A fuerza de oírlo y decirlo hemos acabado por convencernos que aquel lema, afortunada creación de un publicista, encerraba una verdad fundamental, aunque la parte gastronómica, sin duda atractiva, entrañe más consumo calórico del que la mayoría de los modernos urbanitas necesita; en cualquier caso, es indudable que el paisaje asturiano, en sus valles, costas y montañas, tras la milenaria acción de la mano del hombre ha logrado un conjunto que apabulla, por su belleza, a quien nos visita por primera vez.
En los últimos tiempos, algunas acciones por parte del legislador parece que se encaminan a exacerbar el aspecto natural de la región –ahí tenemos el creciente poder de los parques nacionales y la reciente amenaza del lobo- con el riesgo de que los últimos campesinos y ganaderos arrojen la toalla y dejen el medio rural como un páramo deshabitado. Ye lo que hay, dirán algunos; pero sin paisanaje no me gusta el paisaje, digo yo.
A mí, por razones profesionales, me ha tocado vivir en varios países y estudiar distintos idiomas. Es algo que hice con placer pues ello me permitía comunicarme directamente con mi entorno, y así descubrí que el alemán es terriblemente difícil, o que el árabe es una lengua maravillosa a la que el castellano le debe multitud de palabras. Las lenguas, todas, son la primera y más importante expresión del hombre como ser social, y cada vez que una de ellas desaparece con ella se va una parte importante del acervo cultural de la humanidad.
Cuando pude, decidí dedicarle tiempo a la lengua de mi tierra, el asturiano. Conté para ello con la maravillosa ayuda de una institución singular y ejemplar, la Academia de la Llingua, que realiza cursos de asturiano en su sede veraniega de Cangas de Narcea desde hace ya bastantes años; y aunque en casa de mis abuelos, en Marentes, lo que se hablaba era la fala, también llamado eonaviego, me tuve que centrar por cuestiones administrativas en el asturiano normalizado de la Academia, lengua especialmente musical y gratificante para quienes nos acercamos a ella con amor, el amor que toda expresión cultural requiere.
Hace unos pocos días se aprobó en el Congreso una moción impulsada por el filoetarra Bildu, y apoyada por los grupos de izquierda, para hacer cooficiales el asturiano y el aragonés, lo que ha desencadenado los esperados comentarios de uno y otro signo en la región; comentarios que anuncian futuras refriegas políticas que nos distraigan de asuntos más importantes como son el envejecimiento imparable del Principado o la falta de expectativas para los jóvenes, por citar algunos. No será la cooficialidad, por muy “amable” que ésta sea, la que arregle la decadencia de Asturias.
Asturias cuenta con una Ley de Uso de la Llingua asturiana que nunca ha sido desarrollada en fondo y forma, y el gobierno del Principado puede articular medidas para que la Llingua crezca dentro de ese marco legal sin recurrir a una cooficialidad que supondría romper la concordia actualmente existente en la región, separándonos en dos bandos –algo casi inherente a los políticos modernos- y convirtiendo un bien cultural, la Llingua, en un arma política susceptible de ser arrojada contra la otra parte.
Me temo que el atractivo del paisanaje asturiano corre peligro si no hacemos bien las cosas. ¿Quizás un referéndum nos sacaría de dudas?
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