Ningún reino ya extinto y por muy de los libros de historia que sea actualmente y sustituido por una república merece perder su legado, que a fin de cuentas es del de su pueblo. ¿Cómo nos sentiríamos si asaltasen el Escorial? ¿o profanasen las Pirámides? Nos arrancarían un pedazo de nuestra alma, nos romperían el espejo de nuestra identidad.
He tenido la mala suerte de ver mucho Patrimonio Nacional de otros países ser profanado o robado estos últimos 11 años, sobre todo en Oriente Medio. Las destrucciones de Nimrud, Palmira o Hatra en Iraq y Siria y la venta de sus objetos de valor por el ISIS en el mercado negro aún me quema por dentro, y a cualquiera que tenga dos dedos de frente.
Y una vez más le toca otra vez a Francia, pero han apuntado bien alto, nada menos que las joyas de la Corona. Y esta es la tercera vez que parten de viaje en contra de las leyes y hasta de su propia voluntad, porque si tuviesen voz gritarían que su sitio es donde están, porque son la historia y la historia es inamovible.
Este pasado fin de semana el Louvre sufrió el robo de las joyas que reposaban en la Galería de Apolo. Yo, que visité París en 2013, tuve la suerte de admirar la belleza de cada una de las piezas, aquello era una cueva de Aladino y Alí Babá, era como un sueño que no paraba de brillar.
La primera vez que las joyas fueron robadas fue en 1792 cuando la monarquía fue abolida. Luis XVI y María Antonieta ya no iban desgraciadamente a necesitarlas una vez que la guillotina hizo su macabro trabajo y la república dirigida por Robespierre, quien en un año 1793-94 mandó a guillotinar a 55.000 personas, necesitaba dinero para financiar las guerras y expandir la revolución al resto de Europa. Varios diamantes y perlas de la reina son comprados por banqueros americanos, ingleses y suizos.
La colección que descansaba en el depósito de la Corona, fue depositada en la Tesorería Nacional, reduciéndose su valor estimado a 17 millones de libras.
La colección se enriquece de piedras nacidas de la confiscación de los bienes de emigrados y de las joyas del rey de Cerdeña. Hacia 1795 la colección vale, según las estimaciones, 21 millones de libras pero la necesidad de recursos se hizo evidente; se tomó la decisión de vender más piedras en el extranjero.
Bajo el I Imperio (1804-1815) Napoleón, una vez saneadas las cuentas del estado, exige la devolución de las joyas a Francia o comprándolas de nuevo para su esposa y sus hermanas e hijastra. De esa época datan la diadema, collar y pendientes de zafiros y otro de esmeraldas de la Reina Hortensia y la Emperatriz María Luisa. Bajo la Restauración Borbónica (1815-1830) las joyas recuperadas que son devueltas son el Rubí de Bretaña y el Diamante Mazarino. Bajo la Monarquía de Julio (1830-1848) la diadema de Hortensia es usada por la Reina María Amelia, sobrina de María Antonieta y esta pasará junto con el resto a manos de la Emperatriz Eugenia durante el II Imperio (1852-1870).
Bajo la III República (1870-1940) el gobierno saca a subasta varias piezas de la Corona, entre ellas algunas pertenecientes a la Emperatriz, el resto no vendido se dejó como exposición en el Louvre.
A partir de finales de los años 80 se lograron recuperar la mayoría de las piezas no encontradas y que habían sido robadas en 1792 o subastadas en 1887.
Y una vez más ha vuelto a pasar. Pues las piezas robadas fueron las siguientes.
La diadema, los pendientes y el collar de zafiros pertenecientes a las Reinas Hortensia y María Amelia
El relicario de diamantes de la Emperatriz Eugenia
La diadema de perlas y diamantes de la Emperatriz Eugenia
El Collar de esmeraldas de la Emperatriz María Luisa
El Gran lazo de diamantes del corpiño de la Emperatriz Eugenia
La corona de coronación de la Emperatriz Eugenia, recuperada pero dañada
Y esto ocurrió a plena luz del día, con el museo lleno de visitantes. La propia ministra de cultura dijo:
«Vimos algunas imágenes: no atacan a la gente, entran tranquilamente en cuatro minutos, destrozan vitrinas, se llevan el botín y se van. Sin violencia, muy profesionales»
Pero el Ministro de cultura fue más certero y reflexionó sobre la imagen que el robo proyectó sobre Francia diciendo:
«La gente fue capaz de aparcar un elevador de muebles en pleno centro de París, hacer subir a la gente en cuestión de minutos para apoderarse de joyas de valor incalculable y dar a Francia una imagen terrible»
Francia no está bien ni política ni socialmente. Solo espero que las joyas se recuperen y sean devueltas a su legítimo lugar.



