Instantes realmente indeterminados como los que actualmente vivimos, en los que como ciudadano de pleno derecho me siento profundamente convulsionado ante la deriva del desafío independentista. Evidencias como la pérdida de valores individuales y colectivos en una sociedad que irremediablemente ha de enfrentarse a relativismos éticos y morales, unido al ataque de la unidad territorial que pretende conjeturar la inhabilitación de la Soberanía Nacional y con ello el placaje intransigente a la Carta Magna y al Estatuto de Autonomía de Cataluña.
Una tierra como España que en los últimos tiempos ha progresado en el crecimiento económico, como en la ampliación de los derechos individuales y sociales y en la conservación e impulso de la paz. Gentes desde diversos lugares de la geografía española que con el talante responsable contribuyen a la aportación universal. Ciudadanos que en los momentos reinantes exhiben sensatez, resistiendo con determinación, pero sin extremismo, los duros azotes derivados del terrorismo yihadista. Admitiendo con valentía los numerosos retos que se nos muestran en materia de derechos humanos y la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.
De ahí que, a los ojos de las comunidades internacionales, España sea observada con afecto y benevolencia, desenvolviéndose con finura a los proyectos de futuro. Indudablemente, ello ha conllevado la mejora en los aspectos políticos, sociales y económicos, para transformarse en una tierra emprendedora por la diversidad cultural que luce.
Pero sorprendentemente, este país ha sabido trasladar a lo largo de los siglos, tanto la cultura como los valores que combina, para en definitiva erigirse en la vanguardia mundial en relación a los derechos de la ciudadanía y políticamente como Estado moderno y seguro. Una heredad con extensos cimientos históricos que la hacen estar en consonancia con el viejo continente. Si bien, su semblanza tuvo que incluir períodos en ocasiones complicados, también hubo de acoger épocas de magnificencia, como queda visiblemente constatado en el rico legado cultural que posee, contribuyendo a enarbolar a las generaciones venideras. Así, a lo largo y ancho de la historia, ha sabido conjugar la idiosincrasia con la de otros estados europeos, ya que, sin retractarse a su propia diversidad, por anticipado se declaró como un Estado plenamente ensamblado y consolidado en la Unidad Territorial. Llegando a desempeñar algunos de los episodios más significativos en los anales de la humanidad.
Derivación que la ha llevado en mayúsculas a la voluntad de residir en democracia. Convivencia democrática visibilizada en la aspiración acentuada, impetuosa y considerada por cada uno de los ciudadanos. Un empeño atrapado tras numerosas renuncias y grandes desvelos con el compromiso y el empuje de todos. Alcanzando nada más y nada menos, una gran victoria llamada convivencia democrática, que con entusiasmo es el estandarte de España que se hace invencible. Una forma virtuosa de vivir pacíficamente como la que hemos aceptado la amplia mayoría de los españoles, implementada en democracia constitucional. Realidad que únicamente es factible conservar y materializar en una sociedad en la que las leyes que la codifican y la establecen, se reconocen con ejemplaridad.
Por lo tanto, no soslayemos que los derechos y libertades que nos pertenecen y atañen a cada uno de los ciudadanos de España, se defienden y preservan en el marco de los poderes del Estado. Por eso, ante quiénes se ubican fuera de la justicia legal y pretenden dividir una sociedad democráticamente fortalecida, difícilmente podrá avanzar ante el juicio sensato de los que creemos firmemente en unas convicciones.
Defensa de unos derechos que son legitimados y tutelados escrupulosamente por la Constitución Española. Convivencia en democracia que hoy ondea con majestuosidad en base a la vida común en libertad que todos hemos reconocido, pero también, causa principal de la prosperidad colectiva habida en nuestros días y sostén para que podamos correspondernos como otros Estados miembros, en la incrustación de la Unión Europea.
Sin embargo, lo escenificado hace unos meses en el Parlamento de Cataluña, que, habida cuenta quedó recapitulado en síntomas de rebeldía y autoritarismo antidemocrático como atentando contra la Soberanía Nacional, irremediablemente me ha transportado a un viaje en el tiempo que me ha hecho recordar similitudes con el intento fallido del Golpe de Estado perpetrado el 23 de febrero del año 1981, cuando por entonces tenía catorce años.
Requerimiento de quiénes están dispuestos a llevar a cabo un referéndum ilegal de autodeterminación o el ofrecimiento de cualquier otro signo de ingenio político, que de forma disfrazada desmembraría y con ello desvanecería la convivencia pacífica, que en los últimos cuarenta años de verdadero espíritu democrático hemos respaldado.
Razón de ser que me lleva como ciudadano, hacer valer la disposición de obedecer una Ley que hemos construido desde el sentido común. Porque el embrión de las normas jurídicas es causa más que justificada en cualquier sociedad avanzada como España.
Por este motivo permanecemos adheridos a modelos que nadie jamás nos infligió, un talante que los españoles supimos implantar en libertad a fuerza de coraje. Y digo en libertad, porque el entorno que actualmente vive España, quedó establecido con cordura tras la aprobación de las directrices democráticas. Preceptos que vigilan con premura los derechos de la ciudadanía y la intervención de las acciones de los poderes del Estado, acatando sin trabas la pluralidad de la sociedad que nos acoge.
No quedando por ello al margen, que frente a aquellos que de alguna u otra forma infringen o intentan desentenderse, bien con la rebeldía o la coacción antidemocrática e ilegítima de respaldar la disolución de la Soberanía Nacional, se atinan ante férreas voluntades democráticas. Empeños más que justificados al estar forjados en la Norma Suprema como es la Constitución Española.
Deber que defiendo y no escondo, protegiendo sin miedos el Estado de derecho que juntos hemos apuntalado y que en nuestros días se fundamenta en la columna esencial de un proyecto común llamado España. Preocupación que irremisiblemente deseo manifestar a nuestro pacto de convivencia, poniéndolo en común en los momentos actuales. Pero no omitamos, que disponemos de un recaudo que otros estados aún no han logrado incorporar y posteriormente consolidar, me refiero a la fuerza de la armonía en la que todos hemos construido la convivencia democrática. Entendimiento originado con el impulso de la unidad de aquellos que hoy están dispuestos a proteger los valores de la democracia. Sentimientos que consta a los ojos del mundo y que es imposible detener al ser el aliento fusionado de los demócratas.
Una tierra como España que evidencia el conocimiento y las huellas de sus analogías y aportes de todo orden en las que se establece, porque en esa observancia a la diversidad y originalidad de los espacios que la satisfacen, se asienta como herencia imperecedera su indisoluble unidad.
Hoy al contemplar la diversidad de calzadas, empedrados o adoquines como una de las tantas avenidas o calles que abrazan a la superficie de España, cualesquiera de sus habitantes se resisten con valentía en el respeto mutuo al amparo de los valores recogidos en la Constitución, en los que cada jornada se hace ostensible el temple de pertenencia vinculado a la solidaridad como la mayor virtud. Haciéndose palpable en este territorio como único que es España, el rastro de un pasado en ocasiones demasiado agitado pero que, con civismo, se presta como una parte de este Estado Social y Democrático de Derecho, ambicionando poner en práctica aquellos valores superiores del ordenamiento jurídico como la libertad, la justicia o la igualdad. Persiguiendo con ahínco y haciendo prolongar la estela de una línea que es el imperio de la Ley para todos sin excepción, ante un desafío secesionista en los que podría confluir cualquiera de los escenarios posibles.
Mientras tanto, a los ojos del continente europeo, la amenaza del secesionismo prosigue su recorrido prohibido que limitaría un continente fragmentado o un puzle a modo de pequeños Estados. Si bien, la consecuencia de este despropósito es imprevisible ante la puesta en escena del referéndum ilegal de autodeterminación, las lecciones aprendidas otorgan hacer algunas suposiciones al respecto. Póngase como ejemplo el año 1460, cuando el Reino de Portugal y Cataluña se separaron de la Monarquía Hispánica. El primer dominio consiguió el respaldo de Inglaterra, mientras que, el segundo lo obtuvo de Francia, pero, a modo de un ejército de ocupación que finalmente los catalanes terminaron rechazando.
Pese a ello, todo acto que vulnere la Constitución de una Nación, es una maniobra inversa al marco legal habilitado. Consecuentemente, obedecer al Estado de derecho y a los límites que se aplican a quienes lo presiden, no es una alternativa, sino por el contrario un deber obligado. Estimación que hoy no me queda más que preservar y practicar por los que nos antecedieron, pero, también, por el bien ineludible de los que más tarde comparecerán tras nosotros, en esta tierra llamada España.
Unas pautas democráticas que como herencia común hemos recibido y a las que Su Majestad el Rey Felipe VI nos invita a aferrarnos con distinción y orgullo a un triunfo colectivo que juntos hemos conquistado, mediante valores constitucionales compartidos y reglas comunes de convivencia. Respetando la pluralidad que es irrenunciable mediante la consagración de la convivencia democrática.
Por lo tanto, España no podría ser España, si alguna de sus piezas territoriales quedase vaga y, en consecuencia, huérfana de sus fuentes originales.