«Para ser un gran Príncipe a veces hay que violar las Leyes de la Humanidad»
De ese modo rezaba Maquiavelo en su obra del Príncipe, libro que leí y que según sus enemigos Catalina de Médicis llevaba siempre encima como su Biblia de Estado, leyendas negras aparte, por favor.
Leonie Frieda escribió en 2006 una extensa y bien documentada biografía, con unas bellísimas ilustraciones, de quien es probablemente, junto con María Antonieta, la reina más vilipendiada y odiada de Francia y fue ahí cuando me dije: Hay que buscarla y leerla y así fue.
Sin embargo esta vez no hice como en otras ocasiones. Cuando solemos leer un libro y visionamos la historia mientras lo leemos es como si viéramos una película en el cine como espectadores pero me dije ¿Y si esta vez lo hago como la protagonista y viendo a través de sus ojos? Y así fue como por decirlo de una manera entendible me transformé en la reina al empezar a leer el libro. Debo decir que fue un juego arriesgado pero muy catársico, pues antes que reina Catalina era mujer y humana, madre y esposa y si actuó como actuó en su momento fue porque no le quedó más remedio. Había demasiado en juego.
El libro relata con todo lujo de detalles la vida de esta excepcional mujer. Huérfana de padres nada más nacer, criada entre Florencia y Roma por su abuela, tíos y primos y más tarde por su tío el Papa y envuelta desde la infancia en las guerras que asolaron Italia entre España y Francia y en las que casi pierde la vida cuando los enemigos de los Médicis tomaron Florencia. Si no hubiera sido porque en ese momento se afeitó la cabeza y se vistió con un hábito haciendo creer a sus asesinos que había sido ordenada es probable que Catalina hubiera muerto sin ser recordada. Este primer episodio lo vivió cuando solo tenía 12 años, pero ya había dado muestras de la gran astucia que luego le ayudaría a gobernar Francia y a sobrevivir.
Catalina no era hermosa, pero si muy inteligente y poseía no solo una vasta cultura, sino también un patrimonio inmenso el cual luego invertiría para salvaguardar los intereses de la Corona de Francia, contrayendo a veces numerosas deudas, pero valiéndose con este sacrificio la admiración de los que la amaron y odiaron por igual.
Cuando tenía 14 años dejó atrás Italia y fue desposada con el Delfín en Marsella, la boda es descrita con todo lujo de detalles en el libro, desde el traje de novia hasta lo que se consumió en la cena de aquella noche que terminó en un baile de máscaras y más tarde en una orgía cuando los novios ya se habían retirado con la bendición del Rey Francisco I y del propio Papa Clemente VII, tío de Catalina.
Los diez primeros años en la corte no fueron fáciles para la futura reina, que amó a su marido hasta el final, aunque Enrique siempre le fue infiel con su amante Diana de Poitiers y apenas tenía trato con ella. Sin embargo la relación mejoró en algo cuando tras diez años sin tener heredero alguno y con el riesgo de verse repudiada por su esposo, Catalina dio a luz a su primer hijo, al que siguieron otros 9.
He aquí que empieza la Leyenda Negra de Madame Serpiente y el Gusano de la Tumba de Italia como la llamarían luego. La xenofobia siempre ha sido un arma muy útil para atacar sobre todo a las mujeres gobernantes y más en el caso de Catalina, que aunque muy rica no dejaba de ser la descendiente de unos mercaderes ennoblecidos como muchos murmurarían por los pasillos de palacio, aunque su caso no era el único, dado que 200 y 300 años más tarde sus sucesoras, María Antonieta y Eugenia de Montijo serían apodadas la Arpía Austriaca y la Española.
El libro recoge la insaciable curiosidad de Catalina por cualquier tipo de materia sobre todo las relacionadas con la astronomía, la astrología y la ciencia, y de ahí precisamente viene esa Leyenda Negra de la envenenadora, la bruja y la nigromante. Cierto es que Catalina tuvo a Nostradamus bajo su protección y que este vaticinó que una vez que su hijo Enrique III muriera la Dinastía Valois se extinguiría y la Borbón sería la reinante en la figura de Enrique de Navarra, pero eso no muestra que Catalina tuviera un laboratorio de venenos ni practicara la brujería o que poseyera un espejo mágico que luego originaría el cuento de Blancanieves.
Cuando Enrique II murió en 1559 tras 12 años de reinado y tras ser herido en el ojo durante un torneo de justas, Catalina no perdió el tiempo en llorar a su esposo, el duelo lo llevaría por dentro y los restantes 30 años que aún le quedaban de vida los dedicaría a preservar la memoria de su esposo y que sus hijos reinaran. Siempre, y a partir de ese momento, envuelta en sus velos y vestidos negros de viuda, Catalina fue el centro del mundo y la dueña de su propio destino. Su único acto de venganza fue echar a Diana de Poitiers de la corte y recuperar las joyas de la Corona y los castillos que Enrique le había regalado a su amante, pasando a ser propiedad suya.
En 1560 Catalina entró con 41 años en el centro del poder cuando fue nombrada Regente de su hijo Carlos IX, una vez que su otro hijo Francisco II, casado con María Estuardo, murió tras solo un año de reinado. La reina madre fue lanzada a la brutal corriente de la política francesa, cada día más inestable, y siempre le gustó el poder y nunca terminó de soltarlo aunque fueran sus hijos los que llevaron la corona.
Sin duda alguna el siglo XVI no es una época dorada en la historia de Francia al estallar las Guerras Civiles entre católicos y protestantes que habrían de durar 30 años, y en el centro de aquel conflicto siempre estuvo ella, mediando entre los dos bandos y buscando la paz, aunque llegó a momentos en los que la concordia pasó a la crueldad y ajustes de cuentas.
La Matanza de San Bartolomé de 1572 es quizás la mancha más oscura en su historial y probablemente culpable fue, pero su objetivo no era provocar una masacre que costó la vida a 30.000 franceses hugonotes dado que Catalina solo aspiraba a eliminar al Líder de estos, Gaspar de Coligny, aprovechando la boda de su hija Margot, a la que jamás quiso, para así evitar una guerra con España en el futuro. Aquella operación escapó a su control y al de cualquiera de sus aliados.
El libro refleja además como eran los divertimentos de la corte de los Valois y la vida en los Castillos del Valle del Loira y en el Louvre, el cual Catalina diseñó en parte junto con las Tullerías y el Hotel de la Reine que llegó a albergar su biblioteca personal con 4.500 libros y obras de arte que ella misma adquirió. Catalina amaba el arte y la arquitectura y no escatimó en gastos a la hora de montar espectáculos que hoy en día dejarían a la altura del betún a los actuales. La reina italiana llevó a Francia el Ballet, el tenedor, la naranja y la ropa de montar interior femenina, mismamente compró pergaminos, esculturas, joyas y obras de arte clásico y oriental que hoy en día forman en gran parte la colección del Louvre. Catalina sabía que el arte, la cultura y el poder iban juntos de la mano y no dudaba en vaciar las arcas del tesoro o en hipotecar sus propiedades en Italia si con ello conseguía mantener el trono a salvo.
Vio morir a 8 de sus 10 hijos, solo Margot la sobrevivió y murió en 1615. Cuando Catalina murió el 5 de enero de 1589 con 70 años supo que sus esfuerzos habían sido en vano, pues su propio hijo Enrique III, al que más amó hasta el punto de ser un amor casi patológico, fue quien echó por tierra todos los triunfos de su madre, los cuales ella había conseguido para él.
No cabe duda de que Catalina actuó como actuaría un jefe de estado en aquella época y que cometió errores, crímenes y aciertos. Tuvo victorias y derrotas, pero su astucia, su inteligencia y capacidad de trabajo aún con la enfermedad y la muerte acechádola, le dieron fuerzas para resistir y adquirir respeto entre muchos que la creyeron un monstruo sediento de sangre para mostrarse en realidad como un gran Príncipe y la señora absoluta de Francia. Si bien es cierto que una vez que Enrique III murió solo 8 meses después que ella que la Dinastía Valois se extinguió tras 3 siglos de reinado y dio paso a la Borbón la monarquía pudo mantenerse al menos hasta 1789. Ese fue siempre el verdadero objetivo de Catalina y hasta su verdadera religión, mantener la corona del país que para ella fue su patria.
Años más tarde Enrique IV de Francia diría sobre su difunta nuera:
Te pregunto, ¿qué podía hacer una mujer, dejada con cinco niños pequeños en sus manos tras la muerte de su esposo, y dos familias de Francia codiciando la corona, nosotros mismos [los Borbones y los Guisa? ¿No estaba obligada a tocar piezas extrañas para engañar primero a uno y luego al otro, para salvaguardar, como ella hizo, a sus hijos, que reinaron sucesivamente gracias a la conducta de esta astuta mujer? Estoy sorprendido de que nunca lo hiciera peor.
Fue así una vez terminado de leer el libro que pude comprenderla mejor y si o si la venda se corrió de mis ojos con respecto a esta gran monarca. Y la entendí tanto como mujer, esposa, madre y reina.
El resto lo dejo en manos de quienes deseen leer el libro.