El coleccionista de veranos

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Era un hombre oscuro, de pensamiento ingrávido y edad sin concluir. Nulo en expresiones y parco en palabras. Mostraba su mundo interior a través de sus largas, perfiladas y pulcras uñas. El tedio de su vida le había llevado a moverse deambulando entre aquellas mesas con movimientos inconexos y torpes apoyando sus pies de pato y moviendo sus arrítmicas piernas con hechura de pingüino de zoo. Destacaba su barba de pelo aleatorio de color desgastado. Entre ella corría el aire buscando los holgados pasillos de pelos crecidos a su libre albedrío. En fin, un bondadoso y extraño hombre de sólo cinco palabras: “Recibirá un SMS al móvil”.

Por fin disfrutaba de sus merecidas vacaciones de verano. Estaba viendo la televisión en su habitación del hotel en el que llevaba ya unos días. Y prestó atención a aquella noticia en la que se comentaba que Lucy, nuestro ancestro más famoso, murió al caerse de un árbol. Lucy, el fósil de ‘Australopithecus afarensis’  vivió hace más de 3 millones de años en lo que hoy es la región de Afar en Etiopía. Fue bautizada con este  nombre porque en el momento del hallazgo los investigadores estaban escuchando la canción «Lucy in the sky with diamonds» de The Beatles. Lucy y los miembros de su especie habían sido el nexo de unión entre la vida en los árboles y la adaptación a la vida bípeda. Esta adaptación les había hecho perder facultades en su hábitat arbóreo por lo que muchos caían en sus desplazamientos por los árboles a una velocidad de sesenta kilómetros por hora. El cambio climático les estaba obligando a cambiar de modo de vida, pues los bosques se estaban retirando y en las llanuras se veía mejor a distancia elevando su cuerpo y caminando con los dos pies. Este cambio hizo que sus descendientes, miles de años después, poblaran toda la faz de la tierra. Pero, mientras se consolidaban estos cambios, muchos Australopithecus caían de los árboles por las pérdida de facultades de sus manos trepadoras.

El hombre oscuro apagó la televisión, bajó al garaje del hotel donde estaba su coche y se dirigió a las afueras del lugar. Llegó hasta un bonito bosque poblado de árboles mientras recordaba que había  leído en un periódico gallego que los bosques de Galicia están en peligro y se necesitaba un plan de gestión forestal a corto plazo para frenar la desaparición de la masa arbórea. La organización ecologista WWF Adena advierte de que la comunidad gallega sufrió 150.000 incendios y conatos de incendio (menos de una hectárea de superficie) desde 1995 y de no frenar el ritmo los daños serán irreparables.

Dejó el coche en un camino cerca de la arboleda de ese bosque por el que había paseado un par de días antes y sacó de su bolsillo una navaja muy afilada. Jugó a ver el reflejo de la luna en su hoja y se dirigió hacia un árbol elegido al azar. Empuñando con fuerza aquella herramienta cortó con decisión una ramita. La olió y se dirigió hacia el coche. Volvió al hotel con su trofeo y durmió placenteramente.

Por la mañana temprano sonó la alarma de su móvil. Se levantó, se duchó y volvió  a su casa. Allí, en la pared de su habitación tenía colgada una colección de ramitas secas con un nombre debajo de cada una, el nombre del lugar al que pertenecieron. Después de deshacer la maleta se dispuso a colocar la nueva ramita del último bosque que había visitado para aumentar su colección de veranos.

Volvió a su trabajo y a su vida monótona y aburrida.

Sentado ante el televisor con una cerveza en la mano escuchaba las noticias. El incendio del bosque estaba arrasando la zona. Peligraban algunas casas. Ya había un bombero muerto y dos miembros de protección civil heridos de diferente consideración. En la televisión aparecía un hombre ante la cámara dando su opinión sobre el hecho. Diciendo que aquel incendio era provocado y que el pirómano que lo había hecho era un terrorista medioambiental y un homicida, porque había causado con su acción la muerte de una persona.

Era el bosque en el que hacía un par de días había estado el hombre oscuro. Levantó el botellín de cerveza con una leve sonrisa de satisfacción entre los labios y dio un largo trago.

Sonó el timbre de su casa. Se oyó golpear la puerta a la vez que gritaban: “¡Policía!” 

Fue su último verano.