viernes, abril 26, 2024

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Parte de guerra: en punto muerto

Sea cual sea el resultado final de esta amarga guerra de desgaste, el hecho de que se produjera constituye un fracaso político. Ninguna de las partes puede ganar u obtener ventaja, y resulta temerario tomar riesgos de alcance imprevisible.

Los resultados han sido adversos para Rusia, que no ha logrado alcanzar sus objetivos originales: rápida invasión en múltiples frentes; galopada hacia Kiev para neutralizar al presidente Zelenski; instalación de administradores para un nuevo gobierno…

La llamada operación militar especial -cocinada en secreto por Putin y sus confidentes en los servicios de inteligencia, fuerzas armadas y el Kremlin- partía del desprecio a la capacidad de respuesta del invadido, el desvanecimiento del Ejército ucraniano y la imposible ayuda, a tiempo, de Occidente.

Un error de cálculo que se ha saldado con un fracaso sin matices: decenas de miles de soldados rusos muertos y una doliente economía (sanciones, gas y petróleo).

A partir del fiasco inicial, la apuesta rusa ha descansado en el uso brutal de la fuerza y una política de represión interna y de esferas de influencia, que, a menudo, vienen a ser una afirmación de geografía y poder.

El suministro exterior de armamento permitió a las fuerzas ucranianas obtener una ventaja, cualitativa e inesperada, sobre las tropas de Moscú, en términos de conocimiento del campo de batalla y de ataques precisos a depósitos logísticos y centros de mando rusos en sus regiones más orientales.

La invasión ha impuesto inconmensurables costes del pueblo de Ucrania, que se movilizó para defender su soberanía, se alistó en el Ejército y creó unidades de defensa territorial. Pilotos y soldados ucranianos han acumulado una experiencia de combate notable, y ningún comandante ruso ha sido capaz de doblegar su voluntad de lucha.

Después de veinte horas de tren, en su oportuna y arriesgada visita a Kiev -notificada al Kremlin horas antes de su partida, con el fin de evitar conflictos- el primer presidente de Estados Unidos que visita un país en guerra, en el que no tiene tropas, se reivindicó: «Un año después, Kiev sigue en pie. Los estadounidenses están con vosotros, y el mundo está con vosotros». Un efecto secundario de las rivalidades ha sido el estancamiento diplomático -achacable a las dos partes- que dura un año, tiempo en que se han cancelado contactos, siempre ventajosos, en ambas direcciones.

Desde el principio del conflicto, Occidente se negó a discutir sobre la ampliación de la OTAN o la neutralidad ucraniana. Dicho esto, quienes consideran la guerra de Ucrania como un triunfo de la Casa Blanca se arriesgan a cometer un error de diagnóstico importante.

La movilización de 300.000 reclutas, sin percibir previamente una formación adecuada, tras un proceso caótico, y la pérdida de parte de su activo armamentístico han llevado a Rusia a ampliar su inventario, reutilizando misiles de crucero antibuque y misiles de defensa antiaérea. Pero que nadie se lleve a engaño. La determinación ucraniana y el apoyo de los gobiernos aliados no debería llevar a Occidente -que sobreestimó las capacidades de Rusia antes de la invasión- a subestimar ahora su potencial. El Ejército ruso, demostrando más competencia a la defensiva que a la ofensiva, sigue siendo capaz de operaciones complejas y de resistir un nivel de combate que pocos ejércitos del mundo pueden alcanzar.

Respuesta limitada

La respuesta estadounidense ha sido de no intervención. Teniendo en cuenta una opinión pública que no soporta más guerras en el barro de países lejanos, ni ataúdes con cadáveres en bodegas de aviones, ha limitado su participación en la guerra a facilitar una ingente ayuda, el impulso de sanciones y su apoyo de inteligencia. A la vista del desarrollo de los acontecimientos en el año transcurrido, todo parece indicar que la decisión fue correcta y el tándem Biden-Blinken respondió -de forma pragmática y adecuada- a la mayor crisis geopolítica desde la Segunda Guerra Mundial, primero advirtiendo de la probabilidad de una guerra y luego prestando apoyo al agredido.

Todo ello sin perder de vista el riesgo de una escalada, pues la implicación directa de Estados Unidos en una guerra con armas nucleares sería catastrófica y el coste de luchar directamente contra Rusia sería demasiado alto.

La contumacia del Kremlin en priorizar el secretismo y la estabilidad interna sobre una planificación adecuada, así como el redoble de sus esfuerzos por silenciar el debate franco sobre el conflicto, contrasta con la repentina franqueza de Putin sobre la duración de la campaña, a la que suma la reducción de los objetivos: quiere las cuatro provincias que Moscú se anexionó ilegalmente: Donetsk, Jersón, Lugansk y Zaporiyia. ¿Y Crimea, qué?

Mientras Rusia siga movilizándose, con medidas cada vez más drásticas -de la movilización masiva de tropas al bombardeo generalizado de infraestructuras civiles- para tratar de controlar el país invadido y Kiev se atrinchere, la guerra va a continuar. El tiempo dirá si Rusia puede salvar su operación especial o prevalecerán las fuerzas ucranianas.

En el aniversario de la guerra, la esperada alocución de Putin resultó ser la montaña que parió un ratón. Tras hacer responsable de la guerra a Estados Unidos, anunció que, a partir de 2026, impedirá la inspección de instalaciones nucleares rusas, elemento central para verificar el cumplimiento del último acuerdo nuclear entre Rusia y Estados Unidos. Nada grave teniendo en cuenta que las mutuas inspecciones llevan años suspendidas a causa de la pandemia. Sorprende la explicación ofrecida, propia del teatro del absurdo: «Quieren infligirnos una derrota estratégica y escalar nuestras instalaciones nucleares».

La realidad es, más bien, otra: la falta de comunicación; la desconfianza; el New START no cubre las armas nucleares tácticas (Rusia tiene 2.000; Estados Unidos, unos centenares) y la irrupción nuclear de Chino, que desplegará 1.500 armas en los próximos doce años -igualando a los arsenales estadounidense y ruso- y no tiene interés en sumarse al tratado en vigor.

La confianza pública en la guerra, de la alianza occidental, enmascara las dudas en privado sobre el conflicto. Si el tiempo no erosiona el apoyo, el desenlace dependerá, en gran medida, de que Ucrania siga respaldada por la inteligencia y las armas occidentales.

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