El viento silbaba enloquecido, presto y veloz acercóse a tu ventana, quería hablarte sin demora de un mensaje que un recio mozo le dio. Repitió intensamente su silbido y sorteando encajes y maderos colocóse junto a ti cerca, muy cerca de tu faz. No sé qué te dijo. No sé qué pasó. Pero tu rostro se tornó en amapola, y tus ojos verde luna se llenaron de fulgor. El viento no silbaba enloquecido, tornóse en caricia y brisa, huyendo manso y quedo, sorteando de nuevo encajes y maderos. Sentiste esta vez cerca, muy cerca de tu cara, el aliento de aquel mozo que el viento tanto te habló. Era el amor de tu vida, era tu vida hecha amor, y te susurró con gozo esos requiebros de luna que a tu alma le brindó. Así, esta pareja ama en el viento, sus silbidos, sus remansos, sus partidas, sus regresos, y sus perfumes mezclados en la entrega de los dos.
Publicado en su libro Puerta entreabierta