Cuando el Rey en su discurso de Navidad hizo mención de los sentimientos compartidos como el activo esencial de la democracia, no pude por menos de sorprenderme; no por dudar de la verdad del aserto, sino porque es notorio que con el muro que ha levantado el sanchismo, cada día más alto y más grueso, no queda el menor lugar para el terreno de encuentro. Esta es la estrategia que ha utilizado siempre, que se ha reforzado tras el éxito que le proporcionó en las últimas elecciones. Ahora, cuando ha tenido que hacer tragar a sus votantes la bajada de pantalones ante el forajido Puigdemont con la ley de amnistía, los verificadores, la condonación de deuda…, esta estrategia le resulta imprescindible. Si antes el cinturón sanitario era suficiente, hoy se ha sustituido por un muro que se levanta a la altura que convenga. Por tanto, si antes el bloque de la derecha era malo, ahora tiene que ser malísimo para que sus leales prefieran todas estas cosas por turbias e inconvenientes que sean. Y para ello, hay que hacer más honda la quiebra institucional y el enfrentamiento social más acusado. Esa política frentista, esa polarización de la sociedad hace imposible que exista un proyecto común, pero, además, el frente separatista, que antepone partir la nación a cualquier otro proyecto, dificulta el propósito de mantener en pie una nación soberana. El frentismo sanchista, que ha desplazado al PSOE a los terrenos ideológicos de la extrema izquierda y ha hecho suyo el relato separatista, imposibilita el menor atisbo de entendimiento. En esta envenenada situación, las verdades que ha señalado Felipe VI no le importan a nadie. El triunfo de la mentira en esta sociedad es aplastante; para el sanchismo, la figura del Rey es una piedra en el zapato y su líder no lo disimula. En esta situación la Constitución se está convirtiendo en papel mojado, pues con la otra gran mentira que es la del derecho «constructivo», lo que los constituyentes dejaron claro que no cabía en ella, hoy entra sin necesidad de vaselina.
Habrá un referéndum en Cataluña por las buenas. Y si no, lo habrá por las malas. El Estado ha quedado desarmado y el Tsunami Democràtic sigue siendo una herramienta útil al servicio de Puigdemont.
Julián Delgado – Escritor