Nagorno-Karabaj, la guerra perpetua en los confines de Europa

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En la Hermandad Nacional Monárquica de España contamos con grandes colaboradores, uno de ellos nos trae hoy este artículo de Cultura:

Como si nos refriésemos a un ascua de los últimos rescoldos de la Guerra Fría, o tal vez, la desintegración de las estructuras políticas federales y del gobierno central de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS, el laberinto inconcluso de Nagorno-Karabaj ha vuelto a reavivarse. 

No más lejos de esta realidad, desde el pasado 27 de septiembre, las miradas del mundo quedan circunspectas y permanecen cautelosas en una zona no demasiado acostumbrada a ser foco de los medios de comunicación, pero que enmascara un importante conflicto geopolítico, estratégico, étnico, histórico y religioso entre Armenia y Azerbaiyán, que persiste latente desde hace más de tres décadas, con repuntes de violencia y que en las últimas horas parece alcanzar cotas alarmantes.

Con la evasiva de supuestos disparos con cohetes contra las milicias azerbaiyanas que protegen la línea de separación, o lo que es lo mismo, los límites fronterizos en el enclave separatista de Nagorno-Karabaj, las fuerzas armadas de Azerbaiyán libran una operación militar de gran calado, con la intención apremiante de contrarrestar a los atacantes. 

Toda vez, que la amplitud de la ofensiva apunta más bien, que Bakú, capital y núcleo de Azerbaiyán, ha determinado cortar por lo sano y restablecer Nagorno-Karabaj por la dureza de los acontecimientos. Con lo cual, las dos repúblicas exsoviéticas, armenios y azerbaiyanos se culpabilizan bilateralmente de los combates; mientras, ambas direcciones han puesto en escena la ley marcial y la movilización general.

En estos momentos decisivos, unas 75.000 personas, que representa poco más o menos, la mitad de la urbe de Nagorno-Karabaj, han optado por abandonar el lugar y se han convertido en desplazados. Muchos buscan desesperadamente amparo en la capital armenia, Ereván. En las jornadas transcurridas de guerra, las vastas operaciones de Azerbaiyán han obligado a subsistir bajo tierra a los 55.000 residentes de Stepanakert, capital de la designada por los armenios, República de Artsaj. 

Estos hombres, mujeres y niños tienen que alcanzar Armenia por el denominado corredor de Lachin, un tortuoso periplo abrupto y fragoso. Llegar a Ereván supone un desafío en toda regla, como mínimo siete tortuosas horas en condiciones normales y a buen ritmo. El itinerario más convencional por el Norte, discurre próximo a la frontera de Azerbaiyán. Precedente por el que, en los días iniciales de la contienda, se cerró. 

El principal inconveniente radica que la artillería azerbaiyana ha descargado sobre este pasillo humano y un puente ha quedado totalmente devastado por la caída de un proyectil. La inercia en el manejo extremado de misiles, baterías de cohetes y drones por parte de las tropas de Azerbaiyán, evidencia que la lucha pretende destruir las infraestructuras y logística de los armenios. Obviamente, la devastación de la carretera de Lachin, constituye un daño indiscutible para los más castigados: los civiles. 

Ahora, el interés parece centrarse en dos demarcaciones al Sur de la antigua superficie de Nagorno-Karabaj, Jabrail y Füzuli, que fueron tomadas por el ejército armenio en la guerra de los noventa. Conjuntamente, la presión continúa a lo largo de la llamada línea de contacto.

Para hilvanar cada uno de los hilos que se entretejen en esta complejidad, es necesario retrotraerse unos años en el tiempo desde sus premisas preliminares, como la conexión bilateral entre Armenia y Azerbaiyán, para concretar las reglas de juego y un statu quo inflexible con astucias desplegadas por los actores regionales, que atañen claramente el balance de poder en el conflicto. 

En pocas palabras: esta extensión lleva tres décadas convertida en una bomba de relojería que en cualquier instante puede explotar. En 1936, los rusos perfilaron márgenes fronterizos para instaurar tres repúblicas socialistas soviéticas: Georgia, Azerbaiyán y Armenia. 

Límites colindantes en los que no se deliberó oportunamente que se fusionaban poblaciones en las dos últimas: Azerbaiyán y Armenia. Los soviéticos dejaron el dominio de Nagorno-Karabaj en manos de Azerbaiyán, una medida bastante controvertida para los armenios, por entonces mayoritarios en la comarca.

Posteriormente, el imperio ruso y detrás la Unión Soviética, aparentemente mantuvieron la serenidad en el territorio albergado por una mayoría étnica de armenios cristianos, pero con persistentes rigideces ante la minoría turca islámica. Consecutivamente, el desplome de la URSS desgajaría el quebradizo equilibrio existente y alcanzado 1991, los armenios de Nagorno-Karabaj declararían unilateralmente su independencia.

Ya, en las postrimerías de 1992, se desencadenaron intensos acometimientos que dejaron la cifra fatídica de 30.000 fallecidos y miles de deportados. Finalmente, en 1993, Armenia se apoderó del control efectivo de Nagorno-Karabaj e invadió el 20% de la circunscripción azerí que circunda la región. En la práctica, siete jurisdicciones se contemplan como “franja de seguridad”.

Más tarde, en 1994, un hipotético alto al fuego moderado por Rusia, no impediría colisiones colaterales. A día de hoy, las autoridades de Azerbaiyán intentan hacerse con el mando de la zona invadida por la fuerza, y Armenia defiende el derecho a la autodeterminación de Nagorno-Karabaj. 

No ha de soslayarse que esta conflagración ha adquirido notable repercusión en el Cáucaso Sur o Transcaucasia, por su enorme trascendencia estratégica y ser el tránsito de oleoductos que transportan petróleo azerí y gasoductos con gas del Mar Caspio a Turquía y el Viejo Continente.

A pesar de no aglutinar un amplio espacio geomorfológico, este departamento es históricamente un punto de aproximación y encuentro de civilizaciones, culturas y creencias, donde subyacen una riqueza de etnias. Articulándose hasta 40 dialectos con sus diferentes variantes religiosas. 

Pero, dos potencias externas, llámense Turquía y Rusia, se atinan en las caras de una misma moneda de esta disputa. Primero, Turquía, claramente posicionada con Azerbaiyán, que es su mayor distribuidor de petróleo y en inquebrantable divorcio con los armenios. 

En este entresijo, hay que prestar especial atención a los movimientos del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan (1954-66 años), porque Ankara desmiente las pesquisas que fundamentan el envío de 4.000 sirios a luchar en apoyo del ejército azerí.

Y segundo, Rusia, que es el gran protagonista de este lance. Aunque suministra armamento a Armenia y Azerbaiyán, Moscú dispone de una base militar en la primera de ellas y es socio de Ereván, en virtud de la alianza político-militar postsoviética de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, abreviado, OTSC. 

Por lo tanto, los rusos por imperativo, están obligados a respaldar por un tratado a los armenios. 

Si los rivales alcanzasen los peores augurios, el presidente ruso Vladímir Vladímirovich Putin (1952-68 años) tendría que disipar si acata o no, este compromiso. Indudablemente, dar el paso comprometería perjudicialmente a Ankara y Moscú en bandos inversos de una hostilidad con tintes nada deseables. 

De hecho, ambos sostienen distintos frentes en la Guerra Civil de Libia (16/V/2014).

Si bien, en esta partida hay que tener en cuenta un tercer competidor, Irán. Al ser margen fronterizo con los países enfrentados y los azeríes contar con más minoría étnica en su población, Irán podría implicarse de lleno. 

Tradicionalmente, Teherán, capital de Irán, aboga por Ereván y colisiona frecuentemente con Bakú en lo que respecta a la energía y seguridad en el Mar Caspio. Sin descartar, que cuando hace dos meses se reactivó la tensión, los iraníes se ofrecieron a intermediar en la crisis.

Hoy, el Alto Karabaj o Nagorno-Karabaj, es una región conflictiva de algo más de 4.000 kilómetros cuadrados, cuando en 1923 se integró en contra de cualquier lógica étnica y política a la República Soviética de Azerbaiyán, sometida de facto por el gobierno de la República de Artsaj.

En aquel tiempo, era una minúscula sociedad establecida mayoritariamente por los armenios; pero, al pertenecer a los azeríes, paulatinamente, a través de una limpieza étnica, su registro censal se ha ido descomponiendo para que su identidad quede disgregada en una suerte de realidad multiétnica. Los azeríes proliferaron por cuatro desde el año antes mencionado y el pueblo armenio se simplificó.  

Actualmente, este territorio fusionado a un corredor angosto con la República de Armenia, residen 150.000 armenios y tras los cercos consecutivos, casi la totalidad de los azeríes se han cobijado en Azerbaiyán. 

Queda claro, que lo que aquí se desmenuza, es una discordia étnica y religiosa crónica con aires de deteriorarse aún más.

Un dato a considerar, entre el 28 de febrero y el 5 de marzo de 2017, la República de Nagorno-Karabaj decidió sustituir su nombre oficial por el de República de Artsaj, en alusión a la denominación aplicada por la ‘Gran Armenia’, desistiendo a su apelativo azerí. 

Paralelamente, la República de Artsaj no es aceptada internacionalmente por ninguna nación. No obstante, ha logrado el reconocimiento por tres Estados que, a su vez, no lo son: Osetia del Sur, Abjasia y Transnitria con un estatus jurídico especial. 

Estos enclaves son producto de otros choques entumecidos con la reordenación del espectro postsoviético; los dos primeros, Osetia del Sur y Abjasia, se localizan en el inconexo mapamundi del Cáucaso. 

Cabe señalar, que concurren diversos Estados americanos que han admitido el reconocimiento de Artsaj como Maine, Míchigan, Massachusetts, Georgia, Rhode Island, Luisiana, Minnesota, Hawái, Colorado y California. Singularmente, Nuevo México y Arizona, se han pronunciado en ver la inclusión geográfica de Azerbaiyán y Vermont, Estado ubicado al Noroeste de Estados Unidos, tajantemente lo deniega. 

A este tenor, el Estado australiano de Nueva Gales del Sur aceptó la circunstancia que envuelve a la República de Artsaj, pese que Australia no lo comparte fehacientemente a nivel central. 

Bien es cierto, que desde 1994 se ha originado una inestabilidad favorable para Azerbaiyán: su demografía prevalece a la de Armenia con 10.1 millones de habitantes, frente a los 3; además, su producto interno bruto o PIB y el presupuesto militar, están por encima con 5.5 y 3.5, respectivamente. Realmente, el presupuesto militar de Azerbaiyán es superior a la suma de la inversión pública de Armenia.

Como es consabido, Azerbaiyán fomenta una duradera amistad con Turquía, con quien comparte la raíz étnica túrquica y son socios estratégicos. Los turcos se han dispuesto abiertamente del lado azerí y manejan una argumentación contra Armenia, en la que se sienten instados a neutralizar las agresiones contra Azerbaiyán. 

Este enfoque puede ser más enérgico, si las expresiones apeladas a la guerra que en 2020 está experimentado Azerbaiyán, como la que terminó con la usurpación del Parlamento azerí el 14 de julio, llevasen al gobierno a los requerimientos más beligerantes, porque quedan porciones que se ratifican en esta perspectiva, en lo que califican como el ‘Azerbaiyán Occidental’.

Del mismo modo, ronda la retórica del ‘Gran Azerbaiyán’, que comprendería no sólo Armenia en su conjunto, sino una grandiosa comarca étnicamente túrquica del Noroeste de Irán.

También es conocido, que Armenia mantiene el blindaje ruso, aun intuyendo que los vínculos se han congelado desde la Revolución de Terciopelo (13-IV-2018/3-V-2018), que transfirió al gobierno el actual primer ministro Nikol Pashinián (1975-45 años) y acabó con la administración visiblemente prorrusa.

Hoy por hoy, Rusia y Armenia forman parte de la misma dupla económica y militar, la Unión Económica Euroasiática, por sus siglas, UEE, y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, abreviado, CSTO. 

Sin embargo, siendo aliados regionales, el patrocinio militar es poco factible, salvo que se produzca una gran escalada belicista, porque el pulso sostenido de Armenia y Rusia no está en su más óptimo momento.

Curiosamente, la República de Chipre se postula a favor de Armenia, en una antítesis asertiva con Turquía por el litigio del Mediterráneo Oriental. Ya, desde 2015, en Chipre está castigado el negacionismo sobre el genocidio armenio perpetrado por los Jóvenes Turcos en el Imperio Otomano entre 1915 y 1923, que desalojó a los ciudadanos armenios de Anatolia Oriental y se perpetuó con la Turquía moderna.

Nadie tiene la menor duda, que las fricciones a modo de fracturas entre Turquía y Armenia están en su límite máximo. Según las fuentes probadas, en los años descritos, se exterminaron un millón de armenios, un tercio de la población actual y se hicieron limpiezas étnicas con masacres, valiéndose de marchas forzadas con deportaciones en condiciones inhumanas en los espacios de la Anatolia turca. Turquía sigue sin admitir el grado de exterminio o eliminación sistemática de aquellos episodios, aunque en contraposición, otros como Siria, sí que lo contempla. 

Los embates interétnicos se han ocasionado en los dos grupos: primero, los armenios de Nagorno-Karabaj se segregaron con el gobierno azerí; y segundo, los azeríes de la misma demarcación fueron desalojados por la dirección armenia, multiplicándose la rigidez en los flancos de una insostenible frontera entre Armenia y Azerbaiyán, como se ha constatado en la homogeneidad étnica derivada en la República Autónoma de Najicheván azerí, contra los armenios.

Armenia, a pesar de lo acontecido en el ayer, no reivindica la tierra de Najicheván, porque étnicamente ha pasado de ser una comunidad mixta con la desaparición de la urbe armenia. 

Vuelvo a reiterar, que en Najicheván, para los armenios no hay nada que interpelar, porque imaginaban que ocurriese lo mismo en Nagorno-Karabaj con anterioridad a la cesión del poder efectivo de la República autoproclamada de Artsaj. Los armenios encarnan una minoría oprimida desde etapas prolongadas, como otras tantos en este mismo lugar: kurdos o asirios. 

Es más, Turquía ha inculpado a los kurdos pertenecientes al partido de los ‘Trabajadores de Kurdistán’, cuyo brazo armado se denomina ‘Fuerzas de Defensa Popular’, al abogar por Armenia en esta pugna.

En cuanto a Artsaj, no es un actor propiamente diplomático, guardando con complicidad la ayuda de Armenia, aun no reconociendo su independencia. En cambio, Azerbaiyán, no valora a Artsaj como un interlocutor legítimo. 

Por si no quedase aquí la cuestión, en la mecánica del conflicto se distinguen dos derechos en concurso: Primero, el derecho de autodeterminación de los pueblos, donde los círculos retratados con un lazo a un área específica, tienen derecho a definir colectivamente su trayectoria política de forma democrática. Valga la redundancia, este derecho se convirtió en el emblema de lucha de los armenios y de los habitantes de Artsaj.

Y, el segundo, el principio de integridad territorial es amparado por los azeríes, que manifiestan su rehúso a cualquier tentativa de interposición regional o internacional, teniendo como propósito debilitar su soberanía que aseguran disponer sobre Nagorno-Karabaj.

En consecuencia, este marco de acción resiste una línea dura de alta tensión para los implicados, haciendo que surjan sacudidas sumamente sangrientas. Las incitaciones belicistas azeríes de revolucionar el statu quo por iniciativa, y la tendencia del lado armenio a resarcirse ante cualquier incidente, dan las pautas pertinentes para que los resquicios de nuevas escaladas violentas no se reduzcan, sino que prosperen.

En pleno siglo XXI, este conflicto acarrea el lastre de treinta y un años sin resolverse, tornándose en una de las disputas más espinosas de negociar en la arena internacional. Al amasarse en una de las divisorias más militarizadas de la aldea global, junto a la de Cachemira en la zona Norte del subcontinente indio y la que desune a Corea del Norte y Corea del Sur. 

Hasta ahora no hay indicios de un destello pacífico, porque las variables intervinientes de resolución son cuantiosas, y los intereses e historia que impelen a Armenia y Azerbaiyán, eminentemente, pesan mucho más.

Publicado en el ‘Diario de Información Autonómica el Faro de Ceuta’ el día 13/X/2020. 

© Fotografía: National Geographic de fecha 10/X/2020 y la breve reseña insertada en la imagen iconográfica es obra del autor.

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