó convertir el Imperio en una Confederación o Federación de estados independientes. Rodolfo, el heredero que nunca reinó y que se suicidó en 1889, había planeado un proyecto por el cual en el Norte, Austria y Hungría se convertirían en una monarquía constitucional, y en el Sur se crearía una confederación de reinos eslavos con sus propias leyes. Pero la Corte de Viena siempre mantuvo el conservadurismo que había impregnado en esos salones desde los tiempos de María Teresa.

» Los Balcanes nos arrastrarán a la extinción. Estallará una tormenta en los Balcanes que derribará el Águila del Imperio».

Era 1883 cuando Sissí profetizó aquella profecía, es decir, 31 años antes de que estallara la tormenta. Y llegó en 1914, se agravó en 1916 y terminó en 1918. No más Imperio, no más naciones dentro de una misma nación y la Corona Imperial caída de su pedestal.

Austria Hungria1

Las leyes solo habían amparado a austríacos y húngaros y habían ignorado los derechos étnicos de las otras naciones que componían el Imperio. Allí se hablaba alemán y húngaro, pero también croata, serbio, italiano, checo, polaco, rumano y ucraniano. Debieron haber incluido a todos ellos en la Constitución de 1867. Podría haberse salvado el Imperio si hubieran aplicado esa ley.

¿Y por qué este artículo lleva el título de tierra de mi corazón?. Porque una parte de mi familia vivió allí, sí, por la rama materna provengo del Imperio de los Habsburgo. No tenemos sangre azul, pero sí una historia que contar de una época que parece tan lejana que a veces se asemeja a un sueño. Mi bisabuela Doña Ernesta, había nacido en 1897, en la provincia imperial de Gorizia, en Trieste, donde estaba el palacio de Miramar y que ahora es parte de Italia. La familia de su madre provenía de Eslovenia, en cambio la de su padre llegaba al lejano Oriente, al Imperio Otomano.

Nunca la conocí, pues murió en 1985, pero sé que ella vivió esa época. Siempre sintió un gran cariño y devoción por el Emperador Francisco José a quien llegó a ver en persona cuando viajó a Viena en 1913 y lo vio salir, ya mayor, de una catedral durante un desfile. Posteriormente la Guerra de 1914 le obligó a huir y pasar todo tipo de calamidades. Los austriacos, al entrar Italia en la guerra en 1915, ocuparon el pueblo y las tierras de su familia, allí empezó la huida. Primero se ocultó en un búnker en donde ella, su madre y una amiga suya oían el retumbar de las bombas, más el traqueteo de las ratas bajo el subsuelo de madera. Luego junto con otros refugiados se instaló en un castillo, en donde el frío cortaba el rostro, y en su huida llegó hasta Praga, aunque esta última no he podido comprobarla. Si sé que durante la noche y en medio de los bombardeos, su amiga y ella, se colaban en un huerto para robar papas crudas. El hambre, la miseria y el miedo la acompañaron en todo momento, pero sé por mi abuelo que en paz descanse, mi madre y mi abuela que Doña Ernesta era una mujer de hierro. Sobrevivió y contó todas esas historias 60 años después a sus nietos. El fin del Imperio Austro-Húngaro en 1918 le debió causar una gran tristeza, quizás por ello siempre tuvo en su cómoda una foto de Francisco José y lo llamaba su emperador.

En cuanto a mi bisabuelo Maximiliano, a quien tampoco conocí, pues murió en 1982 también era austro-húngaro pero de Pola, Croacia. Nació en esa ciudad en 1899 y se alistó en el ejército imperial en 1915 pero jamás mató a nadie. Nunca. Él se encargaba de cocinar para los soldados. Cuando regresó en 1918 a Pola arrojó el fusil al río y orgulloso de no haber pegado un solo tiro.

Este artículo no es solo un homenaje al Imperio de Austria-Hungría y a una época que sé que ya no va a volver, es también un homenaje a mis bisabuelos, a quienes la guerra unió para no separarse nunca más y afrontar juntos todas las adversidades que les puso la vida por delante. Puedo decir que estoy orgulloso de ser su bisnieto.

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