Covadonga

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Se cumplen nada más y nada menos que 1.300 años desde que se librara, en el corazón profundo de Asturias, la mítica batalla de Covadonga. La historiografía autodenominada progresista detesta profundamente esta efeméride, y la tacha de invención, negando que el triunfo de aquel puñado de astures liderados por don Pelayo supusiera el principio de nada.

Pero nadie puede dudar, sino es interesadamente, que la génesis del Reino de Asturias representa la primera pieza, acompañada después por los núcleos de resistencia pirenaicos, para la progresiva conformación de una identidad medieval hispana. Identidad inicialmente dispersa, pero consciente de la necesidad de repeler a los invasores y de posibilitar, a pesar de dificultades y alianzas complejísimas, incluso con sus propios enemigos, el triunfo de la cruz.

Recuerdo acalorados debates académicos en los que se me rebatía el término “Reconquista”, la palabra maldita para la progresía militante. No existió tal, me decían. Muy lógico, replicaba yo, de ese modo negamos que en esos ocho siglos de conflicto y convivencia, de avances y retrocesos, de cristianismo frente a islam; se encuentran las raíces de la misma España. Es más fácil pensar que nuestra Patria es una casualidad histórica nacida en las Cortes de Cádiz, por ejemplo.

Por eso las minoritarias protestas de grupos radicalizados ante la presencia de Sus Majestades los Reyes don Felipe VI y doña Letizia, la Princesa de Asturias doña Leonor y la Infanta doña Sofía. El resonar de sus pasos a través de la Santa Cueva, sus oraciones ante la Santina y la imagen de la Familia Real ante el sepulcro de don Pelayo; suponen la conexión perfecta en el tiempo entre el primer Rey de los Astures y don Felipe VI. Una conexión casi telúrica que surge de las peñas del Monte Auseva, que se precipita por la singular cascada que brota de la roca viva y que se proyecta de valle en valle, de monte en monte, de llanura en llanura; hasta cubrir el sacro suelo de nuestra España.

718-2018, somos una nación muy antigua y tenemos plena conciencia de ello. No surgimos como una creación artificial ni como resultado de ningún tratado internacional. España hunde sus raíces en lo más profundo del devenir de los tiempos, desde su diversidad, desde su multiplicidad; el bello resultado de un crisol por el que pasaron pueblos y culturas.

Covadonga representa también la propia monarquía, como lo ponen de manifiesto las dos versiones de la Crónica Alfonsina y así en las restantes crónicas medievales donde se expone este asunto. Don Pelayo es elegido rey por un concejo de astures y por los refugiados visigodos. Tiene la misión de liderar a los rebeldes que resisten la invasión y la subversión de religión y costumbres. Él no lo sabe en ese momento, pero cuando es elevado como monarca, está dando comienzo a una epopeya de ocho siglos que ahora conmemoramos.

Qué duro tiene que ser para aquellos que odian a España, al cristianismo y a la monarquía; contemplar la continuidad a través de los tiempos de esas tres realidades consustanciales a nuestro ser nacional.

Y al igual que hay negacionistas del Holocausto, también hay gentes empeñadas en borrar nuestra historia, descristianizar nuestra sociedad y derrocar la monarquía.

Covadonga es más que un sonoro nombre, más que un bellísimo paisaje de la Cordillera Cantábrica, más que un núcleo de fe católica. Es un símbolo pleno y pujante de la esencia de España, una lección admirable para todos nosotros, pues, ni en las más aciagas circunstancias debemos dejar de creer en la supervivencia de nuestra Patria. Siempre se alzarán hombres y mujeres de noble corazón que tremolarán el estandarte y nos llamarán a recuperar nuestra dignidad.

Covadonga es un hito fundacional de nuestro pasado, pero también es un ejemplo vivo para el presente que no debemos olvidar jamás.