Hace años escribí un artículo, Teoría del ensayo general, que terminaba así: «Ojo con las perdices, que se desplazan, gráciles, como si llevasen zapatos de tacón».
A primera vista, aire de sifrina; 42 años; soltera; separada; sin hijos; procedente de la cantera del partido; sin experiencia previa de gestión; tímida, si bien polemista mordaz, capaz de disparar con fuego real a sus adversarios, ya sea en un plató de televisión o en sede parlamentaria; apariencia frágil y desparpajo ocasional; protegida por una ambigua sonrisa y guarnecida con una túnica, larga y celestial, como atuendo de campaña; ha conseguido algo inalcanzable: una adhesión, personal e inédita, con alcance nacional.
Con curiosidad no exenta de agnosti- cismo, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, medios internacionales… repararon en la osada valentía de quien gestionaba la crisis de la pandemia, entre burlas a un discurso insustancial, insultos y una presión mediática, sin precedentes, para que cerrara Madrid.
Con la sumisión estrictamente restringida a los ciudadanos, escoltada por un formidable elenco de coadjutores y una convicción: «Con responsabilidad y tratando a la sociedad como adultos se pueden sortear todas las dificultades», cosechó una victoria anticipada por todos los sondeos, con excepción del sociólogo gubernamental que aprovechó la batalla de Madrid para acuñar una nueva noción: tabernidad, lo que retrata «la impotencia del sicofante fracasado» (Jorge Bustos).
Tras haberse salido con la suya en to- dos los distritos de la capital y pueblos de la provincia (salvo dos aldeas galas), eligió un vestido rojo para salir al balcón de la sede convicta.
Todo comenzó con una maniobra no exenta de riesgos, consistente en desmontar una operación, cocinada en la Cuesta de las Perdices (que fue campo de batalla, a las puertas de Madrid, durante la Guerra Civil), tendente a descabalgarla de la presidencia del Gobierno regional. Sorteando los obstáculos de quienes habían sido sus socios hasta media hora antes, disolvió la Asamblea, anticipando la primera derrota significativa, en una lid política, del sanchismo.
El traspié murciano, prólogo de un fre- nesí repentino con mociones de censura en tirabuzón, fue el primer acto del intento tardío de viajar al centro para, una vez aprobados los Presupuestos, distanciarse de los que ya resultaban incómodos socios de legislatura.
También agudizó los alifafes de la bella
cuyo error de cálculo ha rebajado su cotización política, evidencia que comenzó a gestarse cuando abandonó a los electores catalanes que la habían convertido, lo nunca visto, en primera opción política.
Hartos de confinamientos perimetrales, acuartelamientos, cierres de la hostelería, por mor de la peste, que sigue costando vidas y llevando a la ruina a familias, empresas y negocios; la movilización (78%) y el voto con determinación, a una peculiar forma de entender el oficio de la política (que no renunciaba a la confrontación directa con el comandante en jefe,
Queda por despejar una incógnita: ¿La gente no ha votado tanto PP como a la presidenta madrileña?
quien aceptó el guante y sacudió el saco) de modo que los comicios regionales se nacionalizaron.
Mientras sus rivales, con un tono displicente, ponían en duda su preparación y capacidad intelectual, la creciente notoriedad de la vituperada le servía para capitalizar el desconcierto e irritación de buena parte del electorado, que endiñó un voto de castigo al Gobierno por las políticas y alianzas del binomio PS&PI (recompensas a secesionistas, ley de educación, ministerio de la verdad).
Con reflejos y astucia, la cándida Isabel rompió el parapeto de combate, que tan útil le estaba resultando al Ejecutivo para usar con provecho recursos públicos y templar la libertad (con el estado de alarma). En su confrontación frente a todos, ofrecía propuestas apacibles con las que contrarrestar denuncias, como las de la emergente médica anestesista: «Su modelo es la ley de la selva» o «La derecha entiende la libertad como pisotear al prójimo y desentenderse de la sociedad».
Reminiscencias almodovarianas, con final diferente para cada uno de los protagonistas y actores de reparto: Desplome y Gloria.
Los efectos más visibles: la sorpresiva en explicada salida del Gobierno, simultánea renuncia al escaño en el Congreso y retirada de Iglesias de la política española. Y con ello, la defunción de la testosterona, que arrastró a toda la izquierda a seguir su marco frentista. Coincidiendo con el escaqueo de quien parecía tener el terreno preparado, tras ser sometido a un acoso personal y familiar inadmisible. El desvanecimiento de Cs, descontado por las encuestas, que les dejó sin escaños en la Asamblea madrileña, a pesar de contar con un candidato formidable. La pérdida del liderazgo de la izquierda en Madrid, que ostentaba el partido socialista. La renuncia al escaño de un intelectual moderado sin hambre de balón, Gabilondo, víctima de una estrategia zigzagueante, quizá causa de la tensión emocional.
Y los más palmarios: el landslide (avalancha) de quien había vadeado pesquisas incómodas sobre asuntos familiares y no se achantó. El sólido ascenso de la doctora García, cabeza visible de Podemos 2, formación concebida por el que fue niño bonito de la izquierda radical, Errejón, más tarde desplazado a la política regional. El mantenimiento de los escaños por la derecha radical, cuya combativa candidata, Monasterio, «la izquierda pone las ideas, el centro las asume y la derecha las gestiona», tampoco se escabulló del mitote.
Madrid, convertida en campo de pruebas de un proyecto nacional, se sacudió el letargo motivado por ser pocos los que hablaban sin fantasía, de cuestiones sencillas: «Lo que queremos, lo que necesitamos, en definitiva, de la vida real».
Amortizado el comodín del dictador, siguen sin digerir cómo es posible que; insultando a los madrileños, saboteando un hospital público y etiquetando de fascistas a los que no piensan como ellos, no hayan conseguido ganar. Tiempo de autocrítica y reflexión, como demanda Felipe González, tan lejos del descabellado insulto de la VP1 del Gobierno, comparando a dos millones de madrileños con los nazis.
Atendiendo a la sentencia de Churchill «¿Tiene enemigos? Bien, eso quiere decir que usted ha defendido algo con convicción, en algún momento de su vida» y descontando la capacidad de aguante de la líder sobrevenida, depende en gran medida, el futuro de su mentor, rehén de los malos resultados en País Vasco y Catalunya, rescatado del ostracismo por una de sus potenciales rivales en el futuro.
Queda por despejar una incógnita, que podría ayudar a descifrar los resultados de unas elecciones con gravedad nacional: ¿La gente no ha votado tanto Partido Popular como Ayuso?
La perdiz con tacones, que puede vivir en cautiverio entre 6 y 10 años, tiene un carácter enérgico, potencia de vuelo, bravura y alas anchas, que le permiten emprender un vuelo sostenido.