En el año 2004 me hice cargo del mando del batallón multinacional del Eurocuerpo, una experiencia inolvidable. Ubicado en la histórica e imperial ciudad alsaciana de Estrasburgo, el cuartel estaba en las afueras, en el barrio de Neuhof, en un maravilloso edificio que habían construido los prusianos allá por el lejano 1870 tras ganar la guerra y el territorio a Napoleón III.
Mi antecesor, un teniente coronel francés me dio antes de despedirse algunas consignas de seguridad para el día a día. El cuartel estaba rodeado de edificios ocupados por emigrantes de mayoría magrebí, o bosníacos en algún caso y, para Navidad, había que mover todo el parque móvil hacia el patio de armas central para evitar que desde la calle algún coctel molotov alcanzase alguno de nuestros camiones. En aquel barrio se había inventado la curiosa costumbre de la quema de coches para Navidad.
Aunque solo había 800 metros hasta el Cuartel General del Eurocuerpo los coches oficiales tenían prohibido cruzar el barrio, para evitar problemas, y en su lugar se tomaba una ruta de dos kilómetros. El barrio también era el mayor centro de menudeo de droga de la región, pero todo era compatible con un elevado gasto social por parte de ayuntamiento, región y estado francés. La llegada del tranvía eléctrico por aquel tiempo fue un ulterior intento de dinamizar la zona; aunque poco después allí se dio un paso más en los fuegos navideños cuando lograron encerrar en una calle un coche de bomberos que había venido a apagar un coche cebo que les habían puesto, y también le prendieron fuego.
A mí me chocaba que a todos les llamasen arábes cuando en el famoso diccionario Grenville persistía la definición de maure, moro, pero alguien me explicó que esa palabra era políticamente incorrecta y en desuso en Francia. El caso es que tras mis dos años de mando me fui de allí con el convencimiento de que algo no iba en la república francesa, sobre todo cuando las celebraciones de los triunfos futbolísticos de su selección consistían en desordenes múltiples coloreados por todas las banderas del norte de África y sin apenas lucir la francesa.
Con la última y reciente decapitación, la de un enseñante que amaba la libertad de expresión, Francia entera se ha quedado noqueada, aturdida, sonábula. El presidente Macron, como respuesta, habla de lanzar una campaña contra el separatismo; sí, contra el separatismo. Parece como si utilizar la palabra islamismo, radical si se quiere, fuese tan incorrecto como la de moro y me temo que Francia, una vez más, se equivoca con este asunto, para el que creo que no hay soluciones políticamente correctas, solo queda una reacción radical contra quienes atacan la República hoy, mañana Europa, y esa reacción empieza por llamar las cosas por su nombre.
En el Grenville también se puede encontrar el verbo se demerder, de obvio significado, y más vale que todos empecemos a ponerlo en práctica en relación con el islamismo radical y todo aquello que ataca los valores occidentales.
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