El 22 de junio, fue la fiesta de Santo Tomás Moro, patrón de los políticos. Para poder comprender mejor el motivo de este patronazgo, es necesario conocer el comportamiento de este santo, bajo el reinado en Inglaterra de Enrique VIII.
El 11 de junio de 1509, tan sólo unos meses después de acceder al trono, un joven Enrique VIII desposaba a la hija menor de los Reyes Católicos, Catalina de Aragón. Catalina era además viuda del hermano mayor de Enrique VIII, el Príncipe Arturo, que había fallecido cinco meses después de contraer matrimonio. Pero a lo largo de los dieciocho años que duró el matrimonio, Catalina de Aragón no logró dar ningún heredero varón a su esposo. Ello, unido a la pasión que despertó en el monarca Ana Bolena, terminaría motivando que Enrique VIII intentase forzar la nulidad de su primer matrimonio y contrajese nuevas nupcias con su amante. Sin embargo, la no obtención de dicha nulidad cambiaría para siempre el rumbo de la historia inglesa, pues ante la negativa del Papa a concedérsela, Enrique VIII rompió con Roma obteniendo la ansiada nulidad de un tribunal eclesiástico inglés. La ruptura se consagraría legalmente en 1534 con la proclamación del Acta de Supremacía, acta de nacimiento de la Iglesia Anglicana a cuyo frente se situó el monarca.
Tomas Moro escribió numerosas obras sobre el humanismo y en contra de las herejías. Uno de sus obras más relevantes fue “Utopía” (1516), en la que proponía una organización racional de la sociedad, de base comunal, que se situaba en una isla imaginaria del mismo nombre que el título, en ella establece las normas que regirían la sociedad ideal entre las que se hallaban la enseñanza universal, la libertad religiosa y la subordinación de todo interés individual al beneficio común. Todos sus escritos buscan educar al hombre y alumbrar una sociedad nueva.
Debido a su gran sabiduría, austeridad de vida y servicio de entrega a los demás, ocupó distintos cargos públicos como, por ejemplo: miembro del Parlamento y Under-Sheriff de Londres; finalmente el Rey Enrique VIII le concedió el cargo de Lord Canciller, en 1529.
Se opuso tajantemente al divorcio de Enrique VIII con su esposa Catalina de Aragón. En 1532, renunció a su cargo y debido a que se negó a asistir a la coronación de la nueva reina, Ana Bolena, fue acusado de corrupción, hizo que el rey le encerrara en la Torre de Londres (1534) y le hiciera decapitar al año siguiente. El Papa Juan Pablo II lo nombró santo patrón de los gobernantes, políticos y abogados.
Para el cinéfilo, la figura de Tomás Moro (1478-1535) evoca la magistral Un hombre para la eternidad, de Fred Zinnemann (1966), en la que el gran humanista aparece con las facciones de Paul Scofield. La película es, en el fondo, una versión en traje de época de Solo ante el peligro (1952), también de Zinnemann: ambas están protagonizadas por un héroe que arriesga la vida por ser fiel a su conciencia, mientras quienes deberían ayudarle le dan la espalda.
El título original de Un hombre para la eternidad, A Man for all Seasons (un hombre para todas las estaciones), aludía a la forma en que era conocido .
Pensar en la forma de gobernar de este santo, me ha llevado a recordar lo que recoge Pablo Carreño en uno de sus libros, de la trilogía “Jefes, líderes y pastores”, pues nos lleva en esa obra de la jefatura al liderazgo y de éste al pastoreo que para el autor es la forma más sublime del gobierno de hombres y la necesidad más apremiante del momento en que vivimos.
El epílogo del libro tiene por título “El paso del líder al pastor” y dirá que el gobierno de hombres tiene su expresión máxima en el pastoreo.
Esto recuerda, aunque sea “de lejos” y en asunto menos sublime y trascendente, aquello de San Pablo a los Corintios, cuando, hablando de los carismas, y de cómo distinguirlos y jerarquizarlos, se para un momento y, cambiando de asunto, les dice: “Y aún os voy a mostrar un camino más excelente…” Y empieza su maravillosa descripción de la caridad.
Pues bien, salvando la incuestionable distancia, y con la ayuda de ese laboratorio empírico que constituye la Historia, desarrolla Pablo algo más excelente en todo lo que se relaciona con la función de gobierno. Del gobernante pastor, podría decirse también, como San Pablo dice del amor, que es la dirección “sin límites”.
“El pastor ya no se busca a sí mismo … El pastor se enamora de la misión, se centra en la función y, liberado de otras consideraciones, a las que por supuesto, ni desprecia, ni olvida, ni “aparca”, se pone sencillamente a hacer las cosas bien. Sólo atiente a la misión, intenta descubrir, entender y atender la realidad. Busca la verdad y se consagra a su función, liberado, que no desinteresado, de la organización y de sus hombres.”
Termina el epílogo así: “El gobernante pastor incluye al jefe, presupone el líder y sobrepasa cualquiera de estas dos posiciones. Es algo más. No es cambio, ni abandono de nada. Se trata de una superación, una sublimación del arte de gobernar”.
TOMAS MORO ¿Fue un pastor en su forma de gobernar?
Mi respuesta es afirmativa: Síiiiiiii !!