Fue sin duda la personalidad política de mayor alcance y profundidad de todo el S. XX a nivel mundial; ya la Trocha cubana le vio cabalgar como joven oficial observador británico cuando Valeriano Weyler era el comandante general en la isla; también en la guerra de los Boers se desempeñaría, esta vez como corresponsal de guerra; en la Primera guerra mundial empezó como ministro, siguió como lord del Almirantazgo y remató como humilde jefe de batallón en el frente occidental. Su jefatura de gobierno durante la Segunda guerra mundial resultaría épica y marcaría también la guerra fría. Su pluma le valió un Nobel de literatura y su oratoria sigue hoy siendo referente de la ciencia política.
El 11 de febrero de 1947, siendo jefe de la oposición, acudió con premura al Parlamento de Westminster, pese a encontrarse enfermo, para defender su posición contraria al vaciado de competencias de la Cámara de los lores propuesta por el gobierno socialista de Clement Attlee. Su intervención sigue siendo hoy estudiada en los manuales de ciencia política pues, además de señalar a la democracia representativa como “la peor forma de gobierno, con excepción de todas las otras formas que se pusieron en práctica a lo largo del tiempo”, también apuntó que la “idea laborista de que un puñado de hombres se hiciese con la máquina del estado, con el derecho de obligar a la ciudadanía a hacer lo que se acomodase a su partido e intereses personales o doctrinas es contrario a cualquier concepción de la democracia occidental”; criticando también que “suponen, equivocadamente, que democracia es equivalente al imperio de la mayoría, que consigue un periodo fijo de gobierno mediante promesas para luego hacer a su placer con la ciudadanía”.
Churchill explicó que entendía la democracia como “un sistema equilibrado de derechos y autoridad compartida, con muchas otras personas e instituciones a ser consideradas además del gobierno de turno y los oficiales que emplea”, para él “la opinión pública, expresada por todos los medios constitucionales, debe formar, guiar y controlar las acciones de los ministros, que son sus sirvientes y no sus amos”.
La intervención sirvió para doblegar la mayoría gubernamental y rechazar el proyecto de ley que buscaba dar mayores poderes al gobierno. Hoy, en muchas partes, vemos como los sistemas constitucionales no son capaces de controlar al ejecutivo que, desde el sometimiento del legislativo, el control más o menos descarado del poder judicial, y la influencia sobre el cuarto poder, logran acaparar todos los resortes de la sociedad dejando a la ciudadanía rehén de sus decisiones, fundamentalmente encaminadas al mantenimiento del propio partido en el poder y con ello convirtiendo al secretario general en un nuevo tipo de dirigente que, envuelto en las formas aparentes de la democracia representativa, no tienen mucho que envidiar a los dictadores del S.XX.
En estos días de pandemia y elecciones autonómicas tenemos oportunidad de comprobar hasta qué punto la figura de Winston Churchill sigue estando de actualidad, especialmente cuando, en otro pasaje de su intervención afirmó que “ningún gobierno en tiempo de paz ha tenido nunca tal arbitrario poder sobre las vidas y acciones del pueblo británico, y ningún gobierno ha fallado antes tan completamente a la hora de responder a sus necesidades diarias”.
https://api.parliament.uk/historic-hansard/commons/1947/nov/11/parliament-bill
*Versión en asturiano en abellugunelcamin.blogspot.com