domingo, 10 noviembre, 2024

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El pequeño aguilucho (II parte)

Conocerse a sí mismo es una pretensión por la que ha apostado la humanidad desde tiempos remotos, de hecho, se atribuye a Sócrates o a sus discípulos Platón o Aristóteles, la acuñación de la expresión, pero, se sabe que, mucho antes, en el templo de Apolo, de la ciudad de Delfos ya se encontró la inscripción nosce te ipsum. Es importante que nos reconozcamos mortales, no dioses, y, por consiguiente, no podemos saber hacerlo todo.

 Voy a contar lo que sucedió con el pequeño aguilucho y su mamá “adoptiva”: La gallina veía que “su hijo” era diferente a los demás polluelos y, con el fin de enseñarle a volar, decidió aprender en secreto; así, se levantaba todos los días la primera y se acostaba la última, cuando todos sus hijos estaban dormidos, con el fin de practicar, aprender y luego poder enseñar… Así estuvo durante muchos días, pero lo más que consiguió es saltar desde un palo que había en el gallinero, hasta el suelo, batiendo sus alas… Ella se tenía por torpe y pensaba que no iba a poder enseñar a su hijo, pero, cuál fue su sorpresa cuando una noche, mientras paseaba pensativa, vio por el cristal de la ventana, de sus dueños, un documental sobre aves, en la televisión. Allí comprobó en la pantalla, muy atenta, cómo otras madres enseñaban a sus hijos a volar… Entonces comprendió lo que había pasado y, muy resuelta, decidió contar a su aguilucho el descubrimiento que había hecho…

A la mañana siguiente, se reunió con él, y con todo el amor que una madre es capaz de ofrecer le dijo:

– Hijo mío, he comprobado que no sé volar, pero tú tienes una misión de “altos vuelos” y no te puedo “cortar las alas”. Esto me ha servido para conocerme y conocerte mejor. Tú debes volar y volar, disfrutar de las alturas, otear el cielo desde más cerca que nosotros. Estoy muy orgullosa de ti y tus hermanos van a estarlo también.

– El joven aguilucho obedeció a su “mamá gallina” y se dispuso, con prontitud y nobleza a obedecer a su mamá, no cejando en su empeño por aprender a volar, consiguiéndolo al poco tiempo, con un dominio perfecto.

Desde entonces sus hermanos presumían y con gran satisfacción decían:

– Tengo un hermano que es ministro de exteriores.

La verdad es que todos fueron más felices, desde que sabían hasta dónde podían llegar y ese gallinero fue el mejor protegido de toda la población, porque tenían un defensor incondicional.

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