De nuevo Venezuela

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Es Venezuela un caso paradigmático entre las naciones americanas por ser allí donde se inicia la Emancipación de estas naciones y por contar en su primera fase con tres de las figuras más atractivas desde el punto de vista del romanticismo del XIX, Bolívar, Miranda y José Tomás Boves, ovetense este último. Un mundo de pasiones y, visto lo visto, un desastre de resultados, quizás por llegar la emancipación demasiado pronto para unas sociedades tan primarias como eran las que entonces había en el suelo iberoamericano. Es una opinión. 

El caso es que, a Bolívar, su búsqueda infinita de gloria personal le lleva a la creación, no buscada por él, de una serie de nuevas naciones y en el caso particular de su tierra, Venezuela, a la destrucción del tejido social preexistente, particularmente el de su clase, la oligarquía criolla, los mantuanos. Tan profunda fue la destrucción que podemos hablar del nacimiento de una nación desde la nada. Así quedó Venezuela.

Las nuevas naciones necesitaban crearse una nacionalidad y esta no podía venir de la mano de la ahora aborrecida España, pero tampoco de la mano del indigenismo al que los nuevos dirigentes despreciaban. La nueva nacionalidad se construiría sobre el mito de la Independencia, mito que se convierte en relato y del que fluye una nueva legitimidad, la de los caudillos militares, aquellos que combatieron y ganaron la Independencia. 

El relato tiene una cierta lógica y la nueva clase dirigente se apresura a apropiarse de Venezuela. El problema sobrevenido nace con la nueva república ya que los caudillos militares están hechos para el combate, no para dirigir países, menos aún países en dificultad. La historia de Venezuela será una larga serie de caudillos, guerras civiles, pronunciamientos y corrupción, mucha corrupción. Por no alargarme, el s. XX conoce a Crespo, después a Castro, más tarde a Vicente Gómez durante 25 años con el que se inicia la maldición del petróleo, López Contreras, Medina Angarita y, finalmente a Gómez Jiménez desde el 48 al 58. Será tras éste último cuando, por fin, el poder civil accede al gobierno de la mano de AD, Acción democrática, un partido de izquierdas, y COPEI, socialcristianos, algo parecido al centro izquierda, los cuales reinventan el turnismo de Cánovas y Sagasta y en medio de un ambiente de esperanza y una lluvia de petrodólares, convierten a Venezuela en el faro de Iberoamérica, es época de gran emigración española, todo ello compatibilizándolo con un altísimo nivel de corrupción en la administración lo que llevará, con la caída del precio del petróleo, a la carestía y al conocido como Caracazo del 89, durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, con un enorme número de muertos del que aún hoy se desconocen las cifras. Después de diez años de inestabilidad entrará el endiablado remolino de la “robolución” boliviarana de la mano de Hugo Chávez. 

Esta última fase, en cuya conclusión nos encontramos –espero- tiene una primera etapa de cambios constitucionales, mejora de las condiciones de vida, promesas de un futuro deslumbrante, exportación del socialismo del s. XXI a otros países iberoamericanos como Bolivia, Nicaragua o Ecuador, apoyo de gobiernos izquierdistas afines como la peronista Cristina Kirchner, la socialista Bachelet, el frenteamplista Pepe Mújica, los traballistas Roussef y Lula, y también la creación de frentes internacionales como PETROCARIBE o la CELAC. 

Fue una época de brillo internacional, contento de las subsidiadas bases chavistas, infiltración de los agentes y militares cubanos y, sobre todo, al modo de Fidel Castro en Cuba, una completa destrucción del tejido productivo del país. En la oposición de los chavistas nunca ha habido coherencia y apenas cohesión. El chapucero intento de golpe de estado de 2002 solo sirvió para darle más fuerza a Chávez. 

Después, a los múltiples partidos y partidetes les ha costado años llegar a consolidar una MUD, mesa de la unidad democrática, que ha visto como en elecciones de más que dudosa limpieza les era escamoteado el sillón presidencial hasta conseguir, en las últimas generales, hacerse con la Asamblea nacional. A este éxito el régimen ha contestado con la creación de otra cámara paralela solo reconocida por el circulo de gobiernos amiguetes, y las últimas presidenciales tampoco reconocidas ni por la MUD ni por la mayoría del mundo. La reciente Toma presidencial fue un desierto de asistencias. Hace dos días el joven Juan Guaidó, presidente de la Asamblea venezolana, durante una multitudinaria marcha en Caracas, y dos días después de un intento de cuartelazo, se ha autoproclamado presidente interino del país y desconoce a Maduro. 

En el inmediato ha sido reconocido por EEUU, Canadá, Colombia, Argentina, Perú, Chile, Brasil, Ecuador y Costa Rica, puede que ya alguno más. En Europa, la UE ha pedido elecciones democráticas para el país, curiosamente la misma posición que el gobierno de España, y creo que con ello pierde una gran ocasión de mandar un mensaje claro no solo a la oposición en Venezuela sino también a la mayoría de naciones americanas. 

Hay casi cinco millones de refugiados venezolanos empujados por el hambre –sería hipócrita llamarlos emigrantes- en los países vecinos, con la enorme desestabilización económica, social y política que ello supone. 

No es tiempo para elecciones y mucho menos con los antecedentes de fraude de Maduro. Desgraciadamente, los síntomas así lo muestran, el cambio solo puede llegar de la mano de las FAS. La retirada del apoyo a Maduro sería suficiente para que el régimen cayese, después, un largo y penoso camino de reconstrucción política, social y económica. 

La riqueza del país, destruida por años de “robolución” –se calcula en 300 mil millones de dólares lo extraído del país por las élites chavistas- y el petróleo hipotecado para años a rusos y chinos no pondrán una senda fácil, pero todo es mejor que la situación actual.