viernes, abril 26, 2024

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90 años de una voz humana que pervive

Ana Frank nació un 12 de junio de 1929 en Fráncfort del Meno, Alemania, país en el que vivió hasta 1933 cuando empezó el reinado del terror de Hitler y del nacionalsocialismo, entonces los Frank decidieron mudarse a Holanda, estableciéndose en Ámsterdam y en donde vivirían en paz hasta 1940 cuando Alemania invade el país, igual que casi todo el resto de Europa durante la II Guerra Mundial.

Durante los siguientes 2 años la situación fue empeorando para los judíos del país, entonces el padre de Ana, Otto, decidió esconderse junto con su mujer Edith y sus dos hijas en la buhardilla ajena a los edificios de su empresa, junto con otra familia. Un total de 8 personas, la familia Frank, la familia Van Pels y el señor Pfeffer vivieron en la ´´Casa de Atrás« desde 1942 hasta 1944, siendo protegidos por los empleados de Otto; y durante ese tiempo Ana escribió su famoso diario, un documento que todavía a día de hoy sigue siendo un tesoro, y a la vez una brújula para guiar al ser humano por el camino de la tolerancia, el pacifismo y a luchar por los sueños.

Por desgracia en 1944 alguien delató a los escondidos; y estos fueron deportados a distintos campos de concentración y exterminio. Al final de la guerra, en 1945, solo Otto regresó a Holanda.  El resto de su vida, y hasta su muerte en 1980, lo dedicó a publicar el diario de su hija y a mantener vivo el mensaje que Ana dejó escrito en él.

¿Qué y quién es Ana Frank para mí?

Para mí supuso un auténtico choque de emociones. Tenía 11 años cuando vi su foto en un libro de lengua de 6 de primaria, sonriendo y con su diario sobre la mesa. ¿Quién es esa niña mamá? le pregunté a mi madre, y ella me contó su historia, pero solo una parte. A partir de ahí y por mi cuenta, investigué, y a medida que avanzaba, más me horrorizaba saber lo que había pasado esa pobre niña. Compré su diario en 2005 cuando fueron los 60 años del Holocausto; pero no lo terminé sabiendo lo que iba a pasar, no recuerdo cuantas veces lloré, me obsesioné tanto con la historia de Ana Frank que sentí que no podía parar y llegó incluso a afectarme mentalmente.

Tampoco he sabido ser capaz de ver la parte triste de la película que hicieron en 2001 con Hannah Taylor Gordon como Ana Frank.  La parte final de la película y que hasta hoy es la versión más realista que haya visto. Hallamos o no vivido el Holocausto, no podemos evitar sentirnos identificados tanto con Ana cómo con el resto de las víctimas del nazismo.

¿Cómo, cuándo y por qué el hombre se volvió un monstruo salvaje sediento de sangre, guerra y odio? ¿Qué crimen hay en ser judío o ser de un color distinto? Yo no veo ninguno, y aunque soy católico, tengo sangre judía y no me arrepiento.

Ana me cayó bien, quise incluso copiarla, en el buen sentido, no me malinterpreten. A uno de mis diarios le puse Kitty y en él por primera vez me atreví a sincerarme y a criticar lo que no me gustaba de la gente y el mundo. Recuerdo contar lo triste que me ponía con la Guerra de Irak y el día a día que vivía.  Todos los 12 de junio hablaba de ella en mis diarios y contaba su historia, con la intención de no olvidar nunca la promesa que todos debemos de hacernos al leer esta historia. Nunca debemos de juzgar a nadie por su religión o procedencia. A día de hoy cuando habría cumplido 90 años, pienso en cómo sería su vida. Seguiría viva, se habría convertido en una escritora de éxito, habría viajado, se habría casado con Peter Van Pels, y tendría quién sabe cuántos hijos, nietos y hasta bisnietos y viviría entre Holanda e Israel; siempre con esa sonrisa que habría parado hasta al más cruel de los ejércitos, haciéndoles ver que esa guerra era una locura.

Mantener vivo el legado de Ana Frank y del número 263 de Prinsengracht no es solo tarea de los conservadores y directores del museo, es tarea de todos. Para mí eso significa Ana Frank. Hace 7 años enterré bajo un árbol de mi jardín una tarjeta en blanco en donde dibujé y pinté cada símbolo con el que las víctimas eran marcadas en los campos, y luego puse una piedra plana, a modo de lápida, y le hice un marco con piedritas. Voy cada 27 de enero, cada 12 de marzo cuando dicen que Ana murió y cada 12 de junio. Este 12 de junio volví a ir, a ponerle unas simples flores, y a guardar un minuto de silencio, nada del otro mundo, pero me ayuda a tener la conciencia tranquila y la mente de hierro. Y mientras siga así puedo decir que seguiré manteniendo mis principios y valores vivos, más vivos que nunca, y mis prejuicios enterrados, muertos y extinguidos, porque jamás existieron ni existirán para dar vida al odio. Nunca.  Feliz Cumpleaños Ana.

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