martes, abril 23, 2024

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Narciso sale del armario

Así titulaba Ignacio Arzuaga un artículo sobre el narcisismo publicado en ACEPREnsa en 2014, y comenzaba escribiendo: “La preocupación por proteger la privacidad en Internet podría dar la impresión de que vivimos en una época celosa de la intimidad. Sin embargo, nunca ha sido tan clamorosa la exhibición de lo privado. Fenómenos como la afición a los selfies, el sexting, las aplaudidas salidas del armario, las colas en el casting para el Gran Hermano, la exposición de trapos sucios en los talk shows…llevan a exclamar: por favor, ¡no me invada con su intimidad!”

Un libro de dos sociólogos norteamericanos publicado en 2009, denuncia como una auténtica plaga la obsesión por la propia persona, que se extiende gracias a los recursos mediáticos para la autopromoción. Se trata de una forma de vivir que quiere anteponer a todo, la lógica del yo, me, mí, conmigo, y cuyo lema es “soy especial”.

Jean M. Twenge and W. Keith Campbell, The Narcissism Epidemic. Living in the Age of Entitlement. Free Press. New York (2009).

Ambos autores saben que nadan contracorriente y que, en un mundo tan competitivo como el actual, la exaltación narcisista se presenta como una virtud, disfrazada de autoestima. Sin embargo, dicen, no deben confundirse los términos: las personas con una sana autoestima tienen una buena opinión de sí mismas, pero conservan además el sentido de lo ético y del amor por los demás. La dejación de estos valores frente a la excesiva admiración de las propias cualidades no sólo es lo que hace a un verdadero narcisista, sino lo que le condena a unas relaciones sociales -en el trabajo, con los amigos, con la pareja- necesariamente problemáticas.

El libro también pasa revista a la relación entre estas ínfulas narcisistas y un repertorio cada vez más multimediático de conductas antisociales en los niños y adolescentes. Gamberradas colgadas en YouTube, groserías e insultos de todo tipo difundidos a través de redes sociales, van estableciendo un preocupante vínculo entre antivalores y exhibicionismo dirigido a captar la atención de las masas. Twenge y Campbell, además, no dudan en atribuir a los medios de comunicación (desde los que figuran en Internet hasta los canales de noticias por televisión) la responsabilidad de esta cultura capaz de convertir el delito en algo guay. La ejemplaridad del castigo no sólo se pierde si se transforman en espectáculo ciertos hechos punibles, sino que, antes bien, el mensaje se invierte y al final lo que debería reprobarse acaba promocionado.

En España, la prensa reveló que el asesino confeso de la joven Marta del Castillo recibió algunas cartas de “seguidores”, deslumbrados por el tratamiento de protagonista de serie para adolescentes que algunos medios le dieron a él y a otros implicados en el caso.

Twenge y Campbell son además partidarios de reforzar lo que llaman “una cultura que estimule e incluso premie el honor y la integridad”. Para esto, dicen, los códigos éticos que algunos centros educativos asumen como una tradición inveterada e irrenunciable pueden resultar de la máxima utilidad. También la educación en valores, que ponga el acento sobre virtudes como la honestidad, la disciplina, la responsabilidad y el sentido de la justicia, sin necesidad de insistir tanto en la retórica del I am special

XAVIER REYES MATHEUS escribió en Aceprensa sobre este libro:”

Según los autores del libro, el exceso narcisista ha tenido siempre un freno en los principios cristianos. Pero la tendencia creciente en Estados Unidos a adscribirse a “marcas blancas” de los credos tradicionales refleja el deseo de construirse religiones a medida, sin comprometerse demasiado con principios como aquellos. Ni con las virtudes consecuentes: así, por ejemplo, Twenge y Campbell sostienen que la capacidad de perdonar no es precisamente el punto fuerte de los narcisos, que tampoco se muestran dispuestos a asumir los problemas y dificultades de su vida como acatamiento de la voluntad de Dios.”

El discurso de los padres respecto de las prioridades de los hijos debería, según los sociólogos norteamericanos, manejar con cuidado este asunto. “Algunos padres han inculcado inintencionadamente una actitud narcisista a sus hijos, advirtiéndoles de que los logros personales deben anteponerse siempre y de que, en cambio, ‘el amor puede esperar’ ”. Una moralina que “no significa, al menos en la cultura de hoy en día, que vayan a esperar para tener sexo. Lo tendrán, de todos modos, fuera de relaciones y despojado de toda cercanía emocional”. La frivolidad de los “amigos con derecho” o de los “rollitos” (hookups), ajenos a cualquier compromiso, se aviene mucho mejor con la personalidad narcisista.

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