Las últimas acciones de Vladímir Putin –de las que el presidente Biden ya había advertido: “Creemos que tendrán como objetivo la capital de Ucrania, Kiev, una ciudad de 2,8 millones de personas inocentes”– se produjeron horas después de que el presidente de la Federación de Rusia informara, por televisión, de la ruptura de un acuerdo internacional de paz de Minsk y de haber dado la orden para la entrada de tropas –estacionadas en la frontera– en dos regiones orientales controladas por los rebeldes.
Pero Rusia ya se había ocupado de preparar el terreno, con excusas para justificar la invasión de un país de 44 millones de habitantes, y lo había hecho valiéndose de operaciones de falsa bandera –encadenadas– como parte del guion para fabricar un casus belli, cuya narrativa se basa en la fabricación de agravios y recuerda el manejo de las armas de destrucción masiva para invadir Irak.
La “operación militar especial” en la región del Donbás, seguida por informes de explosiones en la capital de Ucrania, estuvo precedida por campañas de desinformación, una de las claves del manual desestabilizador de Putin, como denunció la Unión Europea.
Con falsas acusaciones, basadas en la publicación de un informe ruso sobre ‘fosas comunes’ encontradas en la región rebelde –sin nombre y sin haber podido ser verificadas por ninguna entidad independiente–, Putin y los líderes independentistas denunciaron nada menos que un “genocidio” cometido por el Gobierno de Kiev contra la población prorrusa.
A renglón seguido, la mendacidad fue que Ucrania iba a usar armas químicas contra ciudadanos rusos, mientras el reparto de más de 700.000 pasaportes –en las zonas gobernadas por los rebeldes– justificaba cualquier acción como protección de sus propios ciudadanos.
Desde 2014, los rebeldes respaldados por Rusia se apoderaron de grandes franjas del este y han combatido al ejército ucraniano sin tregua. La situación se complica más con la reclamación, por los dos estados rebeldes, de todas las regiones ucranianas de Donetsk y Luhansk. El acuerdo de Minsk, que no interrumpió el conflicto, ahora se ve desfallecido por la invasión.
La resistencia de Putin a la adhesión de Ucrania a las instituciones europeas (OTAN y UE) ha sido inflexible. Tras afirmar que nunca fue un Estado –propiamente dicho– y ahora es una marioneta de Occidente, exige garantías de que Ucrania no se unirá a la OTAN, se desmilitarice y se convierta en un Estado neutral.
El decreto de Putin que reconoce, como independientes a las llamadas repúblicas de Donetsk y Luhansk –hasta ahora dirigidas por representantes rusos– implica el reconocimiento por primera vez del estacionamiento de tropas rusas allí y, por ende, la construcción de bases militares.
Sanciones progresivas
Los aliados de la OTAN han dejado claro que no tienen previsto enviar tropas de combate a Ucrania. En cambio, han ofrecido asesores, armas y hospitales de campaña. La principal respuesta será penalizar a Rusia con sanciones, progresivas según evolucionen los acontecimientos.
Alemania ha paralizado la aprobación del gasoducto ruso Nord Stream 2; la UE se centra en el acceso de Rusia a los mercados financieros y ha sancionado a los 351 diputados que apoyaron en el Parlamento ruso la “decisión ilegal” de Rusia de reconocer como estados independientes a las regiones controladas por los rebeldes.
Estados Unidos se ocupa de las instituciones financieras y las industrias clave de Rusia, pero el golpe económico definitivo sería desconectar el sistema bancario ruso del sistema internacional de pagos Swift. Esta decisión podría afectar gravemente a las economías de Estados Unidos y Europa.
En la hora de la verdad, Putin concreta sus exigencias: un compromiso –jurídicamente vinculante– de que la OTAN no se ampliará más, no desplegará “armas de ataque cerca de las fronteras de Rusia” y retirará las fuerzas y la infraestructura militar de los Estados miembro que se unieron a la alianza a partir de 1997 (Europa Central, Europa del Este y el Báltico).
Los hechos consumados dificultan la salida diplomática que estaba en marcha. El comienzo de la guerra ha cancelado las conversaciones previstas entre los dos interlocutores principales: Lavrov y Blinken, ministros de Asuntos Exteriores de ambas potencias. Mientras, Francia y Alemania sostienen que la posibilidad de diálogo sigue abierta.
Estados Unidos habría ofrecido iniciar conversaciones para limitar los misiles de corto y medio alcance, así como un nuevo tratado sobre misiles intercontinentales. Rusia quería que todas las armas nucleares de EEUU estuvieran prohibidas más allá de sus territorios nacionales y se había mostrado favorable a la propuesta de un “mecanismo de transparencia” de controles mutuos de las bases de misiles: dos en Rusia y dos en Rumanía y Polonia.
Todo parece indicar que las campañas emprendidas no han resultado suficientes y a Putin no se le puede apaciguar. Ha mostrado con la invasión que está dispuesto a arriesgar más para revisar el llamado orden imperial estadounidense, especialmente en Europa.
Esta misión, como ciudadano de una nación humillada, la considera Putin su destino sagrado, aunque no consiga despejar otro de sus dilemas existenciales: resucitar la Unión Soviética.
Jueves 24 de febrero de 2022, la guerra en Ucrania ha comenzado con un cínico y delirante estrambote: para “mantener la paz”.