Hechos: un golpe de Estado sancionado con condenas proporcionadas por hechos probados y sólidos fundamentos jurídicos, más tarde indultados, contra la opinión de jueces y fiscales. Reforma del Código Penal, con derogación de la sedición y rebaja de la malversación.
Una moción de censura, aferrada al continuum de la corrupción popular; más tarde despuntada en volumen por quebrantamientos de mayor cuantía (los ERE). Con el estrambote de una pírrica victoria electoral —cuya legitimidad fue torpemente cuestionada— génesis de un gobierno de coalición, precipitado e improvisado.
Interminable pandemia, con la Nación en estado de alarma, cerrado el parlamento, estrenando confinamientos y acumulando muertes sin balance final a la vista. Y el colofón de una eficaz gestión de la vacunación, compartida con la Comisión Europea y CCAA.
Para que no falte nada: Pegasus y el cese requerido, la cabeza de turco en el CNI
La inmolación del líder de la oposición y su reemplazo por el «titán de las cuatro mayorías absolutas» en su feudo gallego, con una formidable papeleta por delante: navegar la galerna entre un adversario temible y un compañero de fatigas de obligado cumplimiento.
El gobierno de los jueces pendiente de renovación, en injustificable quebranto constitucional, tras cuatro años de todo un poco: metedura de pata, desconfianzas tácticas y zigzagueos interesados.
El tribunal de garantías, contrapeso necesario para limitar el poder del Gobierno, ahora renovado con un exministro, un exfiscal general del Estado et alii… Intimados a recusarse avant la lettre.
Para que no falte nada: Pegasus y el cese requerido, la cabeza de turco en el CNI.
Efectos: la actividad de los tres poderes del Estado —en el último lustro, medida de referencia— se ha sustanciado en decisiones porfiadas, abuso de decretos leyes, proposiciones de ley para obviar controles, sentencias garantistas, transacciones forzosas… Con acomodos engolosinados y discordias sin fin.
Junto a, una incuestionable paz social, gracias a medidas con trasunto electoral —salarios, pensiones, ingreso mínimo vital— un arqueo severo ¿deterioro de la democracia, debilitamiento del Estado, erosión de las instituciones?
El ocaso del turnismo de los partidos dinásticos, sincrónico con la irrupción populista, dio paso a hostilidades cruzadas que han ido in crescendo, entre quienes acusan a sus adversarios de poner en cuestión el régimen del 78—mediante un sinnúmero de cesiones, mentiras y medias verdades— y quienes replican, llamando fascistas, a los que «no arriman el hombro», deslegitiman al Gobierno, dan tejerazos, valiéndose del TC y quieren una España uniforme y excluyente.
Esta concentración de poder despierta suspicacias domésticas y en instancias europeas
El presidente del Ejecutivo es quien ha nombrado, de facto, al Fiscal General del Estado, a la presidenta del Congreso, al presidente del Senado y ahora al del TC, institución que determinará, de una forma u otra, el futuro de nuestro régimen democrático. Esta concentración de poder despierta suspicacias domésticas y en instancias europeas.
Este mutismo impide ir más lejos a la hora de levantar nieblas tempranas que envuelven decisiones que no se explican
Silencio espeso: en el fragor, silentes espectadores —taciturnos, encolerizados, nostálgicos, agradecidos, acríticos— han caído en la tentación de ver, oír y callar, siguiendo la pauta de tiempos en los que no cabían excesos, como opinar, y se terminaba agachando la cabeza.
Este mutismo, que no me atrevo a llamar estratégico, impide ir más lejos a la hora de levantar nieblas tempranas que envuelven decisiones que no se explican.
La penúltima: el cambio, sin explicaciones, de la posición española sobre uno de los grandes conflictos olvidados, el del Sahara Occidental, antigua colonia española anexionada por Marruecos en 1975, agravado con la pérdida de un socio energético, Argelia.
La otra mitad del binomio republicano se vio obligada a salir por piernas entre insultos insoportables
El efecto contagio, del conflicto catalán en la política española, aparea un silencio espeso e inescrutable, solo mitigado porque los defensores de la independencia nunca esconden sus rogativas: amnistía y autodeterminación.
Con motivo de la firma del Acuerdo de Barcelona, antes de los himnos español y francés, el presidente catalán se acercó a saludar al de la República Francesa para advertirle de que Cataluña quiere ser un socio europeo, tras lo cual se dio el piro. Desplante desagradecido del máximo representante del Estado en Cataluña, tras acabar de recibir del FLA otro cheque de 4,750 millones de euros.
La otra mitad del binomio republicano —la que se manifestaba contra la Cumbre— se vio obligada a salir por piernas entre insultos insoportables: botifler, vendido por intentar negociar con el Gobierno.
Hace tiempo que la habitual descortesía indepe no se compadece con la exquisita urbanidad de aquellos catalanes que siempre se han sentido, también, españoles.
El objetivo no puede ser otro que ir al origen de los problemas y llegar al fondo del asunto, con los instrumentos más precisos y penetrantes
Como el rasgar de un fósforo: la ley del más fuerte trae el silencio. Ahondar en temas incómodos, que se prefiere silenciar, comporta estamparse con el muro de silencio que los ampara. Con el clima enrarecido, uno tiene la impresión de que todos conocen una verdad indecible y deben cancelarla, a cualquier precio, para que no salga a la luz. Pero la defensa se ejecuta con inesperada habilidad y sobrevive a los hostigamientos, aun cuando termine por revelarse lo que todos intentaban ocultar.
Franquear la barrera, con ánimo de superar el bloqueo, exige interrogar con más insistencia y agudeza, en busca de respuestas que no ofrece la realidad. Y ahí aparece la moderación —prestigiada forma de huir de la verdad— que, con frecuencia, se confunde interesadamente con el silencio, cuando no tienen nada que ver.
El objetivo no puede ser otro que ir al origen de los problemas y llegar al fondo del asunto, con los instrumentos más precisos y penetrantes, sin juicios templados, con la verdad de las cosas.
El presidente reitera un diagnóstico estratégico, según el cual el ‘procés’ habría terminado y la convivencia en Cataluña se habría pacificado
Con el elogio de la mesura, se podría dar la impresión de estar exaltando un cúmulo de virtudes: cordura, sensatez y cortesía. En el otro extremo, Edmund Burke —padre del liberalismo conservador británico— insistió:«Muchos creen que la moderación es una traición».
El presidente del Gobierno reitera un diagnóstico estratégico, según el cual el procés habría terminado y la convivencia en Cataluña se habría pacificado. A lo que el independentismo, a pesar de la división actual que cuestiona la unidad que «tradicionalmente» ha mantenido, replica: «No hay normalidad sino un conflicto político no resuelto».
Como refrendan los datos de los contadores de aforos, la sociedad civil no está movilizada, pero recientes concentraciones —independentistas en Barcelona (6.500 asistentes, guardia urbana; 30.000, organizadores); constitucionalistas en Madrid (36.000, delegación del Gobierno; cientos de miles, a vista de dron)— sirven como pretexto para descoser secretos ocultos por la voluntad y la complicidad colectivas.
¿Todo ello, a cambio de 13 votos con los que sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado?
La manifestación en la Fuente de Montjuïc, en protesta por la celebración en Barcelona del encuentro hispanofrancés, quiso escenificar que el proceso soberanista continúa vigente. Pero más bien visualizó las tensiones internas en la familia independentista y evidenció la naturaleza marginal del unilateralismo.
Justamente ahí anidan silencios que envuelven un entramado sin desentrañar: indultos contra la opinión de jueces y fiscales, mesa bilateral entre gobiernos, desjudicialización del conflicto, derogación del delito de sedición, rebaja de la malversación…
¿Todo ello, a cambio de 13 votos con los que sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado? Para ser creíble, es obligado aflorar acuerdos secretos, ya sean inevitables o excusables…
La concentración en la Plaza de Cibeles,lugar de culto para madridistas insaciables, convocada por un centenar de asociaciones cívicas y apoyada, con reservas, por partidos de la oposición, partía de un principio elemental: «Si no hay Estado de Derecho, no hay democracia».
¿Las estrategias del Gobierno y sus aliados y las de la Oposición, han coincidido con los intereses de la nación?
El leitmotiv: «Por España, la democracia y la Constitución», con una petición: la dimisión del jefe del Ejecutivo, que comparó a defensores de la Carta Magna, con separatistas que reivindican la independencia.
Ante la creciente erosión institucional, motivada por el empeño de sobrevivir, con el apoyo de fuerzas contrarias a la Constitución, una pregunta resulta obligada: ¿las estrategias del Gobierno y sus aliados y las de la Oposición, han coincidido con los intereses de la nación?
Le animo, lector, a leer Cómo mueren las democracias (2018), libro deSteven LevitskyyDaniel Ziblatt, profesores de Harvard que desarrollan una tesis muy actual: los regímenes democráticos mueren, corroídos por el silencio y minados desde dentro de las propias instituciones, a manos de líderes o fuerzas populistas que incluso han accedido legítimamente al poder.