Habíamos quedado en vernos para tomar un café. La mañana era otoñal y hostil. Imprescindible abrigarse bien. Salí y el viento me recibió con esa única manera de despeinar y voltear el abrigo a un costado, cosa que me molestaba. Estaba intrigada por la cita con mi compañero de trabajo, en verdad me resultaba seductor por su manera de ver el mundo y su cabellera oscura que solía caer a menudo desprejuiciada sobre su amplia frente. Usaba un perfume penetrante pero a la vez exótico que invadía su persona en un vaho más atractivo aún. Era rápido para la resolución de los entuertos tecnológicos y el sistema binario parecía circular por sus venas.
Mi hermana compartía nuestro grupo laboral con esa presencia que la volvía imprescindible hasta en los momentos libres. Recibida en Oxford, no sé qué hacía en la París natal , una perfecta inglesa trasplantada como un ser de su hábitat natural a otro artificial . Era bella , generosa y tenía la virtud de resolver los problemas con limpieza mental y cordura emocional. Todos girábamos como un engranaje en la empresa que luchaba día a día por incorporar los nuevos formatos tecnológicos.
Yo vivía sola en un apartamento de la Rue Rívoli y tenía pocas amistades, únicamente aquellas que por casualidad había conocido en las clases de piano a las que asistía con la ansiedad de ingresar a la burbuja ardiente de los acordes, sonidos y silencios. Tenía un pasar donde el arte musical ocupaba el espacio que el trabajo me permitía .
Había alquilado un local pequeño con piano, en el fondo de una pensión para estudiantes . Allí encontraba mis emociones y a veces jugaba tocando otras notas para experimentar cómo desarmonizaban en el pecado injusto de ir sobre el divino Chopin.
Mientras caminaba hacia el encuentro, un aleteo imprevisto me movió el alma. No era de tener presagios . Sí, de emocionarme. A veces lloraba sin saber por qué, escuchando alguna sonata y eso teñía mi vida de una armonía profundamente romántica . A menudo, la tristeza ganaba terreno a la alegría , tal vez porque no hablaba mucho y solía callar como si usara disonancias en concordancias .
Llegando al café de la Paix, lo vi con su boina y una bufanda: era un retrato impresionista. Sus ojos, intensos. Sus manos tomaron las mías con delicadeza inusual y me dieron la tibieza esperada. Al primer sorbo, saboreamos unos amaretis con la conciencia de estar bebiendo un maridaje más noble del café con almendras. Hablamos de la última película de Allen y pedimos escuchar Debussy , que invadió el espacio de misteriosa dulzura.
Afuera, se desató una repentina tormenta , como una catarata de notas en una obra romántica. Él tomó mis manos entre las suyas y me pidió tímidamente que hablara con mi hermana pues moría de amor por ella , desesperado ante su indiferencia percibida como rechazo.
En el retorno, la nieve besó mi pelo y tiñó el abrigo de blanco , tal vez con el frío que da la desilusión del amor no correspondido. Al ingresar al Metro de la Ópera , la puerta se cerró con hermética indiferencia . No lejos de allí, mi hermana me esperaba en su apartamento , lista para ir al De Gaulle, rumbo al olvido.
📸 La imagen es de la Página París je t’ aime.
