sábado, abril 27, 2024

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La guayabera de Su Majestad

Esta mañana los Reyes de España, dentro de esa silente, continua e irreductible batalla que el Rey Felipe lleva a cabo para impedir que el insano ambiente político nacional lo arranque de los corazones de los españoles del común, han visitado Sevilla, específicamente el barrio de las 3000 viviendas; un barrio que la mayoría conocemos por distintas noticias –siempre de carácter negativo- que los medios de comunicación social nos acercan con cierta frecuencia.

Me ha llamado enormemente la atención el atuendo de S.M., una guayabera de lino azul cielo que algún asesor ha debido aconsejarle con muy buen gusto y sentido común, pues es una prenda extraordinariamente apropiada para la ocasión. Esta mañana en Sevilla caían unos 36 grados a la sombra, con una suave brisa que, subiendo por el Guadalquivir, debía dar una bochornosa sensación de humedad. Pero al Rey no se lo contaron todo.

Yo descubrí la guayabera hace ya unos años, en Cuba. Mis obligaciones me imponían distintos actos con traje y corbata lo que podía convertirse en un auténtico suplicio. En la contraparte cubana me encontraba con una especie de camisa de llevar por fuera que, de entrada, provocaba mi envidia. Al poco de llegar, el gobierno cubano declaró la guayabera como prenda de protocolo; bastaba con ponerle puño doble y, en su caso, acompañarla con unos adecuados gemelos, allí yugos.

En cuanto pude me hice confeccionar una guayabera, esperando con ello alcanzar el paraíso tropical, pero los inicios fueron frustrantes. La sensación de las gotas de sudor corriendo por la espalda en medio de un discurso o una simple conversación, además de incomodidad, incapacitan para prestar la atención debida a lo que estás haciendo. Es un pequeño suplicio que los isleños parecían tener superado.

Un amigo habanero me confió el secreto de la felicidad. Una simple camiseta de tirantes, mejor de hilo que de algodón; ella se encarga de enjugar esa posible formación de sudor y de evitar que esas malignas gotas entablen una competición a ver cuál de ellas es la primera en llegar a la cintura de tu pantalón. Ese día descubrí el placer de la mundanidad habanera y me encargué dos nuevas guayaberas, una de ellas de protocolo.

En Aranjuez, un año después y aprovechando de mi oficial vecindad habanera, participé en un acto en el que los varones estaban obligados al traje oscuro o el uniforme, y allí me presenté con mi guayabera de protocolo, blanca, de lino, con botones de nácar y ostentosos gemelos del mismo material. Podía leer la envidia y las ganas de asesinarme en algunos de los compañeros de armas con lo que allí me reencontré, lo que me hacía disfrutar doblemente de mi guayabera.

Alguien debería decirle al Rey que se ponga una camiseta de tirantes bajo su guayabera.

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