Los hechos recientes marcan claves importantes:
Se ha puesto de manifiesto cómo el ejecutivo se salta cada vez más la independencia entre los poderes.
Si el rey es, según la Constitución, la cúspide nominal del poder judicial, también lo es de los demás poderes. Por ello la función de los componentes del ejecutivo y de otros poderes —incluidas las funciones otorgadas por los títulos universitarios— queda ratificada jurando lealtad al rey —o a la Constitución, en la que la autoridad cúspide del rey queda patente— y se les podría acusar de perjurio en caso contrario.
Se deduce de todo ello que la función del rey es superior y tiene, entre otras cosas, la potestad de negarse a firmar o aceptar lo que los representantes de los poderes le sugieran o le pretendan imponer. Aunque haga bien en tener tacto y evitar la confrontación, llegado el caso ha de mostrar firmeza, como hizo tras el 1-O.
Coincido con García-Trevijano en que, debe haber máxima independencia entre los poderes estatales para que el sistema sea coherente, y se evite la corrupción estructural y el totalitarismo. Por ello es preciso encontrar un modo de regular e implantar una mayor independencia.
A mi entender, hoy día no están sólo los tres clásicos poderes estatales (legislativo, ejecutivo y judicial), están también los medios de comunicación, la enseñanza y la sanidad, en la medida en que hay medios, centros de enseñanza y de sanidad públicos o dependientes en cierta medida de la financiación estatal. Todos deben ser independientes entre sí.
Pero hay dos elementos que son las piedras fundamentales y angulares:
En el pueblo se fundamentan todos los poderes (Vox populi, vox Dei) y la Corona es la cúspide angular de los poderes, representando simbólicamente la tradición histórica del pueblo español.
No deja de ser indicativo de la intuición natural del pueblo el que incluso en los peores momentos los dos reyes últimos has estado en las encuestas mejor valorados que los políticos. Existe una relación natural de identidad. El pueblo —no la masa electoral— intuye una identificación de sus propias familias con la familia real: sus avatares, sus penas, sus alegrías, sus esfuerzos, sus conflictos, sus herencias, sus pérdidas, sus ganancias… en las familias no se vota cada cuatro años para elegir quien es el padre o la madre.
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