Pasaporte covid

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Hay cosas con las que hago pocas bromas. Pocas bromas, porque cuando las cosas se ponen mal, una buena dosis de seriedad es muy conveniente. Y ahora, con la Navidad en puertas, las cosas del coronavirus se están poniendo mal. Así que vamos a ser serios.

Con las cifras en la mano, la gravedad del momento por el que pasa la evolución de la pandemia es más que evidente. Ya sé que se puede decir que la comparación con el inicio de las olas anteriores de la enfermedad deja las actuales cifras muy por debajo de los peores momentos.

También sé que el argumento que cuestiona el método para calcular la incidencia acumulada puede parecer válido. Incluso si se discute la gravedad del momento viendo el porcentaje de ocupación en las UCIs, o el de pacientes ingresados, podemos caer en el error de minimizar la complicación de esta nueva ola.

Porque estamos en una nueva ola de la pandemia y esta es la cruda realidad.

Cada uno lo puede ver como quiera. Yo, a pesar de ser un romántico por lo general, en esto de conservar la vida soy de lo más pragmático. Hace tiempo me enseñaron que el primer deber del guerrillero es el de sobrevivir. Y en eso ando desde hace muchos años, acunándome entre el pragmatismo de la supervivencia y el romanticismo de la lucha por sobrevivir.

Pero con esto del Covid dejé hace mucho tiempo de lado las milongas y me puse cuerpo a tierra. Por lógica y por evidencia científica. Si me apuran, aunque sólo sea por si acaso. Por pura supervivencia.

Es verdad que en esta vida todo es discutible. Menos la vida en sí misma. Y no es menos cierto que, en esta vida, todo tiene remedio. Todo, menos la muerte. Así que me limito a ver pasar ante mí esas absurdas discusiones sobre un montón de cosas, a cargo de gentes que no tienen ni idea de lo que hablan, pero que opinan sobre aquello de lo que ignoran con la tranquilidad del que no tiene ninguna responsabilidad.

Ninguna. Ninguna, por no ejercer ni tener decisión sobre la materia y no ser responsables de la toma de decisiones, y ninguna por no tener ni puñetera idea, como decía al principio de mi argumento, de lo que hablan y ser unos perfectos irresponsables. Y lo digo con todo el respeto y en el estricto sentido de la palabra, porque sin estar en la potestad de decidir, sin tener responsabilidad, es muy fácil hablar por hablar.

Tampoco me trago los argumentos que quieren encasillar en un perfil determinado, social o ideológico, a aquellas personas que se posicionan en contra de las vacunas y de las demás medidas que se puedan tomar en la lucha contra el coronavirus. Incluido el pasaporte covid. Cada cual es muy libre de pensar cómo quiera y no seré yo el que discuta ese derecho. Si irresponsables pueden llegar a ser los unos, manipuladores pueden llegar a ser los otros para estigmatizar a los primeros.

A estas alturas de mi Pica en Flandes de hoy, ya se habrán dado cuenta de lo estéril que resulta la discusión y del rollo metafísico al respecto que les acabo de colocar. Y lo he hecho a conciencia, al hilo del debate sobre la legalidad o no, la conveniencia o no, de la exigencia del «pasaporte covid» para poder acceder a eventos y locales públicos.

Detesto la segregación y la discriminación por cualquier razón. Pero esto va de otra cosa. La exigencia de presentar el pasaporte covid para estar en público tiene mucho más que ver con las buenas maneras y con el civismo, que con la discriminación o con un señalamiento a aquellos que no lo tengan. Porque si no lo tienen es porque no han sido vacunados.

Y, salvo razones médicas, si no se han vacunado es porque no les ha dado la gana. Y ni me voy a meter en sus razones ni las voy a discutir. Simplemente acudí a vacunarme el día que me tocó. Y lo hice por mi familia, por mis vecinos, por mis compañeros de trabajo, por toda la gente que tengo a mi alrededor, para parar la pandemia entre todos. Del mismo modo que me llevaron mis padres a vacunarme, de pequeño, contra un montón de enfermedades que, gracias a las vacunas, hoy en día están casi erradicadas, cuando no erradicadas del todo. Lo hice, cómo negarlo, por pura supervivencia. Pero también por un deber cívico.

Les hablaba de buenas maneras, así que les pido disculpas porque he de ausentarme. Les dejo porque voy a ducharme y arreglarme, que hoy tengo una cena con amigos y he de llegar limpito, guapo, presentable y convenientemente vacunado.

Por cierto, yo ya tengo mi pasaporte covid para cuando me haga falta. Alguien dirá que no va a servir para nada. Para mi es una cuestión de civismo. Y, tal vez, de supervivencia.

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