Camino De San Pedro

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Estaba esta mañana de sábado luminosa pero con una cierta brisa de noroeste que se hacía sentir en la cara. A la gente no parecía importarle, después de los pasados días de lluvia el objetivo era tomar el aire y tanto el Muro como el arenal de San Lorenzo eran pasto de viandantes y perros con sus dueños.

A mí, a la altura de la Escalerona, siempre se me va la vista a ese precioso monolito art decó, con su termómetro y su reloj, también con su mástil con la bandera gijonesa, y no puedo dejar de pensar lo bien que luciría ahí una bandera española, más ahora que los carbayones nos han pisado la maguera con el banderón que han colocado en la Escandalera. ¡Qué envidia¡ 

El caso es que tras ese soliloquio me sale por la izquierda, viniendo del aparcamiento subterráneo del Náutico, una primorosa familia que, a juzgar por sus atavíos, se dirige a una boda, que después comprobaré que en San Pedro. Ellos van de azul, el de traje y ella, no pude dejar de fijarme, con pantalones azules cubiertos por algo parecido a una larga falda aparentemente abierta por delante y un cuerpo de vestido con espalda descubierta y tirantes. El frio hacía que se intentase cubrir con un chal liviano a juego que dudo que sirviese para mucho.

Lo mejor de la estampa le cumplía a la niña, quizás tres años, iba de la mano de ambos progenitores, y era un primor. Una rubia con tirabuzones con un vestidito que no dejaba ver una increíble capa con capucha de color burdeos, a juego con las medias de la niña. Absolutamente encantadora, la niña y la imagen de familia joven.

Que no me equivoco lo atestiguan las numerosas vueltas de cabeza de los que venían en dirección contraria, particularmente las mujeres, lo que me deja la duda si lo hacían por la madre, de la que no puedo decir si el escote era similar a la espalda, o si su belleza correspondía al físico que sin duda era mucho. El caso es que, llegados a Ayuntamiento, yo tiré para el muelle y ellos para San Pedro.

La cosa quedaría en simple banalidad pero me dejó con buen ánimo pues venía de leer que los divorcios en España van como el covid, en franca epidemia, y que los nacimientos retroceden, especialmente en Asturias, donde con esas premisas la población retrocede y envejece a un ritmo que parece imparable.

En el espigón de Lequerica, viendo la playa de Poniente enmarcada por el macizo del Aramo con sus primeras nieves, me acordé de que mi amigo Chema acaba de ser abuelo de una Allegra, mitad cántabra, mitad catalana, y la mañana se hizo aún más espléndida.

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