sábado, abril 27, 2024

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LEER A STÄEL EN LA ACTUALIDAD

Madame de Stäel, cuyo nombre completo era Anne-Louise Germaine Necker no fue solo la hija del ministro Necker, quien pudo haber salvado la monarquía francesa si Luis XVI le hubiera escuchado, sino también la versión francesa de Agustina de Aragón, aunque en su caso ella usó la pluma y no la espada para atacar a Napoleón y denunciar el baño de sangre en el que sumergió a Europa.

Nacida en 1766 en los últimos años del reinado de Luis XV y testigo vivo de un cambio de siglo que pasó por la Revolución (1789-1799) el Consulado (1799-1804) el Imperio (1804-1815) y la Restauración Borbónica (1815-1830) Madame de Stäel recogió en su figura y escritos toda una época, el Siglo de las Luces o la Ilustración, defendiendo ideas innovadoras y muy poco comunes en una mujer de su posición, pero ella misma se labró una personalidad arrolladora, y pese a los horrores y el exilio vividos bajo el Terror y el Imperio Napoleónico prefirió hablar que callar. Admirable.

Diez años de destierro el cual leí hace dos semanas revive en esta mujer no solo su vida, sino también la cruenta situación en que vivía Europa, situación que se parece a la actual reflejada en los países del este, que duermen con un ojo abierto y otro cerrado por la amenaza imperialista rusa y la soberbia de Putin y su régimen, que inflamado de aura tiránica, como Napoleón, cree que puede tomar lo que no es suyo. También aquí en España, donde los populismos disfrazados de democracia y libertad ponen en peligro todos sus principios, pues algo así es lo que se refleja en la obra de Madame de Stäel, a pesar de los 200 años que nos separan. Que pena que la salonniere no esté aquí, anda que no dudaría en comparar a Sánchez y sus socios con Robespierre y sus Sans-culottes y a Putin con Napoleón, pues el poder, como ella misma denunció, cuando devora al hombre no tiene remedio.

En Diez años de destierro uno acaba acompañando a esta gran mujer en su largo exilio (1802- 1812). Si usas bien la imaginación te verás sentado a su lado en un carruaje atravesando Europa y huyendo de Napoleón, pasando por Viena, Frankfurt, Florencia, Kiev (me estremecí cuando nombró la ciudad y su hermosura oriental y europea y ver como está ahora) y llegando a San Petersburgo, para después embarcarse a Inglaterra, donde permaneció hasta la caída del emperador. Allí en San Petersburgo llegó a ser recibida por el Zar Alejandro I, quien liberó a Europa de los franceses y quien la trató poco menos que si se tratase de un jefe de estado, pues las obras de Madame de Stäel aunque censuradas en Francia, en Rusia y otros países eran las que más se leían en los salones literarios.

Como mujer de su tiempo Madame de Stäel fue una mujer también polémica y de múltiples rostros. Apoyó el 14 de julio y la Revolución, pero denunció la ejecución del Rey y fue de las pocas escritoras que salió en defensa de María Antonieta en su obra Reflexiones sobre el proceso de la Reina un alegato en defensa de la reina y dirigida a las mujeres, donde denuncia las «miserias de la condición femenina» y cuestiona la misoginia escondida tras las acusaciones vertidas contra la soberana y cuyo único objetivo era guillotinarla lo antes posible bajo falsas acusaciones. Mismamente denunció la situación precaria de las mujeres y su derecho a la educación y el final de los convencionalismos.

Defendió la monarquía constitucional, pero las ideas republicanas también, de las cuales se alejó por sus excesos bajo el Terror. Se alejó tanto de los partidarios de una república como de los monárquicos absolutistas, por lo que tuvo exiliarse en 1793 por primera vez y a Londres.

En resumidas cuentas, el exilio iba con ella, pero también el denunciar los excesos de poder y como los ignorantes y desesperados se convierten en marionetas de dictadores a cambio de un techo y comida. ¿Qué importa el resto? Dirán esas marionetas.

Cuando falleció en París en 1817 Madame de Stäel era ya una mujer de mundo con su mayor sueño hecho realidad. Napoleón vencido, Luis XVIII en el trono con una constitución, Europa en paz y su fama de la mujer que le plantó cara al emperador convertida ya en mito, todos los objetivos cumplidos, sí, a costa de sufrimiento, pero del que vale la pena.

De modo que lean su obra Diez años de destierro y verán como aunque no estemos en 1800 la situación de ahora en algo se le parece. Pero también verán que la pluma siempre tiene más poder que la espada.

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