La señora Mogherini, quien será sustituida en breve en su puesto por el señor Borrel, acaba su mandato como Alta Representante para Asuntos Exteriores de la UE y no ha tenido mejor ocurrencia para despedirse que con un encuentro bilateral UE-Cuba en la capital de este país; un encuentro, según la UE basado en el respeto mutuo, un encuentro a puerta cerrada, sin prensa independiente, mientras en La Habana y Santiago se procedía a acosar y detener con carácter preventivo a cualquier elemento significado de la insignificante oposición. Algo legal por otra parte puesto que en Cuba está tipificada la actividad predelicuencial; una de las delicias, muy diferente del ron añejo y el tabaco de Viñales, que ofrece el país como nota distintiva.
La Unión firmó en 2016 el llamado Acuerdo de Dialogo Político y Cooperación que, se suponía, iba a abrir un dialogo “abierto y franco” sobre la situación social y, particularmente sobre las detenciones políticas –las de estos últimos días suenan a sarcasmo”- y que ponía fin a los casi veinte años de vigencia de la llamada Posición Común de la UE, impulsada por Aznar a su llegada al poder y que exigía avances en democracia y derechos humanos para cualquier trato europeo con los hermanos Castro.
Mogherini lleva con ella 200 millones de euros en proyectos de distinto tipo que en algo ayudarán a la economía isleña que se prepara, acogotada ante la caída del maná venezolano y el recorte de facilidades impuesto por Trump, para un nuevo Periodo Especial, la larga penuria avenida en el país tras la caída de la URSS y sus créditos a fondo perdido a Fidel Castro.
Mientras tanto, el régimen cubano, la señora Mogherini lo describe como democracia de partido único, ha finalizado su lampedusiana operación cosmética con una nueva aunque igual Constitución, una nueva aunque igual ley electoral y una serie de recortes en la posibilidad de crear nuevas cooperativas no agrarias, es decir, aquellas con más posibilidades de generar plusvalías, concepto este último sacrílego en la ideología castrista.
El presidente del Consejo Díaz Canel, como en su momento hiciera Raúl, comienza a mover sus peones para cuando llegue la desaparición del hermanísimo y esta última semana ha removido a Ulises del Toro, octogenario compañero de los tiempos de la Sierra y vicepresidente del gobierno, por un jovencísimo, para el canon castrista, de solo 55 años, secretario del partido en Camagüey y doctrinario aparachick, como el mismo Díaz Canel lo es.
Mientras tanto, en la calle, la vida del cubano de a pie sigue igual que siempre, 60 años es sinónimo de siempre, un afanarse a lo largo del día por llevarse algo a la boca mientras se sonríe a los yumas, turistas para los naturales, que son la vía más directa para acceder a unos dólares, o euros, tan buscados como escasos. El camino más normal es el de la hostelería, territorio abonado de yumas en todas sus modalidades y también el del amor, en sus distintas variantes y que aquí le dicen jineteo, en una muestra más de su extraordinaria capacidad musical y poética.
Al final el yuma, como la señora Mogherini, vuelve a casa feliz, contento y comentando aquello de “hay que ver, qué majos y simpáticos son los cubanos, siempre alegres y sonrientes”, pero a algunos este viaje les deja un regusto amargo y siniestro.