Recién entrado de los cursos de la Universidad asturiana de verano, UABRA, impulsados desde hace ya diez años en Cangas de Narcea por la Academia de la Llingua Asturiana y la Universidad de Oviedo, me cuesta recuperar el pulso de la realidad lingüística del país, me afano y me esfuerzo en ser leal a la lengua tradicional de Asturias –me niego a llamarla propia pues ello sería llamar impropia al castellano- pese a que el entorno me envía constantemente señales de cuál es la realidad en la que nos desenvolvemos. Quizás ello se deba a que, en Cangas, durante la UABRA, se produce un prodigioso entorno de inmersión lingüística en el que los participantes llegamos a confundir realidad y sueños, un Shangri-La lingüístico que puede ser el responsable de que alguno de los nuevos dirigentes políticos afirme que la demanda por el asturiano está en la calle.
A mí la UABRA me rejuvenece diez años. Solo funciona de manera breve, pero lo noto; y ello puede ser por el influjo de esa juventud bien formada –el grueso de los participantes suelen ser filólogos y enseñantes- que no duda en invertir quince días de sus vacaciones para seguir educándose en la lengua de sus mayores, en algunos casos, y en la de su tierra en la mayoría; todo ello de la mano de un cuadro de profesores igualmente entusiastas y de altísimo nivel, como es el caso, en el curso que yo participaba, de Miguel Rojo, el conocido autor asturiano, o Carlos Alba, monologaste de renombre, a los que cito por más notorios, que no más preparados.
Este año se notaba un cierto sentimiento de esperanza entre el cuadro profesional, que no euforia. La llegada del nuevo gobierno, en el que el partido que lo sostiene acaba de ejecutar una pirueta, cuasi cirquense dada su trayectoria, en su posicionamiento en el ámbito de la cooficialidad, y la entrada como consejera de una famosa autora en Llingua asturiana y académica de la llingua –el consejero de educación saliente también lo era- generan grandes esperanzas entre los más apasionados y moderadas expectativas en los más realistas.
Y es que las cifras no salen, no ya las de empleo de la Llingua por los asturianos o la de la demanda educativa de la misma, no salen las de diputados autonómicos para cambiar el Estatuto de autonomía, paso imprescindible para el acceso a la cooficialidad que el nuevo dirigente asturiano llevaba en su programa cuando alcanzó la Secretaría general de su partido. Dicen que el futuro presidente suspiró
profundamente cuando constató que le faltaba ese diputado, aunque no saben si de tristeza o de
alivio. Habladurías.
El presidente asturiano tiene, en cualquier caso, muchas herramientas para impulsar el asturiano; todos ellas de la mano de la Ley de Uso, una ley ejemplar, aunque solamente lo sea porque se basa en la voluntariedad, partiendo del hecho de que la Llingua es, quizás, el elemento más importante de la cultura asturiana, a la que todos los que nos sentimos asturianos deberíamos defender desde el corazón, huyendo de su empleo como arma política, como sucede en algunas regiones españolas.
El presidente asturiano puede imponer uno de los dos telediarios de la TPA en asturiano lo que no tiene por qué soliviantar los ánimos, quitando los de aquellos que con intención perversa se posicionan contra la Llingua. El control de audiencias, hoy muy desarrollado, daría también una medida adicional sobre ese supuesto interés por la lengua de nuestros abuelos, y tal acción no me parece que suponga un gasto extraordinario; un pequeño recorte del número de asesores bastaría.
La especialidad docente en asturiano es una demanda que viene de lejos y que la falta de cooficialidad y, en algunos casos, los tribunales, vienen rechazando, dejando con ello a un gran número de docentes en la intemperie profesional en lo que es, en mi opinión, una vergüenza para el país y para sus consejeros de educación. El presidente asturiano, que se vanagloria de su cercanía con el presidente del gobierno tiene aquí una valiosa oportunidad para mostrar sus cartas y, si no
funcionasen, desde aquí le animo a encabezar una manifestación en Madrid, su partido tiene una larga tradición, en la que sería seguido por una multitud de enseñantes asturianos. La situación es sonrojante.
Por último, sonrojo no, vergüenza me produce que en los últimos presupuestos aprobados en el Congreso fuesen dos diputados valencianos los que promoviesen una modestísima subvención de cien mil euros para la Academia de la Llingua asturiana, moción que no prosperó y que debería dar que pensar a los que actualmente se sientan, y dicen que nos representan, en Madrid.