Las bombillas en sus guirnaldas cuelgan entre los edificios adornando de luz y color la ciudad. El trasiego de gente acompañado de tonadas de villancico de fondo viene y va. El ánimo alegre de los transeúntes llena de conversaciones animadas las calles, ríos amables que se entrelazan formando una red tupida de manantiales que se dejan llevar.
¡Es Navidad!
La iluminación de las ciudades, la vorágine de las compras, la poderosa llamada de los escaparates —ventanales que gritan para llamar a los posibles clientes—, impiden ver el brillo del estrellado azabache que se eleva infinito entre destellos de profundidad. ¡Es Navidad!, y como siempre, nos hemos quedado con lo superficial y con bonitas parrafadas de amor y de paz, de amistad y de entrega al prójimo, pegadizos versos que esparcen melifluos sentimientos que alimentan nuestra alma sólo en estos días, y que nos hacen brillar la conciencia de solidaridad, pero, nos adornan la piel cuando se deslizan al bajar. Mientras tanto, inundan las pantallas de los móviles y de los ordenadores esas frases preciosas acompañadas de dibujos tiernos de colorido llamativo y aderezadas con música para que nos llegue de forma más sutil y contundente, que casi sin reflexionar, como autómatas compartimos plagando las redes sociales de copias. Es una época del año propicia para el consumo —en eso se han convertido estas fechas—: ropa, juguetes, artículos de regalo… y sentimentalismo fatuo, vaporoso, efímero…
Frío, hace frío en esta dura acera. En esta acogedora acera fría y dura, hogar nocturno, confort de amistades, calor de una sonrisa compartida. Habitación de huéspedes donde se han creado esos lazos invisibles nacidos de la necesidad y la miseria de los desheredados que comparten cama en esa dura y fría acera bajo el techado de un soportal. Nada; sin nada; absolutamente nada. Llenos de ese sentimiento de amistad que te ofrecen “las circunstancias”. Y mientras comparten esa sonrisa se sienten desprotegidos y libres, necesitados de todo y llenos de nostalgias. Miran las luces de la ciudad navideña alejados, distantes… No visitarán tiendas ni contemplarán escaparates, porque los escaparates no tienen voz para “ellos”. Y dicen que Jesús nació para todos…
Pero… allí siguen recostados, tapados con una manta en medio de la ciudad; en ese recodo que hace que la vida, bajo la pequeña techumbre que soportan unos pilares, sea más dura. Allí, alejados del frenesí multicolor de los ríos de luces y compras, de la amalgama de caras desconocidas que se cruzan y pasean sin mirarse, como hormigas desconocidas que se cruzan en el mismo cauce. Y “ellos”, desconocidos en el rincón de su miseria, recostados en la fría acera comparten con una sonrisa sus recuerdos, sus ilusiones y sus sueños. Mientras hablan, en un viejo transistor de pilas, única propiedad de uno de los que habitan en ese hogar de camas de cartón, suena un villancico. Lo tararean con ese especial brillo navideño en los ojos y luego callan. Recuerdan su infancia y sonríen. Sí, es cierto que Jesús también nació para “ellos”.
Sigo mi paseo por la ciudad. Despacio, sereno se me va acercando un hombre, un destino, unas circunstancias… La imagen guarda silencio, pero su mirada se me clava en lo hondo. Llega a mi altura y sigue su camino:
EL REY DE LA CALLE
Entre bambalinas van emergiendo
las partículas de luz matutina
que empujan a la rueda de la vida
en esos días ásperos del vértigo.
En las plazas revolotean plenas
de una vida intangible,
entre el tumulto plácido,
nubes de algodón alado de niño.
El banco firme, paso de los años,
va conjugando aquellas confesiones
del solitario transeúnte místico,
que anhela calor humano y un abrazo
de jardín de ciudad,
entre los ríos de almas que lo cruzan
en silencio, en silencio.
Y se pierden entre sus pasos laxos
las perspectivas de sus recorridos
al llenar de vacíos de color
su gran vacío de las soledades.
Deambula entre las hoscas farolas
meditando en la luz de los semáforos.
Va desmembrando toda margarita
cuando llega el crepúsculo
y se escabulle entre aquellos fantasmas,
sus monstruos, sus acordes.
Pelea contra el frío
en las noches de plástico,
como en escaparate,
durmiendo en su cajero,
en su hermoso palacio.
Duerme rey de la nada
en la esquina perdida del baluarte,
en el lugar donde todo se apaga
allá es donde duerme el rey de la calle.
En los cristales del cajero, antesala de un banco, se reflejan los alegres colores de serpentinas formas de las luces que adornan la calle de Navidad. En su interior, en medio del helado silencio, se oye muy tenue un villancico de esperanza…
Se acabaron los días de Navidad. Todo vuelve a su curso normal.
Se acabaron las riadas de frases entrañables en whatsapp y facebook. Se olvidaron esos bonitos sentimientos resbalando por la superficie de nuestros cuerpos.
¡Hasta el año que viene, Navidad!