El pasado 11 de noviembre de 1918, se cumplieron cien años de la finalización de la Primera Guerra Mundial, también designada la “Gran Guerra”, que culminó con la derrota de la Triple Alianza. Fue un choque europeo, cuyo desenlace se resolvió en la fachada occidental que abarcó Francia y Bélgica, donde precisamente se produjeron las hostilidades más cruentas.
Esta hecatombe soslayó la vida de millones de personas, marcando un antes y un después en la historia del siglo XX. Derribando tres imperios y contribuyendo a la revolución soviética, para en seguida, convertirse en la raíz escondida de la Segunda Guerra Mundial.
Los números en cifras eran escalofriantes, pero también, evidentes: En torno a 20 millones de hombres fueron militarizados en los inicios del conflicto, allá por 1914. Gradualmente, la cantidad crecería hasta alcanzar los 70 millones.
Asimismo, en las fuerzas militares, la guerra originó unos 10 millones de muertos y 20 millones de heridos. El minúsculo ejército serbio padeció la mayor cantidad de bajas, valorada en 130.000 mil muertos y 135.000 mil heridos. Es decir, las tres cuartas partes de sus activos. Pero esto no era todo, aún quedaban por contabilizar los 13 millones de civiles que perdieron la vida, a los que habría que añadir los miles de mutilados, más las enormes ruinas materiales y las heridas psicológicas y morales que no están reflejadas en los recuentos, fueron sin duda, el infausto epílogo de este combate.
Las incursiones de Verdún y del Somme en 1916, ocasionaron proporcionalmente 770.000 y 1.200.000 víctimas entre fallecidos, lesionados y desaparecidos de ambos lados. La etapa más destructora fue la apertura de la guerra con 270.000 soldados franceses que perecieron el 22 de agosto de 1914, jornada con más bajas de la historia de las Fuerzas Armadas de este país.
Este acontecimiento, es también, la funesta formación de la posterior Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. Las terroríficas pérdidas humanas y la dimensión de esta cruenta destrucción, apremiaron a los líderes de las instituciones de la Cruz Roja a aunarse, para socorrer a los heridos que eran por miles. Conjuntamente, en el desarrollo del trance se emplearon armas de una potencia mortífera, sin precedentes.
Remitiéndonos a la fatídica batalla de Ypres en 1915, situada en Bélgica, por vez primera, los alemanes usaron armas químicas. Según las valoraciones realizadas a la consumación de la guerra, se lanzaron 124.000 toneladas de sustancias tóxicas, incluyéndose el cloro y el denominado gas mostaza, como divisa de la crueldad de la crisis. Los efectos desencadenantes se catalogaron como sobrecogedores, ya que unos 90.000 soldados fueron envenenados por gases, agonizando dolorosamente y casi un millón vieron frustradas sus vidas o padecieron heridas muy graves.
Al concluir la lucha, una pandemia generalizada asoló el planeta, la llamada gripe española, haciendo estragos con decenas de millones de cadáveres en Europa.
Fue una guerra tan gigantesca en todos los aspectos, que únicamente podía ser alcanzada en barbarie por la Segunda Guerra Mundial o las nuevas tecnologías de ese momento, como, los submarinos, aviones, tanques o municiones de infantería y artillería dispuestas a ser utilizadas como armas más efectivas y poderosas, son algunos de los componentes que hicieron de esta hostilidad, una declaración de intenciones verdaderamente apocalíptica de lo que en el futuro estaba por llegar.
Con estas premisas, un nuevo actor imperialista impetuoso aumenta y se expande en el universo de la inestabilidad belicosa, inmediatamente después de haber obtenido la victoria, como denominan los historiadores, en la “pequeña guerra espléndida” contra el debilitado imperio español y desposeerlo de Puerto Rico, Filipinas, Guam y Cuba. Aparece, por lo tanto, en el tablero mundial, los Estados Unidos de América.
Un suceso trascendental sucede en el año 1917 en pleno auge del conflicto bélico, en medio de las avideces por el poder de las potencias capitalistas, de la apropiación por tomar nuevas colonias y escamotear los patrimonios de sus competidores, el hombre se lanza a la imaginación más perversa, la Revolución Soviética de octubre trajina a los trabajadores al poder, los soviets declaran el motivo de la guerra y emergen de un laberinto que explican con total claridad, como si fuera una guerra de los ricos, por los ricos y para los ricos. Incitando a la población mundial, como a los obreros y a los humildes, a convertir la guerra imperialista en revolución.
Tan sólo hizo falta una pequeña chispa para que se detonara la Primera Guerra Mundial, un atolladero entre los poderes centrales europeos para allanar diferencias coloniales y contrastes económicos que sobrevinieron en una historia de coaliciones y enemistades, complots, artimañas y diplomacia, que dejaron al descubierto los propósitos expansionistas y las codicias nacionalistas de los estados que hoy por hoy, constituyen la integración y gobernanza en común de la Unión Europea.
Lo que se suponía que podría ser una guerra más en los Balcanes, acabó implicando a los poderes hegemónicos europeos y a países extracontinentales como Estados Unidos, quién se vio obligado a prescindir de su política aislacionista y de neutralidad.
Con la resolución de este cerco ofensivo, se formó el derrumbe y descomposición de varios imperios como el austro-húngaro, alemán y otomano, que, del mismo modo, dieron pie a la determinación de otros países como Estados Unidos, que se tornaría en la supremacía del siglo XX.
Fue la aparición de otros estados, lo que hizo variar la cartografía geopolítica y la resultante afinidad de fuerzas, que ni mucho menos, agradó a Alemania, la gran frustrada de este conflicto y que, a la postre, nos llevaría a la senda de otra guerra.
No se debe perder de vista, que las incidencias aciagas de la Primera Guerra Mundial, pronosticaron una época cargada de infortunios y aflicciones, una concatenación de calamidades que puntearon intensamente la naturaleza del sistema internacional y la marcha que definiría elocuentemente a este tiempo.
Las consecuencias globales se sucedieron con la revolución bolchevique de 1917, a los que habría que agregar, el apogeo del nazismo en Alemania y la tocante Segunda Guerra Mundial, e inclusive, la Guerra Fría, todas ellas, páginas oscuras que, de alguna u otra manera, estaban interconectadas con la primera guerra de guerras.
Ciñéndome concisamente en la conflagración, esta guerra perduró algo más de cuatro años, que se suscitó con el crimen en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria, sucesor a la corona del imperio austro-húngaro.
El asesinato infundió la declaración de guerra del Imperio contra una Serbia que, en pocos instantes, obtuvo el refuerzo de Rusia. Consecutivamente, el imperio alemán se agregó al austro-húngaro, en tanto que, Gran Bretaña y Francia se incluyeron con los serbios. Más adelante, otros estados contribuirían, entre ellos, Estados Unidos, cuya participación sería definitiva.
Así, dio comienzo una feroz contienda centrada en el continente europeo, conocida como la guerra de las trincheras, marcada por feroces acciones de posiciones que se eternizaron durante meses, como las ya citadas de Verdún y Somme.
Existe extensa documentación y aportes sobre la referida Gran Guerra, pero, ilustres escritores consideran, que en 1914 Europa ya se encontraba a la sombra de esta gran colisión, todo ello, en virtud de las “actividades militares y las pasiones de los pueblos”.
La agresividad alemana y la intromisión austro-húngara en la península balcánica, fueron las coordenadas cardinales para desembocar en el horror.
Declarada ya la guerra, los alemanes debieron de enfrentarse a una contrariedad estratégica decisiva. Hallándose limitada entre una Rusia rencorosa por el Este y una Francia no menos resentida, por el Oeste. Debiendo superar a uno de ellos por separado, en las formas más resuelta posible y así sortear una guerra de dos caras.
Consecuentemente, Alemania optó por irrumpir al ejército francés, salvando para ello en su camino a la imparcial Bélgica. Entrando en escena, Gran Bretaña.
Fue así, como los cañones procedieron a rugir.
Resulta paradójico, que la detonación ofensiva fue aceptada con exaltación en las capitales de los estados contendientes, en donde no se tuvo en consideración el coste titánico de vidas humanas que iba a suponer.
Para sorpresa de todos los allí presentes, la guerra resultó ser en una tesis de carácter nacional. Una razón de ser en el deber patriótico, hizo ubicar a las grandes mayorías bajo la estela de las banderas del nacionalismo, cuestión que, tras la penetración alemana a Bélgica, trascendió entre los aliados, como así se apelaba, a los componentes de la alianza franco-ruso-británica.
Pero, la prolongación en el tiempo de esta guerra, hizo reproducir agitaciones en el interior de las patrias sujetas en la pelea. El más contundente de los incidentes acaeció en 1917: las revueltas en Rusia, un estado cuya milicia estaba cada vez más desalentada.
La renuncia del zar y la victoria de los revolucionarios comunistas, llevaron a los nuevos representantes de Moscú a renunciar a la contienda. Sin la influencia desde el Este, por instantes, daba la sensación que el peso se desplomaba hacia el ejército alemán, que, en ese lapso virtual de la batalla, podía acometer contra los aliados.
Pero, igualmente, Alemania sufrió insurrecciones internas, propias de una población que sobrellevó como pudo cuatro interminables inviernos de intensa guerra con las resultantes carencias. Toda vez, que el paradigma ruso era endémico, las necesidades incitaron a la ciudadanía germana a forzar al gobierno en la búsqueda de la paz.
Entre los meses de julio y agosto de 1918, en una tentativa impotente, el ejército alemán lanzó una ofensiva sobre Francia, en las proximidades del río Marne. La operación quedó frustrada porque junto a las tropas franco-británicas, se encontraban prestas para intervenir las fuerzas estadounidenses. La estampa de aquellos militares venidos del territorio central de Estados Unidos, instó a los aliados que no podían fracasar bajo ningún concepto. Alemania había sufrido un estrepitoso descalabro.
Y así sucedió. En julio de ese mismo año, se desplegaron en combate y en apenas pocos días, doblegaron la resistencia alemana.
El año siguiente del final de la guerra, se suscribió el insuficiente Tratado de Versalles, calificado por la amplia mayoría de analistas, como el origen letal de la otra gran disputa que estallaría más tarde, con la irrupción de la Segunda Guerra Mundial.
Este armisticio fue aprobado entre Alemania y los estados socios como Reino Unido, Francia, Italia, Estados Unidos y Japón y otras naciones de menor entidad política. El documento en sí, contemplaba que Alemania había sido la única culpable de la derivación del conflicto, y, en consecuencia, se le imputó una limitación de sus ejércitos hasta simplificarlo a 100.000 soldados.
A la par, le quedó excluido la industria de material de guerra como submarinos, artillería pesada o carros de combate.
La admisión de este pacto, según, se tiene la opinión, será la génesis histórica de la propagación de la doctrina nazi, con la vinculación principal de Adolf Hitler, para en 1939 inducir a la Segunda Guerra Mundial.
El conjunto y apenas muy pocos de la población alemana, valoraban lo contrario, en relación a los efectos posibles que el acuerdo tenía de validez, como, de la misma forma, la difusión que el canciller imperial hizo centrar en la noción nacionalista y populista de extrema derecha, para desquitarse de la enorme degradación de Versalles y, así, redimir, la dignidad que la nación alemana había perdido.
El desvanecimiento de la dominación austro-húngaro ocasionó el brote de diversas naciones como Checoslovaquia, Rumanía y Hungría que no consiguieron la unidad nacional.
El acaecimiento más vertiginoso se consumó en los años 1990 en Yugoslavia, donde se promovió una auténtica cruzada entre los serbios nacionalistas y las minorías de Croacia y de Bosnia musulmana.
Razonadamente, la Primera Guerra Mundial, provocó cambios decisivos tanto en la política, como en la economía y en la cultura de Europa, África y Asia.
Como, ya se ha indicado precedentemente, cuatro imperios quedaron difuminados, numerosos territorios antiguos fueron anulados tajantemente del atlas, otros se establecieron como nuevos límites fronterizos, dando lugar al nacimiento de nacionalismos modernos y a fiascos todavía muy concurrentes en Europa.
En efecto, fue la primera gran guerra entre naciones, que reclamaron en la rivalidad las identidades modernas y el sentido del honor.
De igual forma, se convirtió en la primera guerra de patriotas, como lo justifica la elevada aportación ofrecida a los ejércitos que intervinieron y que, de lance en lance, fallecieron en el campo de batalla.
Lo que es indiscutible, que las jerarquías militares remitieron a la desolación a millones de hombres, dispuestos como carne de cañón durante el gran conflicto mundial.
La disipación de los imperios antes precisado hizo dibujar un nuevo mapa en la Europa oriental, cuya peculiaridad central se atisbó en la representación de las minorías étnicas. Tómese como ejemplo el surgimiento de Finlandia, Lituania, Checoslovaquia, Letonia, Ucrania y Estonia.
Otras naciones, como la recién establecida Polonia, fueron fraccionadas. Alemania y la recién instituida Unión Soviética, entraron en concurrencia por el dominio efectivo de algunas zonas contiguas.
Pero, cabría preguntarse: ¿Qué vuelco se produjo a nivel global desde el inicio hasta la finalización de este advenimiento inhumano?
Evidentemente, se generaron numerosas alteraciones sociales, económicas, políticas, tecnológicas, científicas y culturales, pero, habría que hacer un inciso sobre el Tratado de Versalles, ya que retocó la nueva distribución geográfica del mundo, concerniendo extremadamente en la coyuntura de las relaciones internacionales.
A ciencia cierta, hace diez decenios predominaba la corriente nacionalista, imperialista y revanchista que, a lo largo del siglo XX, fue la gota que colmó el vaso para predisponer la Segunda Guerra Mundial. Cuantiosos conflictos se dispararon entre los estados y comarcas, como la Guerra Fría en la que se dilucidaron la Guerra de las dos Coreas y la Guerra del Vietnam.
Mientras tanto, otras pugnas se extendieron bajo el paraguas de una nueva agenda internacional, topándose con la decadencia de la ex Unión Soviética.
De esta manera, la Guerra de los Balcanes como la Guerra contra el Terrorismo Global, con la pronta invasión a Afganistán y a continuación a Irak, así como una sucesión de luchas raciales e interétnicas se desataron, completando las páginas más sombrías de la historia de la humanidad.
En este lapso de tiempo, vivimos en lo que algunos llaman el cataclismo definitivo, con un planeta escindido entre dos bandos opuestos, cuya moderación se sostiene en la paz nuclear. Siendo espectadores de la consumación del bipolarismo y el retorno del multipolarismo. Es decir, la multiplicación de varios nódulos del poder integral que tienen referencia con las economías emergentes y el patrón de ascenso de actores en los que habría que estar muy atentos de Rusia, China, Brasil e India.
El siglo XX, ha sido portador de complejidades internacionales, nacionales y regionales, pero, además, el precursor de la cultura de la no violencia y el fomento de los Derechos Humanos.
Actualmente, las megatransnacionales, verdaderos imperios modernos, se encaran por el dominio de los mercados. La carrera armamentística es una turbina que parece no tener fondo, situando al hombre ante la disyuntiva de su ramificación, pues los grandes bloques comparecen, colisionan como las placas geológicas en reajuste y el imperio estadounidense está al acecho ante el temor de dilapidar su superioridad.
El globo terrestre en total desbarajuste, configura un contexto favorable para que la última guerra detone.
¡Interrumpamos pues esta barbaridad e impidamos el fin!
Por lo tanto, la celebración de los primeros cien años de este armisticio que puso punto y final a la Primera Guerra Mundial, es parte obligatoria en este proceso histórico del pasado siglo.
Esta paz que se rubricó y sin demora se robusteció, con la suscripción del Tratado de Versalles firmado por más de cincuenta naciones, concluyó de manera oficial con la guerra entre Alemania del segundo Reich y los estados aliados de la Primera Guerra Mundial.
Reflexivamente a lo expuesto, en el corazón de los supervivientes de cualquier guerra, sea local, nacional e internacional, lo único que permanece es un grabado teñido de resentimiento, sufrimiento y odio.
¡Qué desengaño tan desgarrador!, lo que muchos codiciosos han soliviantado en este siglo, millones y millones de seres humanos han perdido la vida innecesariamente y el abismo que la declaró, fue nada más y nada menos, que la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Respirar el aliento de la vida es algo recóndito e inexplicable que solo Dios sabe, vivimos y hemos vivido etapas en la historia donde la iniquidad se interpone a las muestras de afecto.
Lo ocurrido en estos últimos cien años, debería ser un signo de meditación para los que adoran la guerra, sinónimo de la sinrazón y del despropósito global.
Aunque, lo que jamás nadie podrá anular de esta Gran Guerra, es el traumatismo de las sociedades que colaboraron en esta violencia de masas más horripilante, hasta entonces.
Desde la pluralidad de relatos colectivos, como de razonamientos y de heridas que han quedado abiertas, más allá de la significación de una Europa ensamblada e inseparable, en realidad los diversos estados que la satisfacen, un siglo más tarde de la Primera Guerra Mundial, aún no han podido establecer una memoria común.
Como, tampoco, apropiarse de un pretérito demasiado doloroso, que pretende refrigerar la gobernanza de las naciones, con una palabra de reconciliación que impulse el bien más valioso: la paz a nivel mundial.