Douglas MacArthur fue la figura militar más relevante del S.XX en los Estados Unidos. Hijo de un héroe de la Guerra de Secesión, salió de la I Guerra Mundial como el más joven general de su generación. La Segunda conflagración mundial le pilló en Filipinas, de donde se le extrajo del cerco de Batan con el mítico “volveré”. Dirigió la campaña del Pacífico y presidió en 1945 la rendición japonesa en el acorazado Missouri para después dirigir durante cinco años la recuperación del país, donde acabó reverenciado por sus habitantes.
Como comandante del Pacífico le tocó recuperar la situación provocada por el asalto de los norcoreanos del que solo se libraba un pequeño rincón en el sur de la península. Su reacción con un desembarco al norte tras las líneas enemigas fue brillante y solo la participación masiva de las fuerzas chinas impidió la victoria en esa fase de la guerra, que entró a continuación en situación de tablas.
En ese punto MacArthur inició un proceso de maniobras y presiones en el Congreso de los EEUU para forzar una solución radical en la guerra, puenteando con ello al presidente Truman que acabaría por sustituirlo. Dos días después de su cese daría su famoso discurso de despedida en el Congreso que se conoce por su famosa frase, tomada de una vieja canción militar, “old soldiers never die, they simply fade away”, los viejos soldados nunca mueren, solo se desvanecen, y que Sting retomaría hace unos años para dedicarla a los roqueros fallecidos.
Estos días hemos visto como algunos viejos soldados, por edad en la senectud, y en el fondo solo abuelos, han dado muestra de no resignarse a su situación y se han dirigido al Rey con una carta abierta absolutamente extemporánea, por el tiempo, por la forma y por la condición de los firmantes, que se siguen otorgando el título de militares cuando ya ni siquiera les paga la señora Robles, sino que reciben su estipendio de esa señora de verbo atropellado y difícil comprensión para el oyente. No debían conocer el discurso de MacArthur, aunque por edad debieran. Una pena.
La dichosa carta ha dado para de nuevo hablar de ruido de sables, quizás mejor de chats, aunque esto último no sale del ámbito de lo privado por más que también haya resonado en la prensa. Es un ruido que ha servido para tapar el ronco y profundo fragor que en la política nacional hacen estos días la nueva ley de educación, los socios a los que se arrima el gobierno para aprobar “sus” presupuestos, o el más terrible tronar del acoso a la justicia con el fin de hacerla menos independiente y a nosotros, los ciudadanos, más indefensos.
Mejor harían estos viejos soldados desvaneciéndose y encauzando sus justificadas inquietudes por las vías que corresponden a su edad y condición.
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