Esta pasada semana observé en alguna tienda de ultramarinos de alta calidad, ahora les dicen de delicatesen, la oferta anual de este vino francés, y no pude evitar sentir una cierta envidia. No es que el vino sea para desatar sentimientos reprobables en nosotros, teniendo la sidra que tenemos y en estos últimos tiempos el recuperado vino de Cangas que, ciertamente, está muy por encima del que da nombre a esta tribuna pero, las cajas apiladas esperando comprador me traen ciertos recuerdos.
El Beaujolais es una región vitivinícola francesa con mucha producción y medida calidad, pero hace ya unos cuantos años fueron rápidos en poner en marcha una operación de mercadotecnia para sacar gran cantidad de sus excedentes en forma de vino joven de la cosecha anual. Yo tuve noticia de ello estando de operaciones en Bosnia, y porque el mando de la división francesa en la que nos encuadrábamos los españoles organizó una fiesta para dar la bienvenida al beaujolais nouveau, “el mejor vino joven del mundo”, y es que los franceses, además de vino de distintas calidades, son los inventores del chauvinismo, es decir, el convencimiento de que lo propio es superior a lo de los demás, en cualquier circunstancia y con denigración de lo ajeno si es necesario.
Lo nuestro es lo contrario de la patriotería, llevamos siglos de contumacia en flagelarnos con lo negativo, tanto que incluso pintamos de negro los sucesos luminosos, debe ser cosa de la Leyenda negra, que en el caso de Hispanoamérica la inicia De las Casas con su obra cargada de exageraciones para así tratar de proteger a las poblaciones indígenas. Desde entonces nos hemos sofisticado.
Viene esto a cuento de la serie televisiva sobre la figura de Inés Suarez, primera española en llegar a Chile, en la que los guionistas se han quedado a gusto presentando a Valdivia, y en general a los españoles, como sicópatas depravados sexuales cegados por el brillo del oro. La Iglesia, tampoco sale indemne del retrato, y la propia Inés se convierte en una especie de heroína progresista muy a lo que se lleva hoy en día. Los mapuches, actores secundarios, aún hoy rebeldes en su país, apenas quedan esbozados. No creo que los guionistas consultasen a Elvira Roca Barea.
Es una más. Con la epopeya de la Conquista hay para hacer mil producciones televisivas; en esta bastaba con leer la Araucana de Ercilla para aproximarse; quizás también recordar las Leyes de Indias, y sus sucesivas actualizaciones; y de paso ver qué ha sido de los pueblos indígenas tras la salida de España, diezmados en muchos casos y en algunos sencillamente exterminados.
Lo peor es que, siendo TVE una de las productoras, yo también he puesto dinero.
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