Cuenta la villa de Llanes con un magnífico campo de golf; extraordinario por su condición de municipal y por su ubicación sobre una rasa litoral que domina la costa cantábrica a buena altura y que permite contemplar la Sierra de Cuera en toda su magnitud; también, más al sureste, la esplendida imagen del macizo central de los Picos de Europa.
El campo se construyó en lo que fuera durante la Guerra Incivil un campo de aviación desde el que, durante la batalla culminante de la campaña del norte, se lanzaron los ataques aéreos que contribuyeron a la caída del Mazuco, la última gran posición defensiva de las fuerzas republicanas que defendían Asturias.
Fue septiembre de 1937 un mes crucial en la contienda fratricida. Indalecio Prieto, ministro de la Guerra, encargó al general Rojo, jefe del Estado Mayor, una gran ofensiva que aflojase la presión sobre Bilbao, y éste diseñó una operación cuasi perfecta cuyo éxito significaría la toma de Zaragoza, en manos del General Franco. Una operación que fracasó por el valor heroico de los defensores de Quinto y Belchite y también por la ineptitud táctica de los generales del Ejército Popular, Modesto, Lister y el Campesino, entre otros, incapaces de desbordar las posiciones nacionales y profundizar sobre la gran ciudad.
La maniobra de poco serviría pues en el norte el PNV ya se había vendido, entregado sin destruir las instalaciones de la industria vizcaína, y desarmado sin pegar un tiro sus batallones de gudaris; el árbol y también las nueces siempre han sido lo más importante para ellos. Después la entrada en Santander sería un paseo militar y la siguiente campaña sería Asturias.
Los nacionales, para sorpresa republicana, desbordaron por los pasos de montaña del interior desde la Liébana y Potes, haciendo inútil la carretera de la costa y obligando a buscar una posición de cierre que los republicanos encontraron en la sierra de Cuera, sobre el pueblo del Mazuco y, al final, en los tres vértices conocidos como Peñas Blancas. Un terreno terrible en el que durante varias semanas de septiembre se produjeron, unos y otros, atacantes y defensores, con un arrojo y valentía que convierte a esta batalla en una de las más sangrientas y heroicas de la Guerra Incivil. Fue un septiembre de lluvias y nieblas propicio para el llanto.
De aquellas gestas se hicieron placas, monolitos y recordatorios que los herederos de unos y otros se entretienen en destruir, amparándose en un derecho que seguramente los que allí lucharon, por la idea de España de cada uno de ellos, nunca les concedieron. Quizás, en estos tiempos en los que algunos munícipes se afanan en retirar nombres de calles y honores, sería un buen momento para honrar a aquellos combatientes, todos, pues todos entregaban su vida por España.