El Sahara Occidental, una partida de ajedrez que no cesa en su empeño

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En una ofensiva abierta en el desierto, el Frente Polisario, como movimiento político que se retrata con la autoproclamada República Árabe Democrática Saharaui, por su acrónimo, RASD, con un programa de corte socialista y panárabe en la lucha armada y tomando como precedente la revolución argelina, recientemente, ha dado por ultimado el acuerdo de ‘alto al fuego’ con el Reino alauí, imponiendo el ‘estado de guerra’.

Dicho anuncio ha determinado el ‘toque de queda’ para la urbe saharaui, cuantificada en poco más o menos que 250.000 personas, que, a día de hoy, conviven en los campos de refugiados de la región argelina de Tinduf, al Suroeste de Argel, en condiciones extremas.

Sin lugar a dudas, una situación en el Sur de la antigua colonia española, que ha servido como detonante para desencadenar indicios que podrían alcanzar cotas insospechadas. 

Ya, en las postrimerías de octubre, activistas saharauis obstaculizaron la travesía a los camiones de mercancías marroquíes provenientes del África Subsahariana; en concreto, el paso fronterizo terrestre de Guerguerat, como el principal puesto delimitante que conecta Mauritania con el Sahara Occidental, y que inspecciona la fuerza de interposición de la Organización de las Naciones Unidas, ONU.

En esta tesitura, el Frente Polisario hace hincapié en que esta ruta comercial quiebra lo tratado con Marruecos. Sin embargo, Rabat, se decanta, por lo contrario, no titubeando a la hora de desplegar a su ejército. 

En las últimas décadas han sido muchos los tiras y aflojas de los 2.500 kilómetros para levantar un conjunto de muros, edificados por Marruecos durante ocho años en el desierto del Sahara, en los que no han faltado las reservas en su conveniencia militar.

La ONU, por medio de la ‘Misión de Naciones Unidas para el referéndum en el Sahara Occidental’, abreviado, MINURSO, es una fuerza de pacificación en ese espacio entre Marruecos y la RASD, que se instauró por Resolución 690 del Consejo de Seguridad de 29/IV/1991, en atención a las recomendaciones de arreglo aprobadas el 30/VIII/1988 por Marruecos y el Frente Popular para la Liberación de Saguía el Hamra y del Río de Oro, o lo que es lo mismo, el Frente Polisario, como uno de los dos territorios que constituían la provincia del Sahara español.

De esta manera, la audacia de acaparar el suceso de Guerguerat, argumenta a todas luces, que el Frente Polisario pugna por un cambio de statu quo. Tal vez, previendo el entorno angustioso de sus campamentos con el que sospechan un levantamiento; o quizás, el relevo presidencial en la Administración de Estados Unidos con Joe Biden (1942-77 años), que podría reportarle más respaldos.

Con estos antecedentes preliminares, en los últimos meses, Marruecos ha logrado que un número de estados del África negra admitan su soberanía sobre el antiguo territorio español, poniéndose en funcionamiento consulados en El Aaiún. Mientras, la RASD, cuenta únicamente con el aval de estados africanos y latinoamericanos, y en detrimento ninguno del Viejo Continente. 

Coyuntura que no impide para el Frente Polisario, como corriente liberacionista laica de izquierdas, disponga de un puesto en la ‘Internacional Socialista’; además, de la protección política y financiera de grupos y oenegés progresistas. En la misma sintonía, Argelia, le concede una porción de su desierto en Tinduf y, al mismo tiempo, le proporciona sostén logístico, porque para Argel, el Frente Polisario es una pieza fundamental en su pretensión por afianzar la salida al Océano Atlántico.

Con lo cual, la complejidad del Sahara Occidental data del año 1975: desde 1991, se han tendido múltiples acuerdos asistidos por la ONU, que hasta el presente no han dado el fruto esperado, principalmente, por el antagonismo en los enfoques entre el Gobierno de Marruecos, inclinado por la autonomía; y por otro, el Frente Polisario, que emplaza a un referéndum de autodeterminación con la alternativa de independencia.

Brevemente y de manera sucinta, el Sahara Occidental se sitúa en el flanco Noroccidental de África, siendo una superficie inmensa de 266.000 kilómetros cuadrados, con zonas superiores en tierras como Portugal, Bélgica, Grecia, Países Bajos o Austria, y con dimensiones algo menores a Vietnam o Italia. Análogamente, limita al Sur y Este, con la República Islámica de Mauritania; al Norte, con el Reino de Marruecos; al Noreste, con la República Argelina Democrática y Popular, y por Occidente, con el Océano Atlántico. 

La población nativa es el pueblo saharaui que ha residido por siglos en la aspereza del desierto, estableciéndose en tribus beduinas y bereber. Su habla es el hasanía, un lenguaje originario del árabe tradicional, haciendo uso del castellano.

Como es sabido, el Sahara Occidental es el único país africano que no dispone de plena independencia, por la ocupación que en 1975 implantó Marruecos, invadiendo el 65% del área saharaui. Si bien, la dominación marroquí no es contemplada por la ONU. Mismamente, es uno de los diecisiete territorios no autónomos verificado por el ‘Comité Especial de Descolonización’ de la ONU, ejecutor a la hora de monitorear y promover la causa de descolonización.

Por lo tanto, lo que se dirime es el litigio del pueblo saharaui por su autodeterminación y reunificar su demografía de algo menos de un millón de miembros que persisten diseminados: una parte por el sector tomado; otra en Mauritania; los acantonamientos de Tinduf en Argelia; y, por último, el Sahara libre y otros tanto por Europa, particularmente, en España y Francia.

Con el propósito de descifrar un entresijo que pasa por su peor momento con la rúbrica del ‘alto al fuego’ allá por el 6/IX/1991, es preciso incidir en algunos de sus puntos cardinales que clarifiquen este puzle.

Inicialmente, en 1973, surgió el grupo armado del Frente Polisario, para reclamar la independencia del Sahara Occidental de cara a España, que desde 1883 gestionaba el departamento como colonia. Ya, el 6/XI/1975, el rey Al-Hasan ibn Muhammad o Hassan II (1929-1999), incitó a la denominada ‘Marcha Verde’ en dirección al Sahara, congregando a 350.000 civiles marroquíes. 

Inmediatamente a esta maniobra alauí, España entregó a Rabat el Norte y Centro del Sahara Occidental, y el Sur pasó a Mauritania. Sin obviar, que esta operación emplazada a imponer la anexión del suelo saharaui, estuvo sugerida en la complicidad de Estados Unidos y costeada con dinero saudí. 

Con Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) a las puertas de su tránsito, el príncipe Juan Carlos (1938-82 años) hubo de asumir en funciones la Jefatura del Estado. Y aun entendiendo que la suerte estaba echada, el futuro rey de España se trasladó a El Alauín, con el empeño de garantizar el honor del ejército.

Alcanzado el año 1976, contando con la ayuda de sus socios históricos como Argelia, Cuba y Sudáfrica, el Frente Polisario proclamó la RASD y entró en batalla con Marruecos y Mauritania. Por aquel entonces, decenas por miles de saharauis, no les quedó otra que a duras penas exiliarse a unas instalaciones próximas a la comarca de Tinduf. Ni que decir tiene, que los niños de aquellas generaciones maduraron con el pensamiento, que alguna vez retornarían a una heredad que jamás debió ser confiscada por Marruecos.

Entre tanto, años más tarde, en 1979, el Frente Polisario acordó la paz con Mauritania; pero, en el caso de Marruecos, se introdujo en una conflagración en la que no saldría hasta pasados dieciséis años, con el ‘alto al fuego’ consabido.

Luego, cabría preguntarse: ¿qué fondo ha colmado el vaso en el quebrantamiento del ‘alto al fuego’ en lo que atañe al Frente Polisario? Retrocediendo en el tiempo, las fuerzas de Marruecos irrumpieron el 13 de noviembre en la extensión desmilitarizada del Guerguerat, al Sur del Sahara Occidental y contigua con Mauritania, para desalojar a unos 50 civiles saharauis que el 21 de octubre proseguían cortando la carretera de acceso.

En este contexto al filo de la ruptura, el Frente Polisario actuó y ambos contendientes intercambiaron fuego cruzado. Posteriormente, según detalla el ‘Parte de Guerra Número 11’ del Sahara Occidental, los ataques del Ejército de Liberación Popular Saharaui han ido encaminados a los sitios y atrincheramientos de las fuerzas de ocupación marroquíes a lo largo del muro. Los bombardeos están concentrados en Al Farsia, Baggari y Mahbes con víctimas mortales, pero sin precisarse cifras oficiales. No obstante, Marruecos desmiente sufrir pérdidas humanas.

El citado corte de la carretera demanda la convocatoria de un referéndum de autodeterminación, tal como en su día alzó la voz la ONU; pero Marruecos, meramente está dispuesto a suscribir un régimen autonómico al Sahara Occidental. Toda vez, que el Frente Polisario entiende que la ONU, no está desempeñando adecuadamente su encaje de mediación, al consentir que Marruecos permanezca y aumente sus actividades comerciales en una demarcación en disputa. 

En otras palabras: para el Frente Polisario, esta comercialización se convierte en un “expolio de los recursos naturales” del Sahara. 

Hay que recordar al respecto, que este enclave tiene un litoral de 1.100 kilómetros de largo, de cara al Océano Atlántico. De por sí, entraña un gran valor geoestratégico y es semejante a la mitad de España. 

Conjuntamente, cuenta con importantes caladeros de pesca de los que se sirve la UE y España, mediante tratados suscritos con Marruecos y sus minas de fosfato, componente esencial en la producción de fertilizantes.

Desde 1975, Marruecos ha ido destinando sus inversiones en infraestructuras en lo que se distingue como sus provincias del Sur. Hoy por hoy, dirige y regula el 80% de la zona.

En este marco por momentos indeterminado, Mohamed VI (1963-57 años) llevaba dos años en el trono de Marruecos, cuando la Resolución del Consejo de Seguridad aprobada en junio de 2001, indicaba su total apoyo a los pactos patrocinados por las partes, para la “celebración de un referéndum libre, justo e imparcial sobre la libre determinación del pueblo del Sahara Occidental”.

A partir de aquí, el proyecto de paz auspiciado por la ONU se adentró en un letargo invernal. Para salir de él, en 2006, esta organización alentó a los interesados a realizar entrevistas directas sin condiciones previas. En 2007, se expusieron las propuestas y el Frente Polisario mantenía planteando un referéndum de autodeterminación. Por vez primera, Marruecos aludió la posibilidad de una autonomía para el territorio.

En esa proposición, hipotéticamente el Estado alauí poseía autoridad exclusiva en materias religiosas, constitucionales y con afinidad a la figura del monarca; además, de la seguridad nacional, relaciones exteriores y del poder judicial. Lo cierto es, que el Frente Polisario estimó que la oferta era pésima; e incluso más, que el propio plan de autonomía expuesto en 1974 por el Estado español.

De hecho, las resoluciones de la ONU no refieren la autonomía, pero año tras año, la estrategia marroquí admite una expresión como triunfo colectivo, cada vez que alguien la maneja: “los esfuerzos serios y creíbles de Marruecos para hacer avanzar el proceso hacia una solución”.

En tanto, el Frente Polisario, no ha conseguido que la MINURSO sondee el tema de los derechos humanos en el Sahara Occidental. Entre las sesenta y tres operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU, desde 1948, diecisiete de ellas en la última década, sólo la del Sahara está carente de poderes para valorar esta compleja realidad.

A ello hay que entretejer, que, en 2018, el Frente Polisario cosechó que el Tribunal de Luxemburgo decidiese la connivencia de pesca entre la UE y Marruecos, y no se adaptara al Sahara Occidental, porque ese espacio “no forma parte de Marruecos”. Pero, en 2019, el Parlamento Europeo ratificó negro sobre blanco, del acuerdo de pesca con Marruecos que engloba al Sahara Occidental.

Y el país alauí no ha sido menos en este tándem de salidas de tono, porque gradualmente ha entretejido en África toda una red económica, diplomática y religiosa. En 2017 optó por reintegrarse a la Unión Africana, UA, única organización internacional que reconoce como Estado a la República Árabe Saharaui Democrática.

Con la denominación de Organización para la Unidad Africana, por su acrónimo, OUA, Hasan II la desechó en 1984. Más tarde, su hijo Mohamed VI volvió con la finalidad de excluir a la RASD. En última estancia, Marruecos, se ha propuesto atraer consulados de estados encuadrados en África hacia el Sahara Occidental, incorporando nada más y nada menos, que dieciséis, con la llegada de Emiratos Árabes Unidos.

En esta partida de ajedrez que prosigue enquistada, el principal aliado de Marruecos es la República Francesa. Sin inmiscuir, a Estados Unidos y, cómo no, la Administración española con una postura prudencial, que ha terciado en los despachos de la UE y la ONU, en beneficio de Rabat. En cuanto al Frente Polisario, se siente alentado por Argelia, sin descartar la Federación Rusa y la República de Sudáfrica.

En consecuencia, Marruecos, ambiciona fortalecer su disposición mundial a través de la iniciativa diplomática, valiéndose del ingenio para argumentar su tesis ante el espectro público, indiscutiblemente, muy por encima del Frente Polisario.

Con desparpajo y destreza, el rey Mohamed VI enarbola su protagonismo de actor privilegiado, practicado por su antecesor durante la friolera de cuarenta años, como valedor de los intereses de Occidente en el Norte de África. Y, evidentemente, erigiéndose en instrumento primordial en el devenir del laberinto que subyace en Oriente Medio.

El dibujo enrevesado que en ocasiones sugiere los Estados Unidos en el universo árabe-musulmán, ha servido de pértiga para que los representantes americanos robustezcan sus lazos con Marruecos. El refrendo en 2004, del acuerdo de libre cambio con Rabat y la asignación en la condición de ‘aliado preferente no OTAN’, obligatoriamente, por sus esfuerzos contra las acciones terroristas, se desentraña en un entorno pragmático de favoritismo estadounidense.

Los atentados suicidas llevados a cabo en Casablanca el 16/V/2003, han reforzado la clarividencia americana sobre la inestabilidad del régimen marroquí, con un curso interno que podría acabar convergiendo en una trama incendiaria y en el que los islamistas creíblemente saldrían victoriosos. 

Es por ello, que la integración irreversible de un Sahara más o menos autónomo, pero marroquí, sería observado en las circunstancias imperantes como una baza sólida para la consolidación de Mohamed VI. 

En este sentido, el Sahara es monopolizado por Marruecos como moneda de cambio, por su armazón a la visión de Estados Unidos de eliminación del terrorismo islámico. Simultáneamente, Marruecos, ha intervenido entre la urbe saharaui del interior y del exterior, procurando obtener un objetivo notorio: la aprobación de ‘marroquinidad’ del Sahara entre la misma población autóctona.

Primero, en el interior, se habría avivado una cierta mejora económica, con el designio de desvanecer la huella independentista en las descendencias posteriores que no han conocido la consternación de la guerra. 

Y, segundo, en el exterior, tercamente se ha proyectado el descrédito de los agentes polisarios, censurando la situación de desidia en la que se hallan los refugiados saharauis, aislados en los campos de Tinduf y culpando al Frente Polisario de tenerlos cautivos. De ahí, que las continuas desbandadas de dirigentes saharauis sean propagadas por los delegados marroquíes, como la punta de lanza de este precario contorno.

Finalmente, en estos últimos años, Marruecos habría desplegado una imposición incesante sobre la ONU, poniendo obstáculos administrativos y físicos al normal ejercicio de la MINURSO. Sin ser descabellada la opinión, del amago para claudicar en la misión del Sahara. 

De lo que se desprende de estas disputas, que Marruecos estaría por la labor de reconocer la celebración de un referéndum de confirmación, que no de independencia, donde los anhelos de los nativos se limitarían a un vago ofrecimiento de emprender un proceso de autonomía regional, parecido al de algunas naciones europeas.

El cerco reinante por instantes truncado, no comporta la prolongación de la lucha armada del Frente Polisario, a pesar del apremio de las bases para que esta responda potencialmente a la inmovilización política. 

Si los saharauis eligen perpetuarse en la hostilidad, su proceder sería entendido como terrorismo islámico y la causa saharaui definitivamente se enquistaría. 

La solución jurídica en la disyuntiva del Sahara Occidental, debe sustentarse en el “respeto al principio de libre determinación de los pueblos”, en una tierra no autónoma, e incuestionablemente, ha de ser elegida por la voluntad del Pueblo Saharaui.

Publicado en el ‘Diario de Información Autonómica el Faro de Ceuta’ el día 27/XI/2020. 

© Fotografías: National Geographic de fecha 22/XI/2020 y la breve reseña insertada en la imagen iconográfica es obra del autor.

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